sábado, 25 de abril de 2009

Juanguilla y Chenchuqui


Por Uriel Flores Aguayo

urielfloresaguayo@hotmail.com
La historia de estos alegres y vivillos compadres rurales ilustra los grados de ilegalidad a que se puede llegar en una ciudad como Xalapa. Chenchuqui llegó primero, pretendía estudiar pero simplemente no se le daba eso de los libros; cambió de giro, se acercó a influyentes personajes a los que sonreía a todas horas, decía lo que querían escuchar y les cargaba los fólder o el portafolio. Poco a poco, aprovechando su extraña simpatía, se fue colando en los ambientes políticos; medio escribía y medio leía, con eso fue suficiente en el “reino de los ciegos”, donde el “tuerto es el rey”. Primero resolvió lo suyo (casa, comida y sustento), después recomendaba a conocidos y parientes; fue viendo la vida urbana, supo de reglas e ilegalidades; aunque nunca ha superado ciertos rezagos culturales o civilizatorios, en el medio se destacó por su adustez y por hablar poco, no se sabe si era pose o si era porque no tenía mucho que decir. Con sus pocos estudios, aun con dificultades para escribir tres líneas coherentemente se sabía colocar, llamaba la atención y se ganaba la confianza de quienes podían promoverlo. Le daban una mano y la mordía, le daban otra y la lamía, aunque algunos lo señalaban de ser “ladino” lo más seguro era que sólo fuera una aproximación, sobre todo por lo desconfiados que suelen ser quienes provienen del medio rural.

Un buen día, inesperadamente, cuando comía en la fonda de su preferencia, vio pasar a su compadre del alma Juanguilla. Casi vuela para alcanzarlo, darle un fuerte abrazo y preguntarle qué hacía en la ciudad, sabedor de sus resistencias para salir de la sierra. La respuesta era obvia, la crisis económica estaba golpeando ferozmente al campo, ya no alcanzaba ni para comer, había que buscar opciones. Y como otros, Juanguilla pensó que en la ciudad habría mejores oportunidades, sin imaginar que encontraría muy pronto a su querido compadre, a quién tanto admiraba. Al verse poco faltó para que corrieran las lagrimas por sus mejillas, eran tan parecidos, tenían una rara facilidad para lo fantasioso hasta confundirse con lo mitómano, aunque a Juanguilla sí se le daban las bromas y sonreía, forzadamente pero sabía hacerlo, tan permanentemente que quién lo viera podría jurar que era idéntico a una “carita sonriente”.

Fácil, dijo Chenchuqui: “yo te ayudo”, hablando de experiencias y contactos. Lo de un terreno, dijo, lo vemos con el licenciado Trastupijes, pues era un jefe de invasores de lotes; “tú llegas, pagas tu cuota y listo”, ya tienes donde vivir. Lo del trabajo es un poco más caro, pero se resuelve, habrá que ver a un amigo que tiene diez banquetas controladas para que te ubique, propuso Chenchuqui. En unos cuantos minutos Juanguilla resolvió su estancia en la ciudad, sin saber hacer nada había encontrado a su salvador, quién listillo como era rápidamente le ofrecía una solución a sus necesidades de terreno y trabajo. Ya no hablaron más, luego resolverían otras cuestiones, como afiliarse a un grupo político de presión, como servirle de tapadera a algún personaje, como pagar o cobrar cuotas, etcétera; eso vendría después, con calma, al fin que contaban con tiempo. Lo importante era que podrían tomar prácticamente lo que quisieran sin que nadie les dijera nada. Igualmente se quedaba a dormir en su nuevo “local”, si la banqueta ocupada era amplia y podía construir una caseta grande. Cómo no iba a estimar Juanguilla a su compadre Chenchuqui, si era el símbolo de una ley a modo, de la tranza y la impunidad; si la crisis económica le hacia los mandados y los espacios públicos estaban a su disposición, siempre a costillas del interés colectivo, siempre siguiendo su máxima de navegar con bandera de tontito.

Esta historia puede ser real o imaginaria. Tal vez más de lo primero, pues se observan casos muy parecidos en muchas partes de Xalapa, ciudad sin ley pero con muchas flores.

Recadito: Como desde hace 30 años, vamos los ciudadanos independientes, ahora con el FAS al frente, este 1º de mayo.

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