lunes, 18 de octubre de 2010

NETO...


ENVIADO A VAXTUXPAN
La letra desobediente
Braulio Peralta


Neto no le hacía daño a nadie. Hijo de familia, apenas rondaba los 16 de edad. Poseía la belleza natural de la juventud. Delgado, grácil, un rostro de esos que no sabemos si es mujer o “cosa”. Atraía a hombres y mujeres por igual. Era imposible pasar sin verlo.
Los vecinos lo veían cruzar todas las mañanas rumbo a la escuela: “¡Cuídate Netito, bonito día!”. Lo querían, y él sonreía como respuesta. Tímido, caminaba descuidadamente por el malecón cuando de repente se para un auto. Alguien le ordena:
—¡Neto! Súbete, te llevamos.
Eran tres los del auto. Sin moros en la costa, Neto subió sonriendo porque había reconocido a uno de ellos, que siempre le había echado el ojo…
Lo que siguió para Neto sólo él lo sabe…
Descubrieron su cuerpo atado a un pino de las playas de Tuxpan, allá, donde el mar es el único testigo posible. Tenía una soga en el cuello. Murió ahorcado. El parte médico decía que fue violado y golpeado por horas. Lo descubrieron a medianoche, cuando sus familiares lo empezaron a buscar porque no regresaba a casa.
El crimen nunca fue descubierto. Los diarios del puerto hablaban despectivamente del afeminado y jotito, el maricón que vivía cerca del río, en el cruce con la laguna de Tamiahua. La familia, por vergüenza, no hizo nada para obligar a las autoridades a esclarecer los hechos. Se tragó su dolor.
La madre descubrió todo porque había encontrado entre los cuadernos de Neto una carta que, con el tiempo, aprendió de memoria:
“Neto: no sé cómo pero me enamoré de ti. Sé que no puede ser, que no es normal. Me odio por cobarde, por no enfrentar este amor tan callado, prohibido…Te veo y me da vuelcos el corazón. Tengo que acabar con esto, Neto, no puede ser. El cura me dijo que era pecado, que debía terminar con estos deseos impropios en un hombre cabal. Cada vez que voy a misa el padrecito me pide que a como dé lugar termine con nuestra historia…”
La madre de Neto —me dijo— supo por la carta que vivían su amor a escondidas. Que se encontraban en el mar, lejos de todos, después de la escuela. Los pinos de la playa resguardaban su idilio. La madre entendía el silencio de su hijo. Un nudo atravesaba su garganta. Prefirió callar su tristeza. Rompió la carta, única prueba para que se buscara al presunto culpable. Y nunca más volvió a misa. Dejó de rezar.
Cuando voy a Tuxpan siempre me acuerdo de esta historia.
braulio.peralta@milenio.com

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