

Entre el encantador de serpientes y el político hay una hermandad
1. CANDOR. Si la definición impone, la expresada por un letrista andaluz: “amigo de causas perdidas”, es la que mejor le va a Orlando Segura. Tozudo, noble, ¿qué putas hace en el Perredé? Sólo pulgas le heredarán las tribus, tan proclives a la pendejés, tan alejadas del pensamiento liberal de Orlando. Enhorabuena que contrajo la fiebre de editor de este blog. Miguel Camín –que habla en nombre propio y no del puto pueblo— lo celebra.
2. ¡VAYA FICHA! Me han llegado informes de distintas fuentes y, más allá de diferencia en matices, los distingue un denominador común: el tal Roberto López (con quien me asocian pendejos varios) es ejemplar ilustrativo de un pela gatos. Vivió cucho e inflado en su persona durante su estancia en el paraíso artificial que fue la administración municipal 2001-2004. Especialista en todo servicio público y bueno para nada en específico, su único mérito en el ayuntamiento de aquél entonces fue haber sido dispensado con la amistad de Tavo Greer. Sin esa deferencia del alcalde, Beto López hubiese subsistido en su empleo el igual tiempo que dura alojado un pedo en el intestino. Factotum a posteriori, fue de vendedor de agua embotellada a responsable de información de la página Tuxpan del Noreste. Ahí inauguró una columna tarada que mal llamó La Calumnia Tuxpeña, desde donde, según él, se fraguaban con metales irónicos y virulentos críticas a personajes de la vida pública. En ella, arqueó su más privadas inquinas. La columnilla aun persiste y no se debe dudar que siga colaborando en su hechura, pues prevalece en sus juicios el tufo de la estulticia y la ñoñería.
3.-DOBLÉS. Su divisa fue (¿seguirá siendo?) una mixtura de ingratitud y deslealtad. A su paso fueron cayendo quienes alguna vez le brindaron su confianza. José Mancha nació precoz en la política partidista. Impermeable a los buenos valores que de excepción tiene ésta, creció degustando las malas artes que de frecuencia posee la misma. A su favor habla su brillante memoria, el arrojo como tribuno, la audacia de sus apuestas políticas; sin embargo, todo esto lo opaca la querencia insana que con ardor burocrático le profesa a u partido, el Pan: su ubre, su apéndice, su teta. Mancha que no llora no mama. Premiado en la ambición que lo estimula, a José Mancha se le proyecta una larga y fructífera carrera como político, en la que sus actos hablarán más para mal que para bien. Lo suyo no es el servicio a los demás, sino al suyo propio.
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