martes, 24 de junio de 2008

TRAZOS...




Para Eligia

Hospitalaria, Onésima te arropa en su casa con la bondad del manantial, con la alegría del pan. Vive en Fovissste Tulipanes desde que esta unidad habitacional fue ocupada. Las estancias de su casa son reducidas, pero lo que cobra realce son sus muros, donde penden decenas de litografías, todas, todas sin excepción de su autoría, de la autoría de Onésima. Le sugiero, --le vengo sugiriendo— que monte una exposición, que acuda a la casa de cultura, a su promotoría, porque ahí encerrado en sus cuatro paredes el arte que ella practica no cobra trascendencia. Me interrumpe para proponerme que sea yo quien me encargue de la organización, me adelanto y le confirmo que no tengo tripas para tratar con la burocracia municipal, para olerle los pedos a esos culos bajitos, se carcajea y nos invita, a mi esposa y a mí, a sentarnos a su mesa.

Onésima dibuja y pinta desde que tiene memoria, es decir desde que era un caimito en dos pies en su natal Sierra de Otontepec. Nació frutal en Chontla en una familia pobre, de padre labriego y madre panadera. Me confía que aprovechaba el blando del suelo en los amaneceres serranos para acuclillarse y con una vara en punta trazar en la tierra lo que su imaginación atrapaba, tendría, tal vez, unos cinco años. Pintaba y dibujaba escondida en su timidez, poniendo siempre a resguardo sus trazos de la vista de los ajenos. No pensó que dibujar tuviera algún mérito hasta que su profesor de sexto año le confiscó –por distracción en clase de aritmética— un cuaderno suyo, tapizado de figuras y paisajes. La expresión del mentor cargada de asombro le anunció a Onésima que ella poseía un talento particular. Mantiene vivo el recuerdo, porque ese descubrimiento la liberó de un lastre, que la condujo al extremo de dibujar con unas crayolas en el retrete, al fondo del solar, iluminada por una vela. De ese día en adelante podía ponerse a ‘rayonear’ donde se le ocurriera.

La técnica de la litografía la cultivó en Jalapa cuando se fue a radicar con Mariano un par de años. Mariano es su marido, un maestro de rancho que conoce los entretelones de la vida sindical de la sección 32 del Snte, y que lleva más años de comisión gremial que frente a las aulas. No han tenido hijos, y mientras Mariano viaja comisionado por el estado, Onésima pinta y dibuja. Ella ha sido autodidacta, salvo unos años que tomó clases de formas, composición y colores, impartidas por un cura jesuita perdido en las estribaciones de Santa María Ixcatepec. El clérigo de origen peninsular, de apellido Elguera, la atiborró de catálogos y colecciones impresas, de autores españoles, cuyas láminas y estampas de espléndida calidad fueron disfrutadas por Onésima.

Estamos parados frente a una litografía que Onésima tituló “Nadie vuelve sobre sus pasos”. A mi esposa la tiene arrobada y lleva minutos contemplándola. Yo tengo en una mano una tasa con café aromático endulzado con piloncillo y en la otra un circular pemol. En la esquina derecha inferior del cuadro Onésima puso una inscripción que a la letra dice: ”He regresado, creyéndome. Engañándome”. El dibujo es un camino que desciende sinuoso de unas laderas, en él una niña prietita arrastra una muñeca de trapo, intento concentrarme en el rostro de la muñeca, pero no doy, hasta que veo dos sílabas en tiza blanca sobre su frente, dice mamá.

Miguel Camín
retratos1@gmail.com

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