domingo, 27 de enero de 2013

DIARIO DE UN REPORTERO...

*Obsesión sexual de Goebbels 

*El harem de Muamar Gadafi 

*Político compartía a su esposa 

Luis Velázquez 

DOMINGO 

Obsesión sexual de Goebbels 

Flaquita, te cuento más cositas sobre Joseph Goebbels, el súper ministro de Información y Propaganda de Adolfo Hitler: 

De entrada, preciso un dato biológico y psicológico al mismo tiempo: Goebbels medía un metro de estatura pero, además, era feo. Sin ningún atractivo físico, sexual ni erótico. Quizá, no obstante, el gran atractivo del poder político que tanto enloquece a cierto tipo de mujeres. 

Y de pilón, era cojo. 

En el primer tomo de sus tres diarios… un día sólo escribe: 

“1”. 

Otro día escribe: 

“2”. 

Otro día: 

“3”. 

Otro día más: 

“1”. 

Y eso, flaquita, significa el número de actos sexuales que solía tener en una sesión con su amada amante, todas chiquillas de 20 años de edad. 

El biógrafo de Goebbels anota que cuando escribía el número “3” en el diario significaba que había pasado una noche completa con la amante. 

Y cuando anotaba el número “1” se trataba, flaquita, como dicen los jóvenes, “de un rapidín”. 

Un rapidín, digamos, al estilo del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, quien tenía fama, igual que Bill Clinton, de practicar el sexo atrás de la puerta, rápido, rapidito, aprisa y deprisa, nomás para dibujar una raya más al tigre. 

Al final del año, Goebbels solía revisar cada una de las páginas de su diario para contabilizar el número de actos sexuales cometidos en el transcurso de los 365 días. 

LUNES 

“Me amas o te mato” 

Flaquita: 

El 90 por ciento de los políticos que llegan al poder, y también de quienes se quedan en el camino, alcanzan la plenitud cometiendo actos sexuales a diestra y siniestra, por todos lados y en donde se pueda, incluso, aunque la mujer deseada, muchas veces próximas, otras prójimas, se nieguen. 

Idi Amín, el dictador de Uganda, alto y corpulento, mejor dicho, con cuerpo grasoso, una panza que daría la vuelta a la tierra, feo, grosero, altisonante, barbaján, decía a las mujeres la siguiente frase bíblica, así fuera la esposa, la hija, una hermana de un funcionario público de su gabinete: “Me amas o te mato”. 

Y, bueno, todas lo amaban. 

En América Latina el político que más ha gobernado con el sexo ha sido el general Rafael Leónidas Trujillo, el dictador durante tres décadas de la República Dominicana, cuya vida fue novelizada por Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, en “La fiesta del chivo”. 

Leónidas Trujillo, por ejemplo, seducía a todas las mujeres, sin excepción, que le gustaban, a base del billete, cargos públicos, concesiones, ranchos, terrenos, edificios, automóviles. 

Pero también, en base a la intimidación y la represión. 

Y si la esposa, una hija, de un secretario del gabinete presidencial le gustaba… ejercía en automático el derecho de pernada, que llevó al cacique de Comala, Pedro Páramo, en la novela de Juan Rulfo, a cohabitar con las quinceañeras del pueblo y también con las mujeres casadas y bonitas. 

MARTES 

Lujurientos emperadores romanos 

Flaquita, la otra cara de la moneda sexual es la siguiente: su esplendor se registró con los emperadores romanos, tiempos aquellos cuando sin necesidad de un golpe de audacia al estilo Ricky Martin salían del closet y en vez de esconderse, como escribe el poeta tabasqueño, Carlos Pellicer, “del amor que no se atreve a pronunciar su nombre”, vivían sin ataduras su afiebrado y enloquecido amor por un efebo, un chamaquito menor de 20 años, guapo, bonito, atractivo. 

Margaret Yourcenar, por ejemplo, escribió un libro sobre el emperador Adriano, traducido al español por el cronopio argentino, Julio Cortázar. 

