domingo, 18 de septiembre de 2016

#EscenasKirguizes

Un viernes soleado de los últimos del verano, Ulan, Cheneq y Gumar, tres niños de la comunidad de Balukchi, en el norte de Kirguistán, empacaron en una mochila cuatro papas, una berenjena, un cuchilo, una caja de cerillos y se dirigieron al lago Issyk Kul.

Los conocimos mientras intentaban encender una fogata cerca de la playa con un montón de ramas a medio secar y acomodadas directamente sobre las papas. Gumar arrojaba cerillo tras cerillo mientras Chenque lo cubría del viento con una toalla y un trozo de cartón. 

Pero fueron más las ganas de nadar que el hambre y un par de minutos después la merienda estaba olvidada, las camisas dispersas en el suelo y los tres niños sumergidos en el agua hasta la cintura.

Valió de poco el ruso –de paso, demasiado básico– con el que intentamos comunicarnos con ellos, los niños kirguizes de las zonas rurales aprenden este idioma en la escuela o en la calle cuando son mayores.

Así que, entre señas y caras de confusión, pasamos juntos aquella tarde nadando, jugando futbol americano, “luchitas”, tomando fotos y, finalmente, asando las papas y un par de elotes que los niños comieron de prisa.

Antes de despedirnos les pedí que posaran para tomarles una fotografía. Enseguida se acomodaron en fila con el cuerpo erguido, miraron al frente e hicieron un saludo marcial.

Más tarde, cuando continuamos el viaje y tomamos la carretera hacia el oeste, distinguimos a lo lejos un grupo de figuras que avanzaban sin prisa entre los arbustos. El chofer redujo la velocidad y tocó el claxón. Tres manos se alzaron de inmediato e hicieron un saludo efusivo.
Por: Oziel Gomez Pérez

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