A Gabriel García Márquez
Soñé despierto, caminaba a lo largo de una vereda mientras el sol golpeaba mi rostro y me dificultaba observar detenidamente lo que se encontraba adelante del camino ni aun haciendo sombra con mi mano sobre la frente, distinguí a lo lejos un hombre enjuto manejando una carreta, en ella traqueteando, llevaba un gran cubo de hielo, al pasar a mi lado hizo un gesto con el ala de su sombrero de paja y le correspondí el saludo, el hielo bailoteaba brillando con el arcoíris entre sus paredes de agua, evoque macondo, al coronel Aureliano, me pareció incluso escuchar el batir de alas de mariposas amarillas sobre las flores dispersas en los campos a donde mis pasos me llevaban, vi pueblos, lugares, personajes que me eran comunes, algo así como esas evocaciones que nos recuerdan lugares de nuestra niñez o juventud; mire montañas, ríos, pendientes, lodazales, vi rostros curtidos que me eran familiares, para luego mirar letras, frases escritas detalladamente sobre las hojas de los relatos en los libros, entonces me encontré confundido, no sabía si había atisbado los detalles con imágenes o lo había escuchado en las palabras que leí en esos libros que de tanto usar se deshacían en pedazos, aquellos que durante varias noches de mi infancia y juventud leía y releía, como cuando mi madre angustiada me obligaba a detener la lectura para enviarme a dormir porque de tanto seguir con la lectura según ella, me daría pulmonía, por el frío que se colaba en nuestra habitación vieja y derruida, me pareció ver un hombre anciano que me llamaba, levantaba su mano, se acomodaba sus lentes cuadrados, sonreía, extendía su mano hacia el cielo y como magia sobre las nubes podía leer mensajes, discursos, frases sueltas, metáforas, el personaje en cuestión no dijo nada mientras le veía, surgían como un torrente en mi mente, títulos de libros, esos que en mi época más loca soñé que los escribía, que cuando terminaba de leerlos esperaba encontrar en la guarda algo más escrito, porque me quedaban dudas o esperanzas fallidas de lugares o personas, me imaginaba ver en la proa del barco a Fermina Daza y a Florentino Ariza y defender con ahincó a Santiago Nasar, entonces, vi a este amigo despedirse en un atardecer nublado apunto de la lluvia, no pude decirle palabra alguna, tan solo mire la yerba crecida, una parvada de aves gritando y una música suave que se perdía en el horizonte junto al hombre que guardaba sus lentes y desaparecía llevándose ramilletes de mariposas amarillas junto a él.
Fuente: RADIO AMLO.
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