Y como parte del ejercicio del poder, Adriano se enamoró de Antínoo, un efebo de 17 años. 

Y llegó a perder tanto el piso, el equilibrio, la prudencia y la cordura, en un amor y en un deseo erótico desesperado, sin límites ni fronteras, que el emperador envió a su esposa al otro extremo del reino para quedarse solito con Antínoo. 

En la locura, Adriano construyó una nueva ciudad bautizada con el nombre de Antínoo. 

Todas las calles y avenidas se llamaban Antíno I, II, III, etcétera. 

En cada avenida levantó una estatua con la efigie de Antínoo. 

Imprimió una moneda, la moneda del pueblo, con el rostro de Antínoo. 

Un día, sin embargo, Antínoo conoció en un desfile militar a un soldado de su edad y quedó prendado. 

Y al ratito, antes de que el gallo cantara tres veces, Antínoo abandonó al emperador Adriano para entregarse a su nueva pasión golosa y glotona. 

Y como es lógico, Adriano se hundió en la angustia a punto del suicidio. 

Así, flaquita, amaban los emperadores romanos, como de igual manera se reproduce hoy en los cinco continentes… 

Y más, mucho más entre los políticos que de pronto, hartos de tanta satisfacción femenina, necesitan nuevas y fogosas aventuras desquiciantes. 

MIÉRCOLES 

“La cofradía de la mano caída” 

Flaquita: 

Hoy nos sorprendemos que en los puestos de mando público y partidista exista una diversidad sexual sin precedente. 

Pero, caray, flaquita, siempre ha sido así. 

Un dato: en las noches de reposo, luego de luchar en el campo de batalla, los insurgentes de Miguel Hidalgo y José María Morelos se concentraban en el cuartel. 

Y de pronto, mientras los insurgentes, la mayoría campesinos, cenaban, tocaban la guitarra, cantaban, echaban trago, y las mujeres echaban tortillas a mano con maíz amarillo en el comal tendido en el brasero a ras del suelo, Hidalgo y Morelos pajareaban en el campamento. 

Y de pronto, cuando les gustaba una doña la señalaban como el dedo, señal inequívoca de que esa noche les correspondía calentar el sarape y la cama y el cuerpo y el corazón y la mente y el sexo del par de sacerdotes que se sublevaron a los Virreyes y a la cúpula eclesiástica de entonces. 

En un diciembre, el yerno de Porfirio Díaz, Ignacio de la Torre, se reunió con 41 homosexuales más para una fiestecita de disfraces con igual número de metrosexuales, y en la madrugada la policía les cayó de sorpresa, y detuvo a todos, menos al yerno del dictador, porque alguien le facilitó la graciosa huída brincando de techo en techo. 

Pancho Villa, por ejemplo, se casó en 29 ocasiones y tuvo 28 hijos. 

Ah, pero acuérdate, flaquita, Sócrates y Séneca, por ejemplo, predicaban su filosofía en la plaza, y luego de acalorados y encendidos debates, se iban al baño público con su efebo en turno para que les lavara la espalda y otras cositas, y luego, hasta los intercambiaban como una muestra de la más alta modernidad de su tiempo. 

Es más, bastaría leer el libro del periodista y escritor Rafael Loret de Mola (padre de Carlos Loret de Mola) donde habla de “La cofradía de la mano caída” refiriéndose al sexenio de Miguel de la Madrid. 

Un psicólogo diría que los políticos suelen vivir de manera tan frenética que de pronto las mujeres les insatisfacen y descubren mucho mayor placer practicando el sexo con un efebo. 

JUEVES 

El harem de Gadafi 

Flaquita, te cuento: 

En Francia acaban de publicar el libro “En el harem de Gadafi” (megalómano, vanidoso y cínico) escrito por la periodista Annick Cojean, donde “dibuja a un líder de apetito sexual insaciable, violador de mujeres y también de hombres”, según reseña la revista del periódico El país. 

