sábado, 25 de agosto de 2012

DIARIO DE UN REPORTERO

Luis Velázquez

DOMINGO

El sector infantil del PRI

A finales de 1968, el escritor Carlos Fuentes Macías regresó de Europa a México, en barco, con destino al puerto jarocho.

La noticia fue publicada en un cable internacional y Jorge Arias, con un grupo de estudiantes de la antigua facultad de Periodismo de la UV, lo esperaron un mediodía en el muelle, donde también estaba su mamá y su hermana Bertha.

Entre las 6 y 7 de la tarde cuando el escritor descendió del barco (alto y delgado, bigote negro y lentes oscuros, con el saco del traje cargando en la mano derecha) quedó con los estudiantes que soñaban con ser reporteros de tomar un cafecito al día siguiente en el café de “La Parroquia”, a las once de la mañana.

Llegó puntual. Con lentes negros y una sonrisa gigantesca que multiplicaba el bigote en los labios delgados.

El escritor reporteó a los estudiantes de periodismo sobre la situación política y social del país. Los hizo comparecer en un examen.

“Platíquenme. He estado en Europa y las noticias de México son cortas y limitadas”.

Entonces, en la facultad de Periodismo los maestros exigían a los alumnos la lectura diaria, inevitable, de un periódico local y otro defeño.

Y entre todos capotearon las preguntas.

Luego, los estudiantes interrogaron a Carlos Fuentes de su visión de México estando en Europa y desde Europa.

En aquella época, el PRI vivía el capítulo faraónico de su vida, la presidencia imperial, cuando el presidente de la República era dueño del día y de la noche.

Concluyó Carlos Fuentes: “el PRI debiera apurarse a formar el comité infantil del partido tricolor, pues todos los mexicanos llevan un PRI chiquito adentro”.

LUNES

Siqueiros escupía al platicar

El pintor David Alfaro Siqueiros (1896-1974, comunista, encarcelado por el gobierno federal en 1930 y 1960 en el palacio negro de Lecumberri), uno de los grandes muralistas mexicanos junto con el grandote Diego Rivera y José Clemente Orozco, llegó a mediados de 1970 un fin de semana al puerto jarocho, acompañado de una damita, su modelo, cromazo de mujer.

Entre las 10 y 11 de la mañana, Siqueiros apareció en el café de ‘’La Parroquia’’, con un traje negro, sin corbata, playera negra de manga larga, y un sombrero de ala ancha, de copa, en tanto resultaba inevitable mirar y admirar a su pareja.

Jorge Arias tuvo suerte y pasó por ahí y con la libreta de taquigrafía en la mano y el lapicero de un peso se fue encima del pintor comunista que se opusiera a que México asilara a León Trotski , y cuando se instalara en Cuernavaca, quiso asesinarlo el 24 de mayo de 1940.

Antes de contestar la primera pregunta, Siqueiros estableció una condición: “si usted me entrevistará yo trabajaré contestando sus preguntas. Usted también trabaje y confíe a la memoria mi entrevista. Guarde su libretita. Así seremos iguales’’.

Y Jorge Arias, joven aprendiz de reportero, guardó la libreta de taquigrafía y dialogó con el pintor.

Pero a medida que Siqueiros hablaba, el reportero se alejaba un paso, dos pasos, tres pasos, porque al hablar Siqueiros disparaba las palabras acompañadas de saliva y escupía. Una, dos, tres gotitas de saliva bañaban la cara y los brazos y las manos del reportero.

Así recuerda al pintor…
MARTES

La mirada filosa de Demetrio Vallejo

La escritora Elena Poniatowska escribió un libro, mejor dicho, casi una novela, mejor dicho, la vida novelada de Demetrio Vallejo (1910-1985), “El tren llega primero”, el gran líder ferrocarrilero opositor del siglo pasado, perseguido por el presidente Adolfo López Mateos (uno de los héroes de Enrique Peña Nieto), encarcelado en el penal de Lecumberri en 1959, y en donde permaneciera once años, acusado de sedición social.

En aquellos momentos de inconformidad social contra el sistema, Demetrio Vallejo (fundador del partido Comunista y del partido Mexicano del Trabajo con Heberto Castillo), llegó al puerto jarocho, acompañado sólo de unos cuantos amigos y seguidores, menos de diez, de igual manera como en 1910 Panchito Madero recorrió la nación en ferrocarril predicando la rebelión contra Porfirio Díaz.

En el patio de la estación del ferrocarril, como a las 6 de la tarde de un día del año 1972, 73 quizá, el sol entrando en el constipicio, Demetrio Vallejo se reunió en desolado, todos de pie, con unos cuantos compañeros del riel, que se había anotado a su movimiento en contra del caciquismo sindical de entonces.

Y en contraparte, rodeado de “orejas” del gobierno local para de inmediato entregar el informe derecho, derechito a la secretaría de Gobernación.

Jorge Arias fue el único reportero que estuvo ahí, cronicando el conciliábulo de Demetrio Vallejo en la vía pública, ante los ojos de todos, sin esconderse de nadie, porque, además, nadie le prestaba ni alquilaba un local para sus juntas de sublevación.

La mirada como puñal que escudriña, mirada con lupa y con la duda por delante, desconfiado hasta decir basta, Demetrio Vallejo habló con el aprendiz de reportero en contra del presidente de la República y de los gobernadores del país. Desafiando siempre al poder público. Sin miedo a ser encarcelado otra vez. O lo peor, a un asesinato.

