Jesús J. Castañeda Nevárez.-
En medio de la dinámica de la fiesta para conmemorar un aniversario más de la lucha por la independencia de México, surge un listado de héroes ya señalados por la historia y vitoreados en las plazas públicas en cada celebración con estruendosos ¡¡Vivas!!, que contagian el fervor patrio a todos, como para sentirse alegres de algo que completamente no se entiende, que no se comprende, que no se dimensiona, porque no se vivió, ni se sufrió, porque no se derramaron lágrimas de impotencia, de frustración y de dolor; porque no se estuvo ahí, en medio de la agresión.
Atrás de esa fiesta y atrás de esos héroes están sepultados en el anonimato millares de mexicanos que representan la otra rebelión, un movimiento difuso conformado por grupos populares, sobre todo indígenas, que llegaron a formar el 60 por ciento de los combatientes y que su meta fue la autodefensa de su manera de vivir, sobre todo, de sus comunidades y pueblos contra las fuerzas de la modernización, representadas por las Reformas Borbónicas en la Nueva España (chéquenlo), que pretendían alcanzar el control directo sobre la vida económica y que generaron un descontento entre las élites criollas locales, lo que aceleró el proceso de emancipación por el que España perdió la mayor parte de sus posesiones americanas en las primeras décadas del siglo XIX.
Hubo en esa lucha una separación no consciente ni formal, entre los grupos de liderazgo y los grupos populares. Ambos luchando juntos, pero con diferentes metas. Mientras los líderes independentistas luchaban por la formación de un nuevo Estado-nación, los grupos populares iban en un sentido completamente distinto; y que aún después de 200 años del inicio de la Independencia y 100 de la Revolución, siguen siendo su motivo de lucha: su autonomía, la defensa de sus tierras, respeto a sus derechos y justicia social.
En aquella rebelión por la independencia, los líderes hicieron suyas las causas de los indígenas para que éstos se sumaran con la causa de ellos, pero la historia demuestra que sólo fueron usados como “carne de cañón”. Si no podemos asegurar que fueron engañados, sí podemos afirmar que no les cumplieron, pues de haber sido así, no habría sucedido la Revolución 100 años después.
El análisis hoy nos lleva a esa época sin redes sociales, en las que los insurgentes debieron soportar el estigma de “revoltosos” que la élite de esa época les endosó; la clase oficialista que repetía descalificaciones dictadas desde el poder, como sucede en la era moderna. La burguesía de la época los debe haber repudiado y cualquier ataque perpetrado desde la figura de gobierno en su contra debe haber contado con su simpatía y festejo.
Pero hoy nadie recuerda a esos indígenas revoltosos, simplemente los ignoramos o les celebramos en paquete bajo la figura de “los Héroes que nos dieron patria y libertad”; los que clamaron desde el fondo de su desesperación y con todas sus fuerzas “muera el mal gobierno” y que no pudieron ver cristalizados sus sueños de libertad que parcialmente fueron alcanzados 11 años después.
La sociedad de hoy sufre una especie de amnesia al no reconocer en el presente los mismos eventos del pasado, que nos llevan a una espiral cíclica que anticipa lo que sigue en la historia. Por eso sólo celebramos el presente parcial que abraza a los héroes y les da la espalda a los que pusieron el coraje, la valentía y la sangre, por una causa más sencilla que la independencia: sólo el respeto, la garantía de sus derechos humanos y la justicia social.
Las desigualdades siguen vigentes, los privilegios continúan igual; hoy es un puñado de “afortunados” los que acumulan la riqueza, mientras que millones sufren de carencias hasta de lo estrictamente necesario. Siguen existiendo las injusticias sociales, en réplicas gremiales y sindicales que dan a los liderazgos todo el poder de negociar sus propios privilegios a costillas de toda una base de trabajadores que les dio la confianza de representarlos y que sin escrúpulo los han vendido, negándoles el derecho a la justicia social, abandonándolos al “repudio” mismo de la sociedad que les vuelve a llamar “revoltosos” y se alegra de que el poder los aplaste. Es la misma historia.
Celebrar nuestra independencia y reconocer sólo a los héroes de la historia, ignorando a esa clase social marginada y desprotegida, puede llevarnos a repetirla como hace 100 años, hasta que se logre en definitiva la verdadera justicia social que merecen los de abajo y un equilibrio económico que abra mayores oportunidades de alimentación, educación, salud y vivienda para todos los ciudadanos. Ignorar nuestra historia nos llevará a repetirla, hasta que lo entendamos. Ese es mi pienso.
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