Estimada Tuxpeña:
Tus palabras, me ruborizaron. No hago lo que hago por reconocimiento o aplauso.
Simplemente lo hago porque así soy. Si, así soy.
Ser significa la forma en que enfrentas la vida, la manera en que te conduces por los caminos de este mundo. Y eso, Brianda, lo aprendí de otra mujer que ha sido mi faro, mi guía: mi madre.
Mi madre tuvo seis hijos, cinco mujeres y un hombre. Y la primera lección que aprendí de ella fue la equidad: yo fui criada en igualdad de oportunidades que mi hermano. Las mismas posibilidades de ser feliz, estudiar y hacer lo que yo quisiera.
Ella fue enfermera en un hospital de traumatología, y a pesar de trabajar el turno nocturno, de ocho de la noche a las ocho de la mañana, estaba ahí, en la puerta de la escuela, a las doce del día. Y recibía las quejas de mis travesuras con paciencia: otra gran lección: tolerancia. Mi madre jamás trató de aplacar mi espíritu rebelde con golpes. Se limitó a comprar ingentes cantidades de pomada de árnica para mitigar los incontables moretones que me hice al trepar árboles, jugar beisbol y correr por los campos de girasoles cercanos a casa.
Decidí casarme a los diecinueve años. Otra lección: respeto. Mi madre jamás se opuso a semejante locura. En cambio, le escribió una carta a mi futuro esposo: le pidió que estudiara, que se preparara para el compromiso de vida que iba a asumir, tal vez demasiado pronto.
Cuando nació mi primer hijo, mi madre compraba las peras y manzanas más hermosas que encontraba en el mercado para el chiquillo: me enseñó a ser solidaria. No era mi madre quien me regalaba la fruta, era una mujer que sabía lo que se siente cuando un hijo tiene hambre, y no hay nada a la mano que ofrecerle.
Hoy mi madre está enferma, muy lejos de donde estoy yo para ayudarla. Paciencia, un valor más. Algún día cumpliré mis compromisos de vida, mis hijos crecerán y volarán, y yo podré volver a su lado.
¿Ya ves Brianda?
Yo no hago nada. Mi vida es, simplemente, un homenaje a mi madre, la mujer más maravillosa en este mundo.
Un abrazo solidario.
Ime.
Tus palabras, me ruborizaron. No hago lo que hago por reconocimiento o aplauso.
Simplemente lo hago porque así soy. Si, así soy.
Ser significa la forma en que enfrentas la vida, la manera en que te conduces por los caminos de este mundo. Y eso, Brianda, lo aprendí de otra mujer que ha sido mi faro, mi guía: mi madre.
Mi madre tuvo seis hijos, cinco mujeres y un hombre. Y la primera lección que aprendí de ella fue la equidad: yo fui criada en igualdad de oportunidades que mi hermano. Las mismas posibilidades de ser feliz, estudiar y hacer lo que yo quisiera.
Ella fue enfermera en un hospital de traumatología, y a pesar de trabajar el turno nocturno, de ocho de la noche a las ocho de la mañana, estaba ahí, en la puerta de la escuela, a las doce del día. Y recibía las quejas de mis travesuras con paciencia: otra gran lección: tolerancia. Mi madre jamás trató de aplacar mi espíritu rebelde con golpes. Se limitó a comprar ingentes cantidades de pomada de árnica para mitigar los incontables moretones que me hice al trepar árboles, jugar beisbol y correr por los campos de girasoles cercanos a casa.
Decidí casarme a los diecinueve años. Otra lección: respeto. Mi madre jamás se opuso a semejante locura. En cambio, le escribió una carta a mi futuro esposo: le pidió que estudiara, que se preparara para el compromiso de vida que iba a asumir, tal vez demasiado pronto.
Cuando nació mi primer hijo, mi madre compraba las peras y manzanas más hermosas que encontraba en el mercado para el chiquillo: me enseñó a ser solidaria. No era mi madre quien me regalaba la fruta, era una mujer que sabía lo que se siente cuando un hijo tiene hambre, y no hay nada a la mano que ofrecerle.
Hoy mi madre está enferma, muy lejos de donde estoy yo para ayudarla. Paciencia, un valor más. Algún día cumpliré mis compromisos de vida, mis hijos crecerán y volarán, y yo podré volver a su lado.
¿Ya ves Brianda?
Yo no hago nada. Mi vida es, simplemente, un homenaje a mi madre, la mujer más maravillosa en este mundo.
Un abrazo solidario.
Ime.
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