viernes, 9 de noviembre de 2007

COLUMNA RETRATOS

Por Miguel Camín
Comentario:

Señor editor, desde esta página virtual, hago una pausa, para saludar ese esfuerzo tan loable como inútil realizado por Fernando Morales en su serie Proyecto de Gran Visión, que corre en su sexta entrega.
Las he leído. No pretendo, por mucho, discutir la viabilidad de los supuestos accionarios que Fernando Morales propone. Y no ingreso a esa discusión porque de entrada me descarto como experto en diseño de políticas públicas. Soy un ignorante, un baturro en esa alta disciplina. Lo mío es lo de abajo. Y es ahí donde me atrevo a señalar sólo dos cosas que son el hazmerreír de esas tesis de Fernando Morales. Una: la desbordada carga de soberbia que existe en la idea de un Proyecto de Gran Visión para Tuxpan, o para quién se les antoje. Ha sido un disparate constante en las culturas latinas querer forjar grandes cambios a partir de grandes sueños, grandes... pero huecos. Quién es quién para erigirse en gran visionario de algo, acaso la ley del mercado ya abarató el acceso a los magnos anhelos. Normalmente los mayúsculos fiascos de la colectividad se han empollado en nidos de soberbia. Y dos: querer traer el candil ajeno a la casa, solo porque nuestra cándida alma fue lampareada en prósperas tierras, en cursos de superación y autoayuda comunitaria, con gentes que por su actitud y pensamiento progresistas nos parecen de otro mundo, y no de éste, como Tuxpan donde nada sale, nada fructifica. Nada, que la historia registre, se puede instaurar con sólo desearlo uno. Y menos si una población debe estar involucrada.
Pasarán más años y vendrá otro Fernando Morales con su morral o su ordenador portátil cargado de esperanzas. Verdes, muy verdes. Insisto: no señalo el huevo, ni su contenido sino el espíritu arrogante y romántico con que Fernando Morales et al lo han incubado.



R E T R A T O S


La esperanza, la virtud de los esclavos.



1. SOMBRA:- Concebido para debutar en el tablao del teatro guiñol Lorenzo Gogeascoechea se enamoró en perdición de los hilos que lo mueven, que ahora no ensaya un paso si éste no viene precedido de unos dedos manipuladores. Todo lo que hace o deja de hacer en el partidillo tiene autores intelectuales, y tiene en Lencho a su cara, a su ejecutante. Catrincito, jovial y acicalado, Lencho es figurín de la real política doméstica, la de patio, la que se hace, sí, sin talento pero con harto ruido. Con cargos devaluados como el de director de turismo municipal saltó a regidor, y se encarga de unos meses a esta parte del pri municipal. Desafecto a la imaginación política pálida sombra es su signo. Insípido en lo que emprende, el pri local lo tuvo como una calcomanía, como un pegote que se adhiere a una barda, momentáneamente llamativo, para luego pasar al olvido, a la indiferencia, ni siquiera al reciclaje.

2. SOMNOLIENTO:- Vapuleado por tirios y troyanos este ex diputado local jugó sin cartas marcadas, y fue tanta su senil franqueza que enseñó su mano de naipes en el juego, a vista de todos. No pagó por ver, como en la jerga de mesa, más bien, cobró por mostrar. A Germán Chao se le adjetivó de todo y la carnicería cobro visos de inmisericordia que terminó revelando en mí una inusual piedad por su persona. Germán Chao es un vejete que no pudo hacer más daño que el que puede hacer cualquier diputado local, aun cuando sea joven. Los legisladores no sirven para nada, son nocivos, mi experiencia personal no registra una sola prueba de lo contrario. Pero Germán Chao, sino lo dijo en su campaña, por lo menos su imagen decrépita lo demostraba. Iría al congreso, si obtenía el triunfo, a cobrar, comer y dormir, a jubilarse con una dieta en estima enriquecedora. Así fue. Durmió como un lirón y entripó su cartera y su cuenta bancaria. Qué nos sorprende, qué haya salido de acción nacional. En los partidos son iguales todos. Solo que este caso llama a la compasión de un anciano que con seguridad sólo desea vivir el resto de su gris vida siendo el objeto de risa de sus nietos.


3. ENGAÑO: Antaño hubo un puesto de tortas y tacos que cobró efervescente éxito en los aficionados a la cena rápida. Estaba sobre Juárez esquina Humbolt y se llamó El Amigo. Aunque no distinguió clases y gustos sociales había una selecta membresía de jóvenes y jovencitas distinguidos por su posición de clase acomodada que llevaban mano a la hora de los pedidos. Fui un par de veces, y los tortas y los tacos estaban de la chingada. La carne, exclusiva de bistec de cerdo, ni pa’los perros. La salsa... igual. Eran largas y lentas filas de autos que pasaban pegados al carromato de tortas y tacos para comprar, y el misterio de cómo algo tan pinche puede gustar tanto se lo llevaron sus custodios: el padre e hijo, que sudorosos preparaban y cobraban, ya murieron.

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