
BISMARCK DEL ÁNGEL
El pasado miércoles ocho de abril se cumplieron cuatro años de impunidad con relación al asesinato del director general del periódico La Opinión de Poza Rica, Raúl Gibb Guerrero. El semanario nacional policíaco “Alarma”, como siempre ha sido su estilo, fue el único medio de comunicación escrito que publicó fotos exclusivas de la manera en que el empresario periodístico quedó recostado sobre su costado derecho, tras recibir varios impactos de bala de, conocidos o, desconocidos. Eso la autoridad no ha querido revelarlo a la opinión pública, que al parecer está más interesada en saberlo que la propia familia.
Y es que por ejemplo, ese día del aniversario luctuoso, el periódico “matriz” de La Opinión de la Huasteca, si acaso publicó una nota a dos columnas, perdida en medio de otras noticias del día. Como si se tratara de uno más que se nos adelantó y no del que fuera el propietario.
Esto llamó la atención a muchos; por qué la familia no sigue exigiendo justicia y por qué no aprovecharon el aniversario y el medio para hacerlo; casi, casi, podría decir que guardaron silencio, como lo han hecho las autoridades encargadas de resolver el caso.
Aquella noche trágica asistí a la sede de La Opinión, atestigüe, ví, presencié, investigué, era un caos informativo y un hervidero de policías ministeriales, patrullas por doquier, retenes en carreteras, helicópteros, todo un operativo de seguridad. Pero nada, no dieron con nadie, no detuvieron a nadie. A los días siguientes, todos se fueron. Raúl Gibb, ya había sido sepultado.
También presencié su funeral. Para el alto nivel ejecutivo y la manada de políticos que siempre andaba tras de su persona, nada se comparó su sepelio. No fue nutrido como esperaba ver, no ví a los deportistas que tanto apoyó, no llegaron los políticos con quienes siempre se tomaba su foto en su privado, ante la mirada de un jaguar que un agosto cazó, durante esos días de excursión que frecuentaba y en los que dejaba a Abel Andrade como responsable. Su familia, sus hijos y los empleados fueron las únicas personas que “acompañaron” sus cenizas en la misa y, luego, en el panteón, sobre la carretera que conduce hacia Coatzintla.
Tras su asesinato hubo muchas dudas y conjeturas, nadie vio su cadáver en la morgue, ni las fotos ministeriales de la autopsia, tampoco el día que en un ataúd lo llevaron a cremar al puerto de Veracruz. Hubo, para muchos, otras inconsistencias, como por ejemplo la manera en que la unidad que tripulaba quedó trepada encima del lienzo de un rancho. Muchas voces dijeron que si hubiera sido tiroteado desde otra unidad cuando él circulaba en plena carretera, hubiera pasado ese lienzo; sin embargo sólo quedó “atorado” en él. Tuvo que haberse detenido, a alguien conocido vio para que detuviera su marcha y fuera sacrificado.
A Raúl Gibb lo conocí cuando fui su trabajador; era amable, atento y siempre preocupado por su empresa, por las plazas de los reporteros, por nuestras condiciones; hoy día, me dicen los colegas mucho ha cambiado ese trato con las sucesoras del mando. Esas sucesoras, que a cuatro años de distancia, sólo lo recordaron con una nota a dos columnas en la parte inferior.
El pasado miércoles ocho de abril se cumplieron cuatro años de impunidad con relación al asesinato del director general del periódico La Opinión de Poza Rica, Raúl Gibb Guerrero. El semanario nacional policíaco “Alarma”, como siempre ha sido su estilo, fue el único medio de comunicación escrito que publicó fotos exclusivas de la manera en que el empresario periodístico quedó recostado sobre su costado derecho, tras recibir varios impactos de bala de, conocidos o, desconocidos. Eso la autoridad no ha querido revelarlo a la opinión pública, que al parecer está más interesada en saberlo que la propia familia.
Y es que por ejemplo, ese día del aniversario luctuoso, el periódico “matriz” de La Opinión de la Huasteca, si acaso publicó una nota a dos columnas, perdida en medio de otras noticias del día. Como si se tratara de uno más que se nos adelantó y no del que fuera el propietario.
Esto llamó la atención a muchos; por qué la familia no sigue exigiendo justicia y por qué no aprovecharon el aniversario y el medio para hacerlo; casi, casi, podría decir que guardaron silencio, como lo han hecho las autoridades encargadas de resolver el caso.
Aquella noche trágica asistí a la sede de La Opinión, atestigüe, ví, presencié, investigué, era un caos informativo y un hervidero de policías ministeriales, patrullas por doquier, retenes en carreteras, helicópteros, todo un operativo de seguridad. Pero nada, no dieron con nadie, no detuvieron a nadie. A los días siguientes, todos se fueron. Raúl Gibb, ya había sido sepultado.
También presencié su funeral. Para el alto nivel ejecutivo y la manada de políticos que siempre andaba tras de su persona, nada se comparó su sepelio. No fue nutrido como esperaba ver, no ví a los deportistas que tanto apoyó, no llegaron los políticos con quienes siempre se tomaba su foto en su privado, ante la mirada de un jaguar que un agosto cazó, durante esos días de excursión que frecuentaba y en los que dejaba a Abel Andrade como responsable. Su familia, sus hijos y los empleados fueron las únicas personas que “acompañaron” sus cenizas en la misa y, luego, en el panteón, sobre la carretera que conduce hacia Coatzintla.
Tras su asesinato hubo muchas dudas y conjeturas, nadie vio su cadáver en la morgue, ni las fotos ministeriales de la autopsia, tampoco el día que en un ataúd lo llevaron a cremar al puerto de Veracruz. Hubo, para muchos, otras inconsistencias, como por ejemplo la manera en que la unidad que tripulaba quedó trepada encima del lienzo de un rancho. Muchas voces dijeron que si hubiera sido tiroteado desde otra unidad cuando él circulaba en plena carretera, hubiera pasado ese lienzo; sin embargo sólo quedó “atorado” en él. Tuvo que haberse detenido, a alguien conocido vio para que detuviera su marcha y fuera sacrificado.
A Raúl Gibb lo conocí cuando fui su trabajador; era amable, atento y siempre preocupado por su empresa, por las plazas de los reporteros, por nuestras condiciones; hoy día, me dicen los colegas mucho ha cambiado ese trato con las sucesoras del mando. Esas sucesoras, que a cuatro años de distancia, sólo lo recordaron con una nota a dos columnas en la parte inferior.
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