Por Miguel Camín
"El futuro todo está en el pasado, y la absoluta tristeza en la absoluta felicidad" (Vallejo).
"El futuro todo está en el pasado, y la absoluta tristeza en la absoluta felicidad" (Vallejo).
De las artes, la literatura nunca superó la mocedad. La pintura y la música, envejecidas y enjoyadas, siguen aun dando de qué hablar (1). Esta reflexión se asienta en mi cabeza mientras atardece y desde la terraza de la casa de mi suegra nubes enanas agrupadas en racimos brillan con una luz rosa acaramelada. Me reto a capturar en palabras esta feliz impresión y sé de antemano que el fracaso está garantizado. La literatura y su medio, el lenguaje, son insuficientes, incapaces: cojas, ciegas, sordas y mudas las palabras apenas si pueden sostenerse en pie.
Retomo un librito que dejé sobre las rodillas un momento. Es un libro de cuentos muy cortos que acaba de publicar en España un antiguo compañero de colegio a principios de los setentas en la primaria Benito Juárez. Él es Tomás Ornelas. Su padre era gachupín y su mamá de Córdoba. Se conocieron en el puerto de Veracruz y se casaron. Vinieron a Tuxpan empujados por el sueño del padre de poner una granja de camarones (2). La fiebre acuícola le duró al papá de Tomás un par de años, la manjúa inapetente nunca creció y vino la bancarrota y cogieron maletas, pernoctaron en la región de la madre unos meses con iguales resultados en un negocio de envasar café soluble (3) y terminaron por embarcarse de regreso a España.
Con Ornelas fuimos uña y mugre. Quién la mugre y quién la uña, no fue duda que nos quitara el sueño. Solíamos escaparnos montados en nuestras bicicletas rumbo a la embotelladora de la Pepsi Cola (4), por la brecha asfaltada que llevaba a la playa. Descendíamos de las biclas y bajábamos a la orilla del río a cumplir nuestro propósito: había un muelle de tablones que remataba unos seis metros metido desde donde, abajo las braguetas, orinábamos escuchando el burbujeante sonido del chorro de orín sobre el agua. Por lo menos dos ocasiones intentamos hacernos la puñeta, pero sólo logramos escoriarnos el caperol: éramos unos niños de once años y carecíamos de la fantasía erótica, combustible para una eficaz erección (5).
"Cuentos tuxpeños" es el título del librito que Ornelas me remite desde España. De entrada quedo convencido que hasta hora no ha podido arrancarse de su cabeza esos locuaces años de infancia en Tuxpan. Los relatos son flojos, hay poca tensión en ellos aunque es esfuerzo plausible el que Ornelas sin haber viajado nunca más acá exprima a dos manos la memoria para traer a cuenta nombres y lugares. Sólo una ocasión intercambiamos tarjetas postales: sigo apenado, pues recibí una serie de ilustraciones de paisajes ibéricos llenos de vida y a cambio yo le mandé unas pinches estampitas de un atardecer que sólo inspiraba una emoción desabrida y de un parque que era refugio nocturno de tordos y maricones (6). No hubo reclamo. Él lo olvidó. Yo nunca.
"¡Invítame a comer...!", es el menos peor de los cuentos escritos por Ornelas. Y no tanto porque consigne lo bien escrito como porque trae a mi memoria un personaje que había quedado escondido entre los pliegues de mi rocosa memoria. No supimos nunca el nombre del pordiosero, pero no nos importaba saberlo. Su madriguera estaba sobre la banqueta entre la papelería Las tres hermanas y la tienda de artículos del hogar La Estrella. Astuto y ladino el indigente no pedía directamente dinero, pues aunque alargaba su cochina mano, la carnada para atraer la caridad de los de a píe era su monótono y vulgar pregón de "¡Invíiiiitame a comer!". Tomás Ornelas y yo le detestamos desde el primer día que nos topamos con él y decidimos jugarle bromas como lanzarle cuetes y arrojarle agua en vasos. Pronto el pordiosero agotó su paciencia y vara en mano nos ahuyentaba. Decidimos dejarlo en paz cuando un compañerito nos confió el secreto de que el "¡Invítame a comer!" con las ganancias de las limosnas en el anonimato había levantado una porqueriza en una alejada colonia del centro y que secuestraba niños que usaba para limpiar la mierda de los chiqueros. Le creímos pues el pordiosero olía a marrano. Caminamos entonces por la acera de enfrente, donde de soslayo apenas le mirábamos a ese oculto criador de puercos.
Notas:
(1) "El agotamiento de la literatura" es el ensayo del crítico danés Adam Oehlenschläger compilado en la obra "¿Hay presente para las artes?", de la editorial barcelonesa Acantilado. El traductor es el escritor catalán Almudes Grande.
(2) Queda registro público de este reto empresarial los títulos de propiedad en comodato que Aguas Nacionales, departamento adscrito a Patrimonio Nacional en México, expidió a nombre del señor Serafín Ornelas en el ejido La Moderna en el año de 1969. Cabe agregar que la manjúa es una mancha densa de cría de camarón que por razones de equilibrio en la cadena alimenticia en las especies marinas está penalizada su captura que, a riesgo de ser castigada, algunos pescadores furtivos la practican. Es apreciada la torta que de la manjúa se elabora a base de huevo, y que según los nativos fortalece la potencia sexual.
(3) El Beneficio que arrendaba en Córdoba don Serafín Ornelas a un tío de su esposa fue tomado por los empleados que pidieron al gobierno lo estatizara. Un diputado de la CNC ganó votos con la promesa de acelerar su nacionalización. No lo logró. El Beneficio fue devuelto a sus primeros propietarios, los empleados se volvieron a emplear en él, pero don Serafín ya había abandonado con su familia el país.
(4) Un viejo lascivo trabajador de la Pepsi abandonado por su esposa e hijos por su conducta torcida, detrás de una palmera nos espiaba mientras orinábamos. La embotelladora dejó de envasar gaseosas. Su rival de oficio La Coca le quitó clientes. Los trabajadores fueron liquidados. No fue hasta los ochenta cuando usando la imagen de Michel Jackson, rey del pop, le Pepsi repuntó en el mercado. En Tuxpan fue ya tarde. La fábrica mudó en bodega, y después terminó en decrépito y desolado inmueble.
(5) Sigue a debate entre las corrientes de la psicología y sus exponentes la edad de lo sano o no de la masturbación. Carol Swendorberg, especialista suiza en desarrollo sexual infantil, reafirma la hipótesis que la soledad del infante es condición incluyente en una potencial inclinación al juego erótico genital. Por su parte Gordon Ítalo, inglés psicoterapeuta de origen italiano, cuyos casos experimentales con adolescentes "problemas" le llevaron a la estimación de la comunidad científica británica, ha llegado a la conclusión que la expansión de la conciencia de la sexualidad en el niño entra en conflicto con su entorno físico.
(6) Repetidas administraciones municipales cercenaron el parque Rodríguez Cano, privilegiando la cobertura del automóvil por encima del peatón. Ampliaron la avenida a espaldas de la alcaldía robándole espacio al parque. Donde antes hubo un obelisco, bancas y árboles, putas y putos, hay ahora una plaza cívica, en el centro una altísima asta bandera donde los lunes temprano le rinden culto otros sinvergüenzas y ladrones.
MIGUEL CAMÌN
retratos1@gmail.com
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