Fueron aquellos los personajes de la historia que de algún modo formaron al reportero que iniciaba en la vida…

MIÉRCOLES

Los celos de Manuel Buendía

En la facultad de Periodismo de la UV, don Manuel Buendía Téllez Girón, uno de los mejores columnistas políticos del siglo XX, asesinado por la espalda en el segundo año de Miguel de la Madrid en un complot desde el Estado, dictó una plática sobre el oficio más bello y apasionado y vertiginoso del mundo, como es el reporteril.

En aquel entonces, los alumnos le formularon 50 preguntas, y todas, sin excepción, lleno de paciencia y prudencia, contestó a cada uno, como si fuera la pregunta más importante, excepcional, de la vida.

Luego de la conferencia, un convivio en privado con apenas siete, ocho personas.

Don Manuel, acompañado de su noviecita, una chica de unos 25 años, y unos seis alumnos, tomando vino en el restaurante de un hotel, El Torremar, ya cerrado.

Hablaba don Manuel. Contaba historias. Anécdotas. Vivencias. Se enojaba y contentaba. Se reía y ponía serio. Entonces, advirtió que su pareja hablaba con otro joven de la misma edad y de inmediato saltó como un tigre en acecho.

--¿De qué hablan?

--De nada, contestó ella.

--¿De qué hablan?, preguntó al estudiante.

--De la historia de Veracruz.

--¿Seguro?

--Seguro, don Manuel.

--Cuidado, estoy aquí con los otros compañeros, pero paro oreja para escuchar su conversación. Ella viene conmigo.
Luego de un silencio multiplicado en silencios, la chica tomó la llave de la habitación del hotel, que don Manuel tenía en la mesa, y se retiró, sin decir adiós, sin pedir permiso…

JUEVES

El reportero perdió la noticia…

1973. Los escritores Fernando Benítez (1912-2000), el gurú de los suplementos culturales de periódicos y revistas en la ciudad de México, y José Emilio Pacheco, el poeta que un día se enclaustró en su casa a escribir poesía, lejos y cerca del mundo, aterrizaron en el puerto jarocho un fin de semana.

Quisieron hospedarse en el hotel Mocambo, donde Agustín Lara, un músico feo con la cara rajada, y María Félix, una diosa que paraba el tráfico en París cuando cruzaba la calle, se arrinconaban en la suite nupcial a escuchar el ruido del mar y el sonido de las palmeras aleteando en días y noches de lluvia y tormenta, mientras en la madruga se amaban.

Durante las 48 horas que permanecieron aquí, además de las tareas culturales, en las tres comidas hablaban de literatura y política.

Fácil habrían sido unas once horas de conversación que el reportero Jorge Arias escuchaba en silencio, sin atreverse a pronunciar una palabra por miedo al ridículo, sin la audacia para interrumpir el diálogo del par de inteligencias incandescentes.

Aprendiz en el oficio, tampoco quiso abrir la libreta de taquigrafía y anotar datos, palabras, ideas, exposiciones de uno y otro.

El simple hecho que Benítez y Pacheco permitieran a un intruso ahí era suficiente.

Los dos escritores hablaban en confianza, en la intimidad, como si nadie los escuchara.

Jorge Arias los despidió en el aeropuerto Heriberto Jara y nunca se atrevió a escribir una reseña, una crónica, una bitácora, vaya, sobre aquel banquete cultural.

Incluso, alguna vez quiso recordar el diálogo, pero era demasiado tarde. El Alzheimer había acabado con sus recuerdos…

Dejó pasar la historia. Un momento estelar en su vida reporteril.

VIERNES

Dos minutos con García Márquez

Fue en uno de los primeros aniversarios de La jornada. Quizá el primero. Acaso el segundo. Quizá septiembre de 1986. Acaso septiembre de 1987.

En la cena con la familia periodística de La jornada, dirigida entonces por don Carlos Payán Velver, como a las once de la noche, llegó al salón, sin avisar a nadie, Gabriel García Márquez, acompañado de su esposa Mercedes.

Solidario con aquel periodismo, amigo de algunos jefes, el Gabito fue sentado a un lado de Payán, en la mesa principal, minutos antes que el director general del periódico diera el grito de Independencia ante los jornaleros.

García Márquez siguió en la mesa, con los jefes.

En una mesa lejana, Jorge Arias tragaba alcohol con los corresponsales, él mismo uno de ellos. Entonces le había dado por tomar whisky con el mismo método de Ernest Hemingway, quien primero tomaba el licor y luego el agua mineral para que los líquidos se revolvieran en el interior del estómago, porque así son mezcla explosiva.

Armado de valor con los whiskazos, en aquel momento cuando en la ebriedad uno se encuentra en la frontera entre la consciencia y la irresponsabilidad, Jorge Arias se presentó ante García Márquez, diciéndole que se había echado unos tragos para darse valor y saludarlo.

“¡Qué alcohol tan milagroso” contestó el escritor colombiano.

Después, Jorge Arias habló y habló y habló las pendejadas de un borracho.

Paciente, García Márquez escuchaba.

Jorge Arias se ha arrepentido toda su vida de la idiotez cometida.

Desde entonces, dejó de empinar el codo…

POSDATA: Más información en elblog.expediente.mx

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