miércoles, 6 de julio de 2011

TUXPAN, PARAISO MANCILLADO


Alonso Castaño

“¡No! Tuxpan no es el paraíso de mi infancia. Su río es otro no el de mi niñez. Aquel paraíso ya está mancillado”, lamenta el poeta José Luis Rivas, premio nacional de literatura 2009. A manera de litigante del diablo le hago saber al poeta que Tuxpan no es ajeno a ese proceso histórico de degradación que sufren los pueblos de México, de América, y José Luis Rivas me fija con una mirada de suave severidad y me aclara que no le pida aceptar el deterioro constante del pueblo de su memoria.
Nos citamos en un café sobre la avenida Murillo Vidal en la ciudad de Jalapa, donde radica el poeta. Ha llovido y aunque la lluvia fue sensata, ésta se magnifica por el ruido prolongado y crepitante de los coches al rodar vertiginosos sobre el pavimento humedecido. Nos encontramos con la novedad de que el establecimiento está recibiendo los últimos toques para su inauguración y, por lo tanto, no hay servicio al público. La que parece ser la responsable, una mujer madura de actitudes joviales, nos agrada ofreciéndonos por cuenta de la casa un aromático café americano. José Luis Rivas hace gala de su seducción natural y suelta un “! Pues inaugurémoslo ahora!”, y ya sin armas que esgrimir la mujer anfitriona nos ofrece una mesa. Somos los únicos parroquianos en medio de un pequeño ejército de empleados que se mueve discreto bajo órdenes femeninas.
“No deseo recibir homenajes en Tuxpan. No por el momento”, me confiesa el poeta. No quiere ser busto ni estatua, menos nombre de calle o de espacio público. Le recuerdo que Octavio Paz menciona tal convicción de no ser piedra recordada en uno de sus poemas, pero José Luis Rivas no se lo atañe a Paz sino al poeta Eduardo Lizalde. “A los políticos, de cualquier partido, no les daré motivo para que hablen de cosas que ni conocen. ¡Imagina! Yo allí sentado escuchando como el político saca ganancia de mi persona. No, no quiero homenajes en Tuxpan”.
Su evidente delgadez le alarga la figura. Lleva un pantalón de tono malva de cálida tela, un saco de pana blanco perla, debajo un sudadero rojo y sobre la cabeza una gorra escocesa afelpada, se aprecian asomados unos mechones ondulados de un pelo gris. Le digo que ya no tiene el aspecto costeño cuando lo conocí 18 años atrás, y aspira y levanta el torax en un movimiento apenas perceptible para negarlo; “Bueno, me refiero al espíritu costeño”, preciso, pero él me lo vuelve a negar. Lo tengo a medio perfil y su habla es parsimoniosa, con una entonación rítmica que le da cadencia sonora; no sé si busca darle un mayor peso verosímil a sus palabras ayudándose de esa cadencia, pero logra crear, en mi, un efecto de estar leyéndolo más no escuchándolo, pues a pesar del leve ruido que con seguridad nos envuelve, el silencio se impone para que solo se escuche nuestro diálogo.
A penas meses atrás la UNAM le publicó la traducción de la obra poética completa del mayor poeta francés Arthur Rimbaud, y ahora la editorial de la universidad veracruzana ha sacado a las librerías “Lucrecia”, el drama de William Shekespeare, en la versión traducida al español por José Luis Rivas. “Sin proponérmelo del todo, estos últimos meses han sido de mucha producción”, reconoce el poeta tuxpeño. Además ha trabajo al poeta isabelino John Donne, porque tiene un interés por esa poesía que deja huella en la literatura hasta convertirse en un clásico de las letras.
La charla discurre sobre cauces de distintas fuerzas y profundidades. Hablamos sobre Pablo Neruda y Walt Whitman; sobre los Versos del capitán y Hojas de Hierba. Le pregunto si no tiene la impresión de que Neruda quiso emular a Whitman cantándole a America latina y todo aquello que lo habita. José Luis Rivas celebra el genio poético de Neruda, pero puntualiza que mientras el poeta norteamericano cantaba deslumbrado por la llegada de la democracia, el poeta chileno caía hechizado por la aparición del socialismo. Aprovecho para preguntarle si “La balada del capitán”, largo poema suyo tiene reminiscencias de aquel “Oh capitán, mi capitán” de Whitman, y José Luis Rivas afirma con la cabeza para después musitar: “O Captain my Captain! our fearful trip is done…”, primer verso de aquel poema Whitmaniano.
Cae la noche, y no es la oscuridad la que delata sino las faros encendidos de los coches que pasan frente al amplio cristal que sirve de pared traslúcida a la cafetería. La mujer madura y jovial se acerca a la mesa y nos advierte que van a apagar las luces. José Luis Riva gira su cuerpo y bromea con un “No se preocupe, nosotros cerramos”. La mujer sonríe y nos ofrece una disculpa, y nos invita “el próximo lunes de inauguración”.
Antes de levantarnos de la mesa, me muerde una duda y no quiero llevarla conmigo a fuera del café y la suelto. Le pregunto a José Luis Rivas si cree que Tuxpan, su río, su rivereño cuerpo , no toleran ya un nuevo enfoque poético. Parece que no me doy a entender y José Luis Rivas rechaza tal posibilidad poniendo énfasis en el desastre por el que ha atravesado Tuxpan desde que él salió. Yo me refiero a escribir de ese desastre poniendo por delante esa desgracia como un hecho estético, pero él, después haberlo vivido idílicamente, no lo consiente. Le insisto en que no se ha agotado Tuxpan como escenario de experiencias poéticas, y él, bondadoso, con ese rostro de poeta bondadoso, responde: “Quizá”. Nos despedimos. Le deseo buenas noches y ambos tomamos caminos opuestos. Deseo voltear curioso para ver el paso del poeta alejarse pero prefiero irme de frente pensando que tal vez Tuxpan tiene remedio, por lo menos como fuente estética.

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