Y el retrato de Muamar Gadafi supera, quizá, acaso, a los políticos del mundo. 

Es más, hasta constituye un manual de urbanidad y buenas costumbres sexuales para que algunos políticos alcancen el doctorado en un curso intensivo. 

I. Gadafi ordenaba a su, digamos, equipo de comunicación social, que grabara en videos a todas las mujeres, sobre todo, jóvenes de 20 años, en bodas, institutos, universidades, centros de trabajo, y hasta las cárceles. 

Luego, Gadafi pasaba horas revisando los videos, buscando carne joven y nueva, a quienes ordenaba buscar para tenerlas como esclavas sexuales en su búnker, disponibles día y noche. 

II. En su habitación, Gadafi las obligaba a mirar videos pornográficos para que aprendieran la forma en que debían tratarlo. 

Luego, las violaba, pero además, las mordía en todo el cuerpo como un salvaje y luego las golpeaba. 

Incluso, en su locura lujurienta solía orinar encima de ellas, lo que le provocaba un placer insaciable y renovado. 

Y mientras cometía tales vejaciones, las llamaba “zorra”o “puta”. 

III. En su harem de esclavos sexuales tenía lo mismo mujeres que hombres, a quienes sodomizaba. 

Así, llegó a tener un total de treinta personas a su servicio exclusivo. 

Y como se drogaba, Gadafi acostumbraba tener sexo cuatro ocasiones cada día. 

IV. Si en los actos públicos Gadafi quedaba sorprendido, alucinado, por una chica, un chico, se acercaba a ellos y posaba su mano en la cabeza de la presa, señal inequívoca para que sus escoltas se la llevaran a palacio. 

V. En la universidad de Tripolí, Gadafi tenía “un picadero de lujo”, con jacuzzi con grifos de oro y una gigantesca cama, para que cuando sus escoltas reclutaran a una estudiante, le avisaran y se la llevaran a tal habitación. 

Pero además, el cuartel sexual también servía para que los médicos a su servicio reconstruyeran el himen de la estudiante universitaria y practicaran abortos. 

VI. Gadafi tenía a su servicio una bruja que convencía a las jóvenes con “regalos suntuosos, maletas enteras llenas de billetes y joyas” para pasar unos día en la finca del dictador libio. 

VII. Su obsesión sexual llegaba a lo siguiente: “Mantenía relaciones sexuales con algunos de sus ministros y elaboraba estrategias para seducir a las esposas de los Jefes de Estado africanos y embajadores”. 

VIII. Su locura erótica alcanzaba la siguiente dimensión: Khadija se llamaba una universitaria que había ultrajado. Un día decidió casarla con un militar. La chica quiso entonces reconstruirse el himen en Túnez y, un día antes de la boda, los escoltas de Gadafi la secuestraron y otra vez la violó, solo para demostrar al marido que Gadafi era el amo y el único que mandaba. 

¡Ay, flaquita, cuántos políticos hay así en el México del siglo XXI! 

VIERNES 

Una esposa compartida… 

Flaquita, termino con Goebbels. 

Se casó con Magda, una alemana guapísima con quien procreó seis hijos, pero además, de quien Adolfo Hitler estaba enamorado. 

Más todavía: Hitler influyó, mejor dicho, pactó la boda de Goebbels con Magda, como parte de un raro y extraño acuerdo entre los tres. 

Hitler pasó a formar parte de la familia de Goebbels, a tal grado que con frecuencia se iban juntos de vacaciones. 

Pero más todavía: con permiso de Goebbels, su esposa pasaba con Hitler, días completos, tardes completas, “a solas”, sin que nadie osara abrir la puerta de la habitación donde, digamos, platicaban, y/o en todo caso, vivían (para evitar malos pensamientos) un amor platónico. 

POSDATA: Lea y conozca la otra cara de la moneda política en Veracruz en www.blog.expediente.mx

No hay comentarios: