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Una desabrida ternura es la que me provocan las fotografías del diputado Íñigo Laviada que fueron tomadas en distintos momentos en la ceremonia de su segundo informe de labores. Todas, sin embargo, tienen el sello lastimoso del vasallaje, del servilismo; del favor que se paga –muy mexicano— asistiendo a engrosar la bola, el bulto, la muchedumbre. Sobresale por vergonzosa la fotografía donde asoma la figura de la médico dentista María Dolores Salas, funcionaria inmerecida de la clínica hospital del Issste: carece del perfil profesional para ese cargo público y está empotrada por la decisión arbitraria e ilegal de Manuel Muñoz Gánem, mandamás administrativo del Issste nacional.
Los reportes periodísticos –si así pueden llamarse las inserciones pagadas aparecidas en medios impresos, son benévolos con el diputado federal: la maiciada surtió efecto. La impresión que yo tengo la puedo condensar en unas frases: Íñigo Laviada es un diputado federal que ha tenido un éxito rotundo y prestigiado con la dádiva y ha resultado un chasco para aquellos electores que sufragaron por él –que por cierto no quieren obsequios y regalos— y que esperaban tuviera un protagonismo político en la cámara generando para su distrito y sus municipios acciones legislativas de largo aliento, lejos, muy lejos de esta acciones manirrotas con dineros federales, improductivos, estériles.
Miguel Camín
retratos1@gmail.com
T R A Z O S
"…un amor desesperado y un lindo Crimen lloriqueando en el barro de la calle"
T R A Z O S
"…un amor desesperado y un lindo Crimen lloriqueando en el barro de la calle"
Le he llorado a la calle Pípila con la intensidad de roca que traen los aires del engaño. Le he llorado con el desvelo sin piel, con el flaco abandono sin llave, sin cerradura, con las puertas que se abren hacia adentro. La conocí de niño abrigado en un febrero de humedades, un suetercillo naranja que mi padre me compró en almacenes García. La miré de a poquito y de a poquito me contagió su pecado de mujer de huesos: ladrona, mercachifle, bodeguera, flaca y corta serpiente que va de Garizurieta y se sumerge en el río. Me colaba por Genaro Rodríguez y tomaba el túnel de gente fea y gritona, olor a verdura descompuesta en el mercado, las sanguinolentas carnicerías, y desembocaba en los brazos de esa famélica calle de espíritu trashumante. En una esquina un estanquillo de billetes de lotería que me hizo desconfiar de la suerte y a unos pasos la librería de mis primeras lecturas. Por las tardes el sabor de la tristeza, de la derrota, la vida que se presta a cerrar las ventanas. De noche las putas del hotel Tuxpan, un aroma a carne en venta, gorda, grasienta, en unas; en otras, el pellejo.
Miguel Camín
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