lunes, 6 de septiembre de 2010

MI AMIGO CARLOS MARISCAL.


Por Ezequiel Castañeda Nevárez.

No recuerdo haberlo visto antes porque ni vivimos en el mismo barrio ni estudiamos en la misma escuela primaria. Además, Carlos Mariscal Castellanos era menor que yo un par de años, así que nos conocimos hasta que llegamos a la preparatoria, en la gloriosa Escuela Manuel C. Tello. Yo era mayor que todos los alumnos de esa generación y, por lo mismo, más desarrollado físicamente -aunque no mental- el caso es que no era fácil el trato con mis condiscípulos, pero con Mariscal fue diferente, porque nos caímos bien desde el principio y él era muy amistoso y solidario, de los pocos chamacos que se me acercaron con confianza desde los primeros días de clases. Parecía esforzarse siempre por agradar a todos y su trato era invariablemente fraterno desde el primer minuto en que conocía a las personas, por eso hacía amigos con mucha facilidad.

La vida, después de la preparatoria nos llevó por caminos distintos y nos separó por más de veinte años. Un día, allá en la ciudad de México en donde me encontraba autoexiliado durante el famoso chiriyunato, un amigo me insistió en que quería presentarme a un tuxpeño, que afirmaba que éramos grandes amigos, resultando que era mi viejo cuate y condiscípulo Carlos Mariscal. El encuentro fue sumamente grato y la ocasión justificó el festejo que tuvimos con amigos comunes muy apreciados y desde ese día la tertulia se enriqueció con la incorporación del buen Carlos. Mi cuate Mariscal, que a la sazón se desempeñaba como Jefe de Recursos Materiales en la Junta Local de Conciliación y Arbitraje del Distrito Federal, tras cumplir cotidianamente con su deber, terminaba el día en la sede del grupo de veracruzanos que vivíamos en un confortable hotel en la famosa calle de Sullivan, de la colonia San Rafael, de la ciudad de México. Las reuniones de cada día vieron incrementada la alegría con la presencia y ocurrencias de mi amigo Mariscal, quien desde los primeros días designó a varios de nosotros sus compadres sin protocolo alguno.

Un día, 21 de marzo, por cierto, llegó muy temprano mi compadrito Mariscal al hotel Sybharis a despertarnos; aun somnoliento le reclamé su presencia porque era día de asueto y se justificaba la permanencia en la cama un poco más de tiempo, pero él ya tenía la agenda del día, como siempre, la cual iniciaba con un buen desayuno en el restaurante de un hotel ubicado frente a Palacio Nacional. El resultado fue que a medio zócalo nos encontramos con un distinguido veracruzano que en pocos minutos me designó como subdelegado de la Procuraduría Agraria en el estado de Tabasco. Bromista como él era, mi compadre se disculpo conmigo y dijo sentirse culpable del hecho y en compensación ofreció acompañarme a Tabasco. “No hay espacio, compadrito” le dije, una vez que indague sobre mi nuevo empleo. “No importa, compadre, ya acordamos que te acompaño y eso haremos” me dijo resuelto y así fue. En unos días nos vimos radicando los dos en Villahermosa, Tabasco. La aventura en el sureste con mi compadre Mariscal fue de antología y juntos construimos por algún tiempo mil y una anécdotas; en pocas semanas mi compadre ya era amigo de todos los tabasqueños, empezando por el Gobernador Roberto Madrazo, con quien colaboró algunos años después.

El pasado 21 de agosto fue sepultado mi queridísimo amigo y hermano Carlos Mariscal. Lamenté profundamente no haber podido estar allí, por el compromiso de la boda de mi hijo, que era casi a la misma hora, pero se que mi compadre, de haber podido, me habría ordenado cumplir con el rito ya programado de la boda y, de haber seguido con vida, no se habría perdido por nada el disfrutar ese día la convivencia con José Luis Camba, con Miguel Lara Rodríguez y otros amigos con quienes compartimos tantas cosas durante nuestra estancia en el altiplano. Me reconforta saber que ambos supimos siempre que entre amigos no existe el último adiós, porque mientras uno recuerde a un ser querido este jamás deja de existir, También estoy seguro que esa parte de nuestra historia que compartimos nos mantendrá siempre unidos a pesar de la ausencia física de mi amigo que se distinguió por ser un profesional de la amistad y un campeón universal de la generosidad. Abrazos cariñosos a mi compadrito corazón Carlos A. Mariscal Castellanos, que se nos adelanta en el camino. Ni hablar, es la vida.

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