miércoles, 1 de diciembre de 2010

APUNTES PARA UNA FABULA DE LOS DÍAS POR VENIR


Por Roberto López Arán

La acción transcurre en una selva de naturaleza mórbida, pero los personajes, no sé por qué, tienen nombres de tuxpeños”
(Nota del prologuista)

Descubrí estos apuntes en el fondo de un sobre ancho de papel manila. Me lo dejó a resguardo una persona que fue mucho menos amigo que cómplice entusiasta de lecturas raras y exóticas en la biblioteca pública que ocupó local en los años setentas en lo que fue el antiguo palacio municipal de la avenida Juárez. La bibliotecaria era una mujer madura, en grado sumo ignorante, pero lejos estaba de ser una oficial burócrata vulgar. Siempre nos atendió con indulgencia a pesar de su actitud supina (o por lo mismo) al extremo de otorgarnos libertades para tomar directamente de los estantes los volúmenes solicitados. Allí conocí pero sin entender a Oswald Spengler, a Gabriel Tarde; pasé horas, más que concentrado, desconcertado por “Historia cartográfica del Pantepec”, libro que alojaba entre sus páginas ilustraciones de copias de mapas trazados por manos de viajeros, exploradores españoles de esta región. Hubo un boceto patinado por el flagelo de los años que recuerdo vívidamente porque volví a topar con él reproducido con descuido en algunas monografías de Tuxpan; el más reciente encuentro fue verlo colgado en un marco con cristal de frente en una de las paredes de la casa museo que el ayuntamiento preserva en mérito a la revolución cubana. Parece un dibujo trazado por el pulso decidido y artísticamente involuntario de un niño, a sabiendas que quien arrastró el pincel fue seguramente uno de los arrojados miembros de las expediciones coloniales; semeja un trozo del río Pantepec en el último tramo de su agónico camino a la mar, un pequeño brazo con el contorno de ambas márgenes, y unos hilillos en tinta azul oscura que se desprenden como venas hacia tierra firme; son los esteros, una media docena de delgados cuerpos de agua que hidrataban zonas de humedales comarca adentro. Quiero creer que aquellos hombres de alma aventurera los transitaron sobre escuetos botes y quiero imaginar que tardaron en atemperar sus sentidos, sobreexpuestos a la delirante vegetación y a la bulliciosa fauna. Atesoro en mi memoria ese pequeño mapa resignado ante la realidad de la desaparición de aquella hidrografía pasada.
Confieso que no se me dio hurtar esas joyas de ejemplares impresos a pesar de que imaginaba, como ha sucedido, que se perderían en el trajín desobligado de las administraciones municipales. (José Luis Rivas, de oficio traductor y poeta, galardonado el año pasado con el Premio Nacional de Literatura me confesó fuera de grabadora que él había sustraído, siendo muy joven, de aquella biblioteca, “Libertad bajo palabra”, poemario emblemático de Octavio Paz, y que por obvias razones no lo devolvió. Hasta la fecha de la entrevista lo conservaba).
Mi compañero de lecturas era hijo único de un matrimonio de profesionistas que ejercían su oficio en oficinas de corte federal. La madre era la titular delegada de la Secretaria de Patrimonio, aparato oficial inventado en el gobierno de Luis Echeverría, y su padre era un viejo experto en máquinas diesel de navegación que entre armatostes y aceites languidecía en Puertos Mexicanos. La madre lo alumbró rayando los cuarenta años, teniendo el padre casi cincuenta, situación extraordinaria que le granjeó una sobreprotección infantil a la que quiso renunciar llegada la adolescencia pero a cuya provisión de mimos no renunciaron sus padres. Yo cursaba el segundo año en la escuela secundaria técnica 33 y él cruzaba la segunda mitad del ciclo escolar último de bachiller en la Manuel C. Tello. Era un gran lector; en extremo delgado y alto, como si la abundante lectura le quitara peso a su cuerpo y lo estirara. Leía de todo y me recomendaba libros cuyos títulos por sí solos me imponían temor pues yo me sentía desarmado, como a quien le mandatan para asumir un duelo sin revólver. Por mis manos pasaron “El laberinto de la soledad”, “Crítica de la razón pura”, “Canto a mí mismo”, “La riqueza de la naciones” y otros tantos títulos que él ya se había despachado y que podía con sincera humildad recitar de memoria párrafos completos de ellos.
No me impresionó del todo verlo un mediodía en las primeras filas de una larga marcha estudiantil para condenar el asesinato de un joven de su escuela. Una partida de policías realizaba su rondín rutinario, tomó por González Ortega y dobló en Arista, casi a mitad de esta calle tocada por un callejón de terracería los jenízaros escucharon el alboroto de unos jóvenes brindando serenata. Torpes e imprudentes como habitualmente son en su trato con los jóvenes, estos policías les marcaron el alto y les ordenaron cancelar el festejo. Vino una discusión que escaló hasta los insultos, los chicos se dispersaron en desbanda, un policía tomó el mosquete, apuntó a quién sabe qué, jaló del gatillo y le atravesó la espalda a uno de los muchachos en muerte fulminante.
