domingo, 21 de noviembre de 2010

CONMEMORAN CUARTO ANIVERSARIO DEL GOBIERNO LEGÍTIMO Y CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA...



Amigas, amigos:

De nuevo mi agradecimiento más sincero por la presencia de todas y de todos ustedes.

Nos congregamos para conmemorar, al mismo tiempo, el cuarto aniversario de la constitución del Gobierno Legítimo y el centenario de la Revolución Mexicana.

La historia nos enseña que las tres grandes transformaciones que se han registrado en nuestro país –la Independencia, la Reforma y la Revolución– las han hecho los mexicanos más humildes, los más conscientes y los más comprometidos con las causas justas.

En estos tres grandes momentos, el pueblo y sus auténticos dirigentes, supieron enfrentar a opresores y tiranos para remediar los males de la nación. El ejemplo más destacado fue la Revolución Mexicana de 1910.

En aquel entonces, la oligarquía porfirista dominaba de manera cruel y prepotente. Un grupo de hacendados, comerciantes, banqueros, mineros, nacionales y extranjeros, mantenían un régimen clasista, racista y dictatorial. Las comunidades indígenas padecían el acoso permanente de las haciendas que las despojaban de sus tierras y ansiaban convertir a sus pobladores en peones acasillados.

La esclavitud era una amarga realidad; indígenas y campesinos eran desterrados, “enganchados”, tratados en forma inhumana y azotados hasta la muerte. Los trabajadores de minas y fábricas eran explotados sin misericordia. La justicia, como lo expresó Madero en el célebre Plan de San Luis, sólo servía para legalizar los despojos que cometía el fuerte. La democracia era inexistente. Porfirio Díaz dominaba y se reelegía a sus anchas, con el beneplácito de una minoría aristocrática, de intelectuales alcahuetes, que se sentían científicos, y con la complicidad de la prensa oficial y oficiosa. Las elecciones eran una farsa. Siempre ganaban los mismos: los grandes caciques, dueños de vidas y haciendas, los amos y señores de México.

En este ambiente de poder absoluto, sin justicia ni libertades, surgió, de manera admirable, la oposición al gobierno de Porfirio Díaz. Considerado en aquellos tiempos como el régimen dictatorial personalista más perfecto del mundo.

El núcleo opositor más inteligente y de convicciones más firmes lo integraron los magonistas. Ellos fueron los precursores de la Revolución. En homenaje a estos héroes casi anónimos recordemos algunos nombres: Camilo Arriaga, Librado Rivera, Juan Sarabia, Praxedis Guerrero, Federico Pérez Fernández, Santiago de la Hoz, Manuel Sarabia, Benjamín Millán, Evaristo Guillén, Gabriel Pérez Fernández, Antonio Díaz Soto y Gama, Rosalío Bustamante, Tomás Sarabia, y los hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón.

Este grupo de liberales, antes que otros, empezó a enfrentar a la dictadura con la publicación de periódicos de denuncia y con la organización de clubes o comités para hacer labor de concientización y liberar al pueblo.

Ante el hostigamiento y la represión, los magonistas tuvieron que refugiarse en las ciudades fronterizas de Estados Unidos. Desde allí editaban el periódico Regeneración que pasaban de contrabando y distribuían en el país; mantenían relación con dirigentes regionales, mujeres y hombres, que hacían trabajo con obreros y campesinos. Su organización y sus ideales influyeron en las huelgas de Cananea y Río Blanco y, más tarde, en todo el movimiento revolucionario.

Para saber de qué estaban hechos estos dirigentes, recordemos de nuevo lo que decía Ricardo Flores Magón: "Cuando muera mis amigos quizás inscriban en mi tumba: ‘Aquí yace un soñador’, y mis enemigos: ‘Aquí yace un loco’. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: ‘Aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas’”.

