lunes, 20 de junio de 2011

BIOGRAFÍAS TUXPEÑAS



Por: Alonso Castaño
“…y de detalles como despreciable polvo la vida sólida se evapora”
(Robustiano Ángeles: escritor tuxpeño desaparecido en las aguas del Golfo en febrero de 1938. La cita está tomada de su obra póstuma “Memorias río abajo”)

Es una virtud congénita de las comunidades enaltecer a sus prohombres. De ellos, hombres suspicaces de bien, todas las aristas de sus vidas son destacadas con lustre. Habitual es que una variopinta galería de lugareños letrados, que va desde el paisa aficionado hasta el biógrafo documentado, pasando por tinterillos, plumíferos, redactores, periodistas y cronistas, se encargue de exaltar sus obras y sus acciones, el fruto cultivado sea en vida sea en muerte. Estos alabadores tienen un mérito por brillante, modesto u holgazán que sea su trabajo: le recuerdan a la plebe de la comunidad que hay nombres y hombres que brillaron, o brillan aún, con flama propia y que olvidarles es sumergir en las sombras la historia local, su historia doméstica.
Aquí en Tuxpan se practican estos oficios públicos, dictados por el rigor de las hojas aladas del calendario. Se homenajea lo mismo a Jesús Reyes Heroles que a Fausto Vega Santander, de igual a José Luis Garizurieta como a Enrique Rodríguez Cano, incluyendo a Demetrio Ruiz Malerva y José Adem Chain, mas actuales Guillermo Chao Ebergenyi, José Luis Rivas, Braulio Peralta, y otras celebridades. Y se escribe sobre ellos; y se han erigido figuras en roca, levantado calzadas, parques, plazas, calles y lugares públicos de esparcimiento y cultura que llevan inscritos el nombre de algunos de ellos. Tuxpan y los tuxpeños han sabido ser generosos con la memoria de los que ya no están en vida y hospitalarios sin condición con aquellos que siguen proveyendo obra. De ellos, lo repito para resaltar, se encarga la noble inteligencia cultural tuxpeña. Y no lo hace mal. Lo hace, que ya es bastante
Un intruso mal venido sería yo si me atreviera a incursionar en la vida y obra de aquellos hombres. Nada podría decir que no se haya dicho, que no se haya expuesto. De mi parte pongo distancia de esos anhelos, consciente de que me son negados. Estos hijos agasajados ya tienen voces y plumas autorizadas, ya son piedra, mito, altar, letra, metal, cemento.
Pero hay tuxpeños naturales que nada han sido; a lo más polvo, malos recuerdos. Hijos de la leche agria, la vida les fue fermentando el camino que elegían; y desgraciados a su modo fueron, a ese modo infeliz de darle vuelta a la esquina sabiendo que el mañana está quebrado, como un percudido borrachín que desplomado en el suelo no alcanza a llegar a su destino porque no lo hay
“Lo peor de cada casa”. Con esta ingeniosa frase se habitúa a calificar a quienes la vida les ha escamoteado el remedio, y vayan dónde vayan o hagan lo qué hagan, su vida será al final un redondo y explosivo desastre; el mal los escrituró una vez paridos, y dueños o no de sí vivieron o pocos o muchos años padeciéndolo. Al final nada. Tal vez una tumba en el abandono, salvo para los polvos.
De estos hombres y mujeres de vida infame me ocuparé. Tuxpeños, cuyas biografías, más bien retales de biografías, en nada reconfortan, pero tienen el bálsamo bienhechor del que intuye que por las venas de la serpiente corre el antídoto

