sábado, 27 de agosto de 2011

Guerra perdida de Calderón. El PRI no resolverá nada

Por Federico Arreola
@FedericoArreola
Una verdad dicen los panistas que apoyan la guerra, absolutamente perdida, de Felipe Calderón: en el origen del problema están décadas de gobiernos priistas corruptos que permitieron que en México floreciera el narcotráfico.
El primer gobierno federal panista, el de Vicente Fox, nada hizo por acabar con la corrupción heredada del priismo. Todo lo contrario, alegremente, quizá manipulado por su mujer, Marta Sahagún, la administración foxista fue tan corrupta como cualquiera de las del PRI.
La compra de toallas a precio muy superior al del mercado evidenció, en los primeros años del foxismo, que nada había cambiado en México en materia de corrupción.
Fueron numerosos los hechos deshonestos relacionados con Fox y con su familia, sobre todo con los hijos de su esposa. Ellos, los hermanos Sahagún Bibriesca, que eran clase media baja en Guanajuato, cuando terminó la administración foxista ya eran prósperos empresarios inmobiliarios.
Uno de los suntuosos edificios que construyeron los Sahagún Bibriesca, ubicado a la orilla del mar en Puerto Vallarta, fue escenario hace más o menos 10 días de una balacera que aterrorizó a los habitantes y, sobre todo, a los visitantes del destino turístico.
Otro sonado caso de corrupción durante el foxismo fue el del préstamo que se dio a sí mismo, en 2003, el primer director de Banobras nombrado por el primer gobierno federal panista.
El entonces funcionario principal de Banobras, Felipe Calderón Hinojosa, se prestó a sí mismo 3.5 millones de pesos.
En el tema de la corrupción, pues, el panismo en el poder no cambió las prácticas más usadas durante el priismo.
Y, en las elecciones presidenciales de 2006, quedó claro que el PAN y el gobierno decidieron resucitar el fraude electoral para asegurar su permanencia en Los Pinos.
Las protestas contra el fraude fueron tan grandes, que Calderón, para tomar posesión de la Presidencia el primero de diciembre de ese año, tuvo que entrar a la Cámara de Diputados, con Vicente Fox, literalmente a escondidas, por la puerta trasera.
Ante el empuje de los seguidores de Andrés Manuel López Obrador que se fueron a la desobediencia civil, Calderón debió pactar con el PRI para poder empezar a gobernar.
Así las cosas, el PRI, que estaba reducido a su mínima expresión por las derrotas del 2000 y del 2006, no murió, sino se fortaleció.
Fox, ocupado en permitir la corrupción de los hijos de su mujer, no tuvo tiempo para dedicarlo al trabajo político, sin el cual la transición no podía completarse, que llevara a la aniquilación del PRI. Y Calderón, que necesitó del apoyo de los priistas para llegar al poder, se vio obligado a pagar el servicio otorgando al priismo el oxígeno que necesitaba para fortalecerse.
El segundo gobierno panista, de esa manera, inició con la izquierda en desobediencia, con millones de mexicanos convencidos de que había habido fraude electoral en 2006 y con el PRI vigorizado.
Calderón, entonces, para obtener la legitimidad que no le dieron las urnas electorales, para conseguir popularidad y para darle fuerza a su partido, el PAN, decidió, seguramente aconsejado por expertos en imagen, lanzarse a una acción suficientemente espectacular: la guerra contra el narco.
Aunque le quedó grande el uniforme militar que se puso cuando declaró la guerra contras las mafias, durante un breve periodo a Felipe Calderón le funcionó la estrategia.
Mucha gente se convenció, en el arranque de la guerra contra el narco, que eso era lo correcto, que al fin un gobernante mostraba pantalones para enfrentar al crimen organizado y que para las fuerzas armadas mexicanas iba a resultar un asunto de lo más sencillo derrotar a los capos.
La estrategia dejó de funcionar cuando quedó claro que la mafia era tan fuerte y estaba tan bien armada como el ejército y la marina, cuando los ejecutados empezaron a aparecer en todas las ciudades del país, cuando cayeron los primeros inocentes y, sobre todo, cuando el terrorismo se hizo presente, como el jueves pasado en el Casino Royale de Monterrey, en el que fallecieron, después de un atentado, más de 50 personas.
En la campaña electoral de 2006, los propagandistas del PAN contaban un chiste para golpear a López Obrador: el niño rico decía “quiero que gane el Peje porque si gana, dice mi papá, nos vamos a ir a vivir al extranjero”.
Los empresarios celebraron ese chiste con tanto entusiasmo como el que exhibieron al brindar por el fraude electoral en el que muchos de ellos participaron.
Hoy que la fallida guerra de Calderón ha ensangrentado al país, son muy pocos los empresarios calderonistas que no se han ido de México. Casi todos, particularmente los de Monterrey, han cambiado su residencia a Estados Unidos o a Europa.
Los nietos de los grandes empresarios que se pusieron felices por el fraude hoy saturan los colegios más exclusivos de Suiza, lo que tal vez les asegure una educación de calidad, pero no deja de ser algo que los aleja de sus raíces y los convierte en exiliados con todo lo malo que esto tiene.
La guerra perdida de Calderón ha hecho que florezcan el secuestro y las extorsiones, además de los asesinatos (ya son decenas de miles los muertos).
Eso ha metido en problemas a las empresas, en muchas de las cuales no se puede trabajar si no se pacta económicamente con la mafia. El turismo se ha arruinado (nadie en su sano juicio quiere visitar un país en guerra). Los camiones que transportan mercancías para el mercado interno o para exportarlas, están a merced del crimen organizado.
Desde hace tiempo está claro que la guerra de Calderón, absolutamente estúpida, solo iba a servir para que decenas de miles de mexicanos murieran.
Es una guerra tan poco convencional que las fuerzas armadas no terminan de saber contra quiénes pelean, ya que las mismas, como las corporaciones policiacas, están infiltradas.
Una guerra así no hay ninguna posibilidad de ganarla, ya que el enemigo está en todas partes, especialmente en el gobierno (sobran en todos los niveles de la administración pública funcionarios al servicio del narco).
¿Qué hacer? Lo que no ha hecho Calderón: diseñar programas sociales, de capacitación, deportivos y, sobre todo, de fomento al empleo que atraigan a los jóvenes y los alejen del crimen organizado.
Eso es algo que el gobierno que llegue a poner orden después de Calderón tendrá que hacer, desgraciadamente sin sacar al ejército de las calles en el corto plazo. Así de graves están las cosas.
Ahora bien, la pregunta que debemos hacernos es la de si el PRI podrá resolver el problema. Mucha gente piensa que sí, lo prueban las encuestas. Creo que es gente engañada. Porque si el autoritarismo y la corrupción priistas, hoy bien representadas por políticos como Humberto Moreira, hicieron que el crimen organizado creciera, no veo cómo podrían controlarlo hoy que la mafia parece ser tan fuerte como el gobierno.
No, el PRI no es la salida. El PAN, menos. Le debemos dar una oportunidad a la izquierda. Pero a la izquierda verdadera, no a la izquierda pragmática y cínica de Marcelo Ebrard Casaubón, Manuel Camacho Solís, Jesús Zambrano, Jesús Ortega y los otros chuchos del PRD.
Fuente:www.sdpnoticias.com

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