lunes, 22 de octubre de 2007

COLUMNA. Por Miguel Camín. retratos1@gmail.com

Apreciable Editor:
Acá me llegó copia de la nota de correo dirigida a un servidor de la Columna Retratos, que usted, acomedido, reproduce en su blog. Al lector o lectora anónimo que la dirige le aconsejo de la manera menos respetuosa que guarde sus elogios, pues yo no realizo tareas por encargo. Escribo sobre quien rechingados se me dé la gana. Con seguridad le decepcionaré si le digo que en el fondo guardo una admiración repulsiva por esta caterva de personajes públicos que he dispuesto describir como son: desvergonzados. Tal vez yo no pueda ser como ellos, pues tuve una madre devota de la boba y castradora doctrina cristiana y reprimió en mí todo impulso malhechor. A falta de valor para delinquir en despoblado, escribo. Le recuerdo que todo texto no es más que un trauma diferido, sublimado.
“JERONIMO FLOGERAS. REGIDOR 7, RATA-BENTANCURT, RATMON RODRIGUEZ R., CINICO UNICO VARGAS, CHUCHO CARBALLO,” nombres anexos a esa lista de eteces que usted recomienda (si me permite, yo le agregaría La Calumnia Tuxpeña) vendrán en su momento, no tanto porque usted lo solicite, como porque tienen ganado a pulso un lugar en la galería de Retratos. Ocuparse anticipadamente de ellos sería un despropósito insalubre, invitar a la mesa al inodoro.
Un saludo afectuoso.
Miguel Camín.



R E T R A T O S


«Ego sum qui sum (Yahvé)» (Ex 3,13-14).


1.-ECLESIÁSTICO: Afecto actualmente al confort, hubo un tiempo nada remoto en que Eduardo Cervantes juró vivir la vida regida por los votos de pobreza y humildad, entre otros, propios de quienes se ordenan sacerdotes.
De corta memoria, el Padre “Lalo” --apócope cebo para engatusar al rebaño--, olvida aquellos principios rectores de la conducta diaria del magisterio de cristo, y solaz se entrega con especial dulzura e este reino tan suyo, mundano. Nada tan refractaria a la imagen que se enseña en los textos catecúmenos de la iglesia como la que Eduardo Cervantes a guisa de anhelos puramente terrenales se ha construido. Soberbio, falible a la plata, débil al halago y las atenciones, la buena mesa y el buen vino, se deja querer, sin medir los límites de su apostolado. Vive, disfruta y celebra en las alturas de la parroquia “Cuerpo de Cristo” a merced del adinerado vecindario Jardines de Tuxpan. Es su feudo. Como en la etapa Colonial, ahí provee indulgencias, ameniza convivios, y hace y deshace como la caricatura a escala local del locuaz obispo de Ecatepec Onésimo Cepeda. Filósofo, teólogo, erudito y académico, (según sus quimeras) un solo acto de su proceder diario lo desenmascara: “Al árbol por sus frutos lo conoceréis”.

2.-ARQUEOLÓGICO: Docto en tomar pase de lista en la legislatura 98-2000, Edmundo Cristóbal Cruz es la prueba reina de que en la vida la estupidez, contra lo que se piensa, en ocasiones adquiere rango de inusitado éxito. Bueno para nada, fue diputado local, esquilmador de marchantas, regidor en noble comuna, y aspira con peculiar temeridad y sin el menor recato ser dirigente municipal de esa cosa insana llamada PRI. Basta ligar conversación con él para darse cuenta que lo suyo es el monólogo. Él lo es todo. Atropellado en el habla, salivoso, sonoro, celebrante de sus propias ocurrencias, es una fuente inagotable de sesudos disparates. De dónde le proviene ese pinche talento. Quizá de su gravosa inconsciencia, de su sietemesina madurez, de esa estirpe con olor a etnia prehispánica de la que infructuosamente no puede desarroparse.


3.-CAMPIRANO: Pocas ciudades pueden enorgullecerse de tener un novedoso cementerio de estatuas, monumentos y bustos. Tuxpan tiene ese campo santo, y a mucha honra. Río arriba, en la parte poniente de la ciudad, sobre lo que fue una peña de monte a un imbécil practicante del ocio se le ocurrió establecer una zona exclusiva para enaltecer a “Juan de las pitas”, y bastó que regurgitara senda ocurrencia para que en pos de ella se aglutinara un ejército de tarados. Y lo lograron. Hoy realizan con insulsa devoción homenajes a monolitos cuyas inscripciones y rostros son todo parecido menos al sujeto enaltecido. Lo que era un bienhechor prado o un refrescante sendero está convertido en un depósito de cadáveres de granito. Meo en él.

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