martes, 8 de septiembre de 2009

TIENDA DE RAYA...


Por: Imelda Torres Sandoval

El Emperador desnudo...

De niña me fascinaban los cuentos, principalmente los de Perrault y de Andersen. A través de ellos conocí el mundo de los adultos y su dura realidad. La niña de los fósforos me acercó por primera vez a la pobreza y al maltrato infantil, y la Caja de Yesca, al universo militar solitario y triste. ¿Quien no ha leído el Patito Feo y se ha solidarizado con el nacido en desventaja y aplaudido su superación basada en el esfuerzo propio? Yo sigo esperando mi príncipe azul, igualito al Príncipe Felipe de la Bella Durmiente.

Pero uno de los cuentos de Andersen que jamás olvido es El Traje del Emperador: imaginen una población de ensueño europeo, como Dublin, por ejemplo en la que vivía un rey pretensioso y descarado, al que por gusto y manía se le antojaban continuamente vestimentas caras y costosas. Dicho Rey escuchó hablar de un supuesto par de maravillosos sastres, que tenían telas y técnicas de costura únicas. Movido por la ambición, el Rey los hizo llamar a su Corte y les ordenó:

- Ha llegado a mis reales oídos que su técnicas de confección de vestuario son extrañas y sorprendentes. Quiero que se ocupen desde este momento en hacerme el mejor traje que haya existido para la conmemoración del Banquete Real que celebraremos en breve.

Los sastres llamados a la Corte Real en realidad eran unos pillos, pero deseosos de ganarse la confianza del Rey y con la ambición de tener jugosas prebendas, se pusieron a las órdenes del monarca en los siguientes términos:

- Su Alteza Real, nos vemos honrados en ser llamados por usted para tan noble y encomiable tarea. Confeccionaremos para su Real presencia el traje más maravilloso que ojos humanos hayan visto. Pero hemos de advertirle que las telas y los hilos con los que realizaremos el vestido únicamente pueden ser vistos por personas inteligentes o muy capaces para ejercer su cargo.

- ¡Que honor y qué maravilla! acertó a decir el atribulado rey ya que tuvo el temor inmediato de no poder ver la supuesta tela, y que sus súbditos se dieran cuenta de lo estúpido e incapaz que era para ejercer sus funciones reales.

- Comenzaremos de inmediato, señalaron los pillos que se hacían pasar por sastres. Traeremos ante Usted la tela maravillosa de la cual le hemos hablado.

Los sastres se retiraron, volviendo horas después con una aparente carga de tela e hilos, la cual mostraron al Rey y a su Corte Real, ensalzando los colores y los brocados que supuestamente tenía la tela.

El Rey elogió la tela, e inmediatamente todos sus consejeros hicieron lo propio: ¡Que tela tan exqusita! ¡Qué colores tan brillantes! ¡Que bien le sienta el color al Emperador! ¡La tela hace lucir mas jóven y más apuesto a nuestro emperador!

Y todos se deshacían en vítores y elogios para la tela y para el Emperador, quien también se regocijaba con la tela y los hilos que supuestamente le ofrecían el par de pillos que se hacían pasar por sastres.

Finalmente, el nuevo traje del Emperador estuvo listo. Los sastrecillos lo llevaron ante el Rey en lujoso empaque y, previo cuantioso pago, lo entregaron al monarca, no sin antes advertirle de nuevo que el traje sólo sería visto por personas inteligentes, ya que a los estúpidos e incapaces les estaba vedado ver tal tal maravilla.

El emperador inmediatamente organizó un desfile. Y ordenó a todos sus súbditos estar presentes para admirar su nuevo traje. El monarca, completamente desnudo, salió por la calle principal del reino en suntuoso carro jalado por caballos. La mayoría de los ciudadanos se quedaron pasmados ante la desnudez del Rey, pero conocedores de la advertencia de la cualidad de la tela, hicieron eco a los elogios de la Corte Real: ¡Viva el Emperador y su magnífico traje! ¡Que suerte tiene el Reino de tener un Emperador tan elegantemente vestido! Nadie quería pasar por estúpido o incapaz, seguramente.

Sin embargo, un níño se arrancó de la mano de su madre y a voz de cuello gritó: ¡¡¡¡¡¡¡El emperador está desnudo!!!!!!

Como sabia lección de este cuento, nos queda saber que, a pesar de la estupidez humana, siempre habrá el derecho de disentir, lo cual también se hace necesario ante tantos emperadores desnudos que desfilan por la actual política mexicana, seguido de amplios séquitos de lambiscones, que por no dejar de obtener sus regalías y prebendas, son capaces de ponerse de tapete para que pase la incapacidad y la corrupción, vitoreada por la mayoría agachona.

Usted apreciable lector ¿qué opina?

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