NICASIO LUGARDO CRUZ
CERRO DEL APAZOTE 1936 – COBOS 1961
Enterró a su madre a la edad de doce años. A su asesino, al asesino de su madre lo vio venir una noche preñada de barrunta. Oyó que en el miserable portón de madera enferma su madre rechazaba las manos urgidas y la boca alcoholizada de un hombre. Era Medardo Santiago, compadre de su padre difunto y padrino bautismal de él, por lo tanto compadre de su madre que ahora se resistía entre pena y rabia a su violenta embestida. Su madre se encontró a Medardo Santiago en el mismísimo Cerro del Apazote, un chipote de piedra dura pálida, en cuya mezquina planicie los sábados de cada quince días la Junta de Mejoramiento Cívico, Moral y Material de la ciudad celebraba bailes con grandes grupos de música locales. Allí se topó con él y en un rato de confusión ya se vio bailando un danzón, pieza musical que Medardo Santiago aprovechaba para arrempujar el cuerpo suyo al de ella sin el menor recato. A su madre no le gustó, se despidió de Cuca Solís y Armida Anastasio, amigas y vecinas, y se marchó de vuelta a casa, distante a dos cuadras de la escena del baile. Medardo Santiago la imprudenció a unos pasos del zaguán de la casa, ella acalló lo más que le permitió su paciencia para evitar que escucharán los vecinos y trató de desasirse. Medardo Santiago le metió mano y le mordió. Ella lo golpeó. Medardo Santiago sacó un puñal cuya hoja delgada apenas si refulgió bajo una luna nueva y se lo clavó en cinco repeticiones a su comadre. Limpió el metal punzante sobre su pantalón de dril y escapó del crimen.
Nicasio Lugardo Cruz fue acogido por Cuca Solís. Aprendió a leer y a escribir bajo su tutela, abandonó la escuela primaria en el cuarto grado, no quiso estudiar más y se refugió en el trabajo físico que los jóvenes realizaban en los muelles ribereños subiendo y bajando mercancías de los barcos. Allí conoció a Blas Servando, un raterillo de corriente pelaje cuyos padres habían abdicado de él avergonzados por sus fechorías. Blas Servando había viajado de polizón en la “Estrella del Sur”, una de las barcas que arrastraba en remolques fluviales las cosechas de bananas de los sembradíos de Santa Rosalía a Tuxpan. Nicasio Lugardo Cruz se imaginó un mañana provechoso cuando Blas Servando le desgranó a detalle el rico negocio que su patrón Luciano Reyna se traía entre manos suyas y la de otros vendedores y compradores de ganado. Nicasio Lugardo Cruz abandonó el empleo en los muelles y se unió a una cuadrilla de rufianes que practicaban el abigeato al amparo de las noches en los desguarnecidos, extensos y profusos ranchos ganaderos aledaños a la cuenca del río. Aprendió a montar, a descifrar con su oído los sonidos claves del avance o retirada a la hora nocturna del robo de vacas, a dormir sobre la montura si había que esperar, y a reconocer cada brecha, camino o vereda tras las sombras. El hurto de ganado fue su vocación. Luciano Reyna, su patrón le confió una nueva cuadrilla que azotó los ranchos paralelos a la vía del trenecito que corría máquina en vela de Cobos al km. 52 en la orillas de Poza Rica. Vivió con intensidad sus tres últimos años, entre estampidas de reces, sobresaltos, huidas y parrandas. Los ricos ganaderos, perdida la ilusión de que los cuerpos policiales aplacaran a los furtivos ladrones de ganado pues había sobradas razones para sospechar que aquéllos recibían dineros de los abigeos, resolvieron formar un equipo de guardias blancas en el que reclutaron a tipos de mala fama, mayoría ex convictos por asesinato y los arrojaron pago en mano a la cacería de los ladrones de su ganado. Entre los reclutas estaba Medardo Santiago, que había purgado una condena no por asesinar a su comadre sino por acribillar a balazos a un amigo tras una maratónica y hostil jornada de tragos de aguardiente. Nicasio Lugardo Cruz y su cuadrilla fueron emboscados una madrugada de temporal por las guardias blancas en las orillas de La Antigua Mirarmar camino hacia Aire Libre Km. 15, arriando 53 vacas, 12 caballos, 5 burros y 10 borregos. Murió defendiéndose, defendiendo el ganado que creía que era suyo, pues el abigeato fue su vocación. Es imposible saber si uno de los muchos disparos que salieron del rifle de Medardo Santiago fue el que acabó con la vida de Nicasio Lugardo Cruz. Amada Criollo, una amante que mantuvo en Cobos y con quien no procreó hijos reconoció el cadáver y lo reclamó para darle cristiano entierro. La autoridad de Cobos no tuvo inconvenientes en otorgar el permiso para sepultarlo.

1 comentario:

MemoBasurto dijo...

Felicidades por este articulo de Alonso Castaño.
Le auguro éxito en esta linea de periodismo.
Saludos.