martes, 31 de julio de 2018

Estado moderno y responsable

La escena veracruzana 
La trascendencia del proyecto de Nación por el que votó la mayoría de los mexicanos el primero de julio debe llegar a todos los ámbitos de la vida pública de México e incluso influir en los cambios culturales y cívicos que requiere nuestra sociedad. 

Se necesita darle pulcritud, responsabilidad, honestidad y transparencia a las tareas públicas para reforzar estos mismos valores en los distintos ámbitos de la vida social. La austeridad republicana y la lucha contra la corrupción, que son dos aspectos fundamentales del nuevo proyecto a desarrollar, no sólo son una reacción a la asfixiante situación que se vivía en los últimos años, sino que son parte integrante de una concepción moderna, modernizadora y de vanguardia del Estado mexicano. 

No es la vieja austeridad que nos imponía como receta el Fondo Monetario Internacional, que terminaba siendo un tijeretazo a los programas sociales, la reducción de personal a mansalva y/o la disminución de los sueldos del grueso de la burocracia, nunca de los altos funcionarios. 

Tampoco se trata del combate fallido a la corrupción que partía del supuesto, como en los tiempos de López Portillo, de que “la corrupción somos todos” o la de que en este sexenio se puso nuevamente en la palestra de las explicaciones aduciendo que la corrupción es parte inherente a la cultura del pueblo mexicano. 

La austeridad republicana es un principio liberal del siglo diecinueve que Juárez resumió en la célebre y elocuente frase de que los servidores públicos no “pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala”. Hoy esa tesis es plenamente vigente. 

El sistema económico neoliberal creó un modelo de Estado dedicado a imponer la rapiña y la corrupción como instrumentos de concentración de la riqueza en unas cuantas manos. Tal concentración sustrajo recursos para la inversión productiva, que se ubicaron en buena parte en la especulación. Se dejó de invertir en la creación de empleos, agravándose la situación laboral por la creciente automatización de la economía. Esto creó una gran ineficiencia productiva. Y como sucede en el rebote de las dietas extremas que algunas personas experimentan, el Estado en vez de adelgazar enfermó de una excesiva obesidad. 

En el nuevo planteamiento se trata de reasumir las responsabilidades sociales del Estado, velar por el interés general, no sólo el de unos cuantos; ocuparse del interés generacional, es decir, planear y gobernar con visión histórica y no a corto plazo; así como velar por la integridad ambiental, patrimonial, cultural y territorial de la Nación. Y todo ello con un gobierno suficiente, no excesivo, eficiente y honesto. 

Para la construcción del Estado moderno se requiere de una amplia participación democrática, para la cual no funciona la mera democracia representativa. Es necesario impulsar la democracia participativa, la consulta vinculatoria, el referéndum, el plebiscito y la revocación de mandato. La dicotomía Estado-sociedad debe hacerse dialéctica e integradora, haciendo de la sociedad el Estado mismo e incorporándola al ámbito de las decisiones, ya no sólo cada 6 años, sino en forma recurrente y diversificada. 

En esta perspectiva, la gran reforma administrativa del Estado mexicano debe dar cuenta de todos estos propósitos. 

En Veracruz, donde a partir de noviembre se contará con una nueva mayoría legislativa, se podría avanzar también en las adecuaciones constitucionales y las del marco jurídico secundario para ponernos a tono con la cuarta transformación del país. La amplia participación de la ciudadanía, su gran disposición para vencer las engañifas, el chantaje y el miedo, son un gran respaldo para ir a fondo en las grandes transformaciones que requiere nuestro estado. Así lo pide la sociedad valerosa que votó por el cambio verdadero el primero de julio. 
Marco Antonio Medina Pérez 

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