sábado, 7 de febrero de 2009

¿De qué se ríen los precandidatos?


Por Uriel Flores Aguayo

urielfloresaguayo@hotmail.com
Las imágenes de registro y arranque de precampañas nos han traído rostros sonrientes y multitudes eufóricas. Más que actos políticos parecieran juegos deportivos o fiestas carnestolendas. Será que la situación económica que nos abruma casi a todos amerita maquillajes y “peladas de dientes”. Es obvio que los candidatos deben sonreírle a la gente, sus propósitos y la costumbre se los exigen, su labor proselitista los obliga a transmitir optimismo y alegría. Pero hay límites y explicaciones, sus demostraciones son tan excesivas que pudieran encuadrarse en actitudes triunfalistas, en evasión de la realidad o en farsa. Sus poses desbordadas son un mensaje de la vieja política, cuando una candidatura o un cargo se celebraban igual que se hubieran sacado la lotería. Es una fiesta del hueso, con cuates y acarreados, alejada del interés y el ánimo del común de la gente.

No se trata de ser pesimista o andar deprimido pero los hombres del servicio público deben tratar de entender y adaptarse al resto de las personas. Estos son tiempos difíciles, de inseguridad y penuria económica, de incertidumbre y desesperanza, cuando las carcajadas de los políticos pueden resultar ofensivas para el pueblo. Los que hoy son precandidatos a diputados federales deben tener conciencia de que serán representantes de los ciudadanos que hoy poco les creen.

El político tradicional es simulador por definición, por lo tanto cree que con una sonrisa de oreja a oreja es suficiente para acreditar una imagen pública e inspirar confianza. El problema es que la política tradicional está en crisis dada su estancamiento e inutilidad. La situación del país en general y Veracruz en particular reclama políticos serios, preparados y austeros. El triunfalismo es soberbia que cree que las cosas serán igual para siempre; error, los cambios profundos casi siempre son tendencias ocultas que irrumpen sorpresivamente.

En ese sentido se han criticado por propio y extraños las ridiculeces de Zedillo y Calderón, en Davos, Suiza. En una competencia de frívola irresponsabilidad por fin se encontraron los dos seudo-mandatarios del peor humor que registra la historia de México. Son tipos cuya capacidad de ser chistosos es igual a su estatura política: bobos y mediocres. No podía faltar a la cita Vicente Fox, quién nos deleita de vez en cuando con estupideces como la de revelar que dejaba un encargado en “los pinos” mientras él se iba a hacer campaña para el PAN. Con el parcito mencionado Fox completa el trío más patético y devaluado del que tengamos memoria. Para vergüenza de los Boqueños, todavía un expresidente municipal se aventó la puntada de levantarle una estatua a ese locuaz y nocivo personaje. En el espejo de esos chistositos con poder pero repudiados por la mayoría de la gente deberían de verse los aspirantes a legisladores federales.

Risas y payasadas aparte, lo importante ahora es estar pendientes de las propuestas, las ideas y los compromisos de los precandidatos que, hasta ahora, no pasan de generalidades u ocurrencias. Se trata de que demuestren sus méritos y capacidades, que no dependan de los aparatos y recursos públicos, que valgan por si mismos, convenzan con argumentos y formen parte de la renovación política que urge en México. No creo ser el único que prescinde de las frases y encabezados de siempre, donde el aspirante dice todo y no dice nada, profesa su amor como estornudo, suda unos meses para esconderse tres años y ofrece cosas que no le competen. Eso es lo viejo aunque lo hagan jóvenes que, por eso, se convierten en “bebesaurios”. Vuelvo a preguntar: ¿de qué se ríen los precandidatos?

Recadito: ¿Presidente del empleo?, la respuesta está en la marcha del FAS este 10 de febrero.

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