Otro de estos hombres de profundas convicciones revolucionarias fue Juan Sarabia, a quien detienen en 1906 en Ciudad Juárez, luego de un fallido levantamiento armado. Cuentan que fue llevado preso a la Ciudad de Chihuahua. Y el 7 de enero de 1907 se presentaron al teatro donde era juzgado, los hombres fuertes de Porfirio Díaz en ese estado: Enrique Creel y Luis Terrazas. Dicen que éste último se le paró enfrente y en tono retador y despectivo le preguntó: “¿Es usted el bandido Juan Sarabia?”. “Yo no soy bandido señor”, contestó Sarabia, “los bandidos son otros”. Entonces, el terrateniente y general porfirista le replicó: “¿Quiénes son ellos? Dígalo”. Y Juan Sarabia en voz alta le dijo: “Los bandidos son Porfirio Díaz, Ramón Corral, Enrique Creel, usted y muchos otros”. Terrazas guardó silencio y el público que oyó aquello empezó a gritar y aplaudir. La gente fue desalojada con el uso de la fuerza y la audiencia fue suspendida. Ese mismo día, Sarabia fue subido al tren y conducido a la cárcel de San Juan de Ulúa, Veracruz, donde permaneció cinco años hasta que triunfó la Revolución y fue liberado por Madero.

Es precisamente Francisco I. Madero, un hombre bueno, el que más ayudó a promover los cambios revolucionarios. A pesar de su holgada situación económica, de ser hijo de hacendado, Madero era un idealista que tenía una sincera vocación democrática.

En 1905 contribuyó con dinero para editar Regeneración. En 1908 escribió el libro La Sucesión Presidencial, en el cual llamaba a enfrentar a la dictadura mediante la participación del pueblo en las elecciones de 1910. A partir de entonces se dedicó a organizar el partido antirreleccionista e inicio una campaña por el país bajo el lema de Sufragio Efectivo No Reelección.

Luego del fraude en las elecciones presidenciales, convocó a los mexicanos a que en un día como hoy, 20 de noviembre, a las seis de la tarde, el pueblo tomara las armas para derrotar al gobierno porfirista.

El levantamiento armado obligó a renunciar a Porfirio Díaz que dejó el país y Madero llegó a la Presidencia de la República. Sin embargo, por lo arraigado que estaba el régimen de componendas y complicidades, y por la falta de organización del pueblo, entre otros factores, se produjo la ingobernabilidad que fue aprovechada por una pandilla de rufianes para cometer la felonía de asesinar a Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez.

En ese cuartelazo, en ese golpe de Estado que llevó a la presidencia a Victoriano Huerta, participó como autor intelectual el embajador de Estados Unidos, cuyo nombre es preferible olvidar.

A partir del asesinato de Madero se propagó por todo el país el movimiento revolucionario. En el norte, Francisco Villa asentó su predominio. En el sur, Emiliano Zapata siguió enarbolando el Plan de Ayala para exigir que se devolviera y se entregara la tierra a los campesinos. A su vez, Venustiano Carranza fue el primer gobernador que desconoció a Huerta y llamó a luchar contra la usurpación.

Aunque Huerta es derrotado, las divisiones en las filas revolucionarias por diferencias ideológicas o políticas, complicaron la posibilidad de acuerdos para lograr la estabilidad del gobierno y sobre todo para cumplir con las demandas del pueblo.

Sin embargo, se avanzó, el sacrificio de los mexicanos no fue en vano. Gracias a la Revolución, en la Constitución de 1917 se reconocieron los derechos sociales: el derecho de los campesinos a la tierra; el salario mínimo, la jornada de ocho horas, la organización sindical; el derecho a la educación y a pesar de fuertes presiones de las compañías y gobiernos extranjeros, se definió, en el artículo 27, la propiedad y el dominio de la nación sobre las riquezas naturales, en particular, del petróleo.

No fue fácil convertir en realidad estas reivindicaciones, perdieron la vida más de un millón de mexicanos y todavía hubo que esperar un buen tiempo. No obstante, la justicia llegó.



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