sábado, 25 de octubre de 2008

COMENTARIO Y COLUMNA TRAZOS... DE MIGUEL CAMÍN...


Estimados editores, he renunciado, al menos por algunos días (no sé, en realidad, cuantos, puede que mañana cambie de opinión, puede que nunca más lo haga. A veces miro a mi pareja y a mi hijo y me cuesta trabajo pensar si este es el mundo que ellos merecen. Por supuesto que no, y quedo con el sinsabor que buena culpa tengo yo de ello) a opinar sobre los personajes de la escena pública y sus deberes, motivado por el altísimo grado de descomposición en que se mueven, y cuyos efectos nocivos escapan a mi entendimiento y lenguaje. Me he enterado que la oposición edilicia del Pan colabora con vocación hipócrita como nunca con el sátrapa de Juan Ramón Gánem a cambio de dinero; y las imágenes y denuncias de las bolsas con alimentos acaparadas en un almacén del suegro del alcalde para especular posteriormente con ellas, con los más jodidos, en las campañas electorales que se avecinan no tienen calificativos, salvo el muy mexicano: ¡Qué poca madre!
Me negaba a reconocer en mi fuero interno que el arte y la religión son los únicos alivios que nos salvan. Mi madre es de rancio catolicismo, pero ser testigo temprano de sus plegarias no atendidas me llevaron, de niño, a abjurar de él. Sin embargo, con la leche venía el virus y, ahora, regreso con más frecuencia a las apretadas páginas de La Biblia no tanto a buscar respuestas a las súplicas maternas de antaño no escuchadas como a disfrutar del compendio universal del amor-odio escrito jamás.
El arte lo es todo, lo demás es no vivir, solía alertar Freud en pláticas a sus amigos. Por ello mando a la nevera a Retratos, El mundo del revés al chorizo, opiniones más sobre la puta política a la reata por una temporada. Me quedo con Trazos, con los Detectives Salvajes, con Julio Galán y Cauduro,con Fernando Vallejo, con Jean M. Basquiat, Joe Gould, y el rompecabezas de Tyron y Iunikua.




T R A Z O S

In Memoriam


Días atrás, leí en la cochina nota roja de un periódico –tan lacayo al poder y tan inservibles sus páginas que no dan para asearse el culo— que El Gorras fue curtido a golpes de cuchillo. Quien dijo ser su alma gemela, El Rubén, cómplice de sus juergas siempre al borde del abismo, de la nada, confesó a la fiscalía, abatido el ánimo, que el alcohol ingerido le volatiza el recuerdo, pero si fuese él el presunto asesino quiere pensar que encestó el frío metal con dosis de ternura, mas que rabia, porque El Gorras fue su mejor amigo.
Juan Xochihua "El Gorras" nació hostil desde los pañales, me confió su madre Ernestina una de las tantas ocasiones que fui a buscarle para que fuera a chapear unos lotes que tengo comprados en el panteón Jardín. Había caído nuevamente en la cárcel. "Pasa tanto tiempo ahí que se siente encerrado cuando lo dejan libre", dijo la madre resignada. A El Gorras la vida le incomodaba siempre, como cuando uno está condenado a traer un absceso en los güevos. De Alma pendenciera su biografía se puede resumir en una permanente pelea, a puño, a cuchillos.
Nadie lo quiso en su vecindario miserable de la 10 Oriente en la colonia Hernández Ochoa, pues la maldad le vino temprana junto a las purgas, el sarampión y las paperas. Casi nadie. Se lío con La Güera. Lo de ellos siempre estuvo más cerca de una compasión anudada, y deja testimonio el vientre estéril en el que El Gorras pudo jamás sembrar su semilla. La Güera llegó a la colonia toda amolada de su pueblo San Marcos, una ranchería del municipio lacustre de Tamiahua afamada porque allí hay una estirpe de raices incestuosas cuyas mujeres algunas son de una blancura lechosa en cuerpos de exaltación. Al principio La Güera no le abrió ni los labios a El Gorras; desdentada, temía que este detalle bucal desagradara a El Gorras. Este, por su parte confundía el pudor estético de La Güera con un falso gesto duro que no creía merecer. Fue hasta que La Güera le aceptó el primer trago de cerveza cuando la El Gorras vio en la sonrisa rota de ésta una invitación a pasar algo más que su lengua. Compartieron el alcohol y entre sorbo y sorbo hilaron un destino de cicatrices, y se precipitaron con la insconciencia del ciclista cuesta abajo, sin más frenos que sus desorientados pies. Vino, entonces, la borrachera de semanas, una chamba aquí y otra allá, sólo para ponerle más gasolina a sus curtidas tripas. En cierta ocasión los torcí entre Colombia y 2 de abril arropados por el aguardiente. Nos reconocimos y contribuí con unos pesos a mantener sus delirios etílicos. Fue ahí, en esa piquera pública de Colombia y 2 de abril donde El Rubén y La Güera cambiaron algunas miradas. El Gorras era refractario a los celos, pero creyó que la sonrisa carcomida de La Güera estaba hecha sólo para él, pues la consideraba un signo inatacable de la vida "culera" que los había juntado. El Rubén pensó distinto y se imaginaba que ahí donde hubo alguna vez una corta hilera de dientes se estampó duro el puño grueso de El Gorras. Celoso, él sí, utilizó su puñal, el de destapar la cagüamas, para cobrarle a su amigo El Gorras la frenta inexistente hacia La Güera.
El ejemplar donde leo la nota es de día atrás, y la fotos son malas, tomadas por un pendejo que sólo apuntó y cliqueo. En ellas Juan Xochihua estó con el torso al desnudo, con manchones de sangre semiseca casi marrón como parches de fango, como si la vida "culera" en su final le siguiera maldiciendo.

Miguel Camín

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