La marcha de repudio y protesta la organizaba la sociedad de alumnos de la Manuel C. Tello apoyada por algunos maestros. Uno de esos maestros iba trepado en la cima de un coche acompañado por un alumno y desde allí altavoz en mano arengaban a la multitud estudiantil que reclamaba lo justo: castigo al asesino. El alcalde Manuel Muñoz Gánem, un novel dinosaurio del PRI venido de una clase acomodada de la exclusiva zona residencial de Tuxpan, con ambiciones políticas, palió el ardor contestatario de la turba. Bajó a la calle, encaró a la muchedumbre y prometió sanción ejemplar para quién o quiénes hubiesen protagonizado el desenlace de la tragedia. Si los deudos del difunto derramaron lágrimas cuantiosas durante el clímax del acto todas ellas se depositaron en el cáliz en que se convirtieron las demagógicas frases consoladoras y justicieras del Concejal tuxpeño. Demagógicas pero eficaces al grado de apagar con ellas la decisión de los marchantes de dirigirse hasta el domicilio del inspector de policía sobre la calle Melchor Ocampo para reprenderlo personalmente.
Ese mismo día los vivos enterraron a su muerto. Para la familia la promesa de un apoyo convertido en beca escolar para el hermano menor del acribillado; para quienes participaron del acto de protesta vinieron días de espera, de infructuosa espera, pues la justicia tomó su bolso y se fue de puta, no la vieron más. Mi compañero de lecturas entró en un estado de mutis del que ni Voltaire ni Rousseau ni Monstequieu lo inquietaron. Dejé de verlo por semanas hasta que lo reconocí detrás de las tapas duras de la novela “Los Miserables” del novelista francés Víctor Hugo. Había ido yo a la biblioteca pues estaba enfrascado en la lectura minuciosa de “La vida ordinaria de los Sumerios y Caldeos”, una voluminosa obra histórica que la editorial argentina Romagnoli había puesto en circulación sólo en las bibliotecas públicas como un obsequio exclusivo para el gobierno de Veracruz. Me dijo mi compañero de lecturas algo que a primera escucha no lo entendí pero conforme avanzó su explicación las dudas se fueron disipando, como la bruma otoñal de las auroras conforme pasaban las iniciales horas de la mañana frente a las márgenes del río Pantepec en la escuela secundaria técnica 33. Allí supe que era miembro acreditado del Frente Juvenil Revolucionario, un nido donde los cachorros del PRI empezaban a ladrar antes de aprender a morder, algo así como una guardería de perritos cuyos dientes de leche los enterraban en huesitos entrenadores de plástico semi blando para estar en condiciones de mordisquear duro cuando las circunstancias políticas electorales lo demandaran. También desarrollaban allí su olfato; me enteré de buenas a primeras que no era fácil para ellos hacer la distinción entre el aroma de la mierda y el aroma del dinero; hubo quienes destacaron por la virtud aguda de su nariz y fueron reclutados para otras ligas políticas mayores, aunque los más siguieron (siguen) confundiendo esos aromas rezagados en las menores.
Cuando hubo terminado de hacerme estas confesiones, sentí como si mi compañero de lecturas hubiese tirado lastres al vacio y su figura se proyectó para mí aun más flaca de lo que ya venía siendo. Estoy harto decepcionado, me dijo. No creía más en el PRI, en ese PRI que no había llevado a los tribunales al asesino de su compañero de banca y que con unos pesos ingresados a la alcancía de la familia del muerto había dado por cerrado el expediente del caso. No es el PRI, le refuté, son los ministerios públicos, las policías y el alcalde. No entiendes, dijo en un tono superior, todo poder es el PRI; se levantó de la silla, colocó sobre un anaquel “Los Miserables”, y antes de atravesar la puerta y tomar las escaleras hacia la salida al pasar junto a mi paró unos segundos, los suficientes para pedirme que lo viera al día siguiente pues deseaba confiarme un encargo. Mi compañero de lecturas no llegó al día siguiente, a la cita vino una jovencita morena que hablaba cuatrapeado y que según entendí ella era de Las Pasas, una comunidad del extremo sur del municipio, que traía un encargo del joven de la casa en la que ella hacía el servicio doméstico, y que el joven, junto con sus padres, había mudado hacia Puerto Madero en Chiapas, a donde el padre fue removido por Puertos Mexicanos. Me alcanzó un sobre holgado que llevaba bajo el brazo y desapareció.
El texto justificatorio (que advierto es breve, pero carece de claridad y rebosa confusión) fechado en el otoño de 1976 dice a la letra: “Vienen días donde los ciudadanos que queremos ser dejaremos de ser pues ni la posibilidad en potencia de ser nos es dada. Una camarilla de quienes podrían levantar el vuelo dignificando con sus tareas la frescura y transparencia de los aires que surcan ha tenido la contradictoria vocación de armarse para luchar porque todo cambie sin cambiar nada. ¡Oh! ¡Dios gatopardo, que del Sur de Italia has venido. Lampedusa en Tuxpan! (Esta frase está en latín, pero para entendimiento de los lectores se puso en español: nota del prologuista). Hemos escuchado los mañanas como si los ayeres háyanse abolido, como si los hoyes se hubiesen desterrado. El que vendrá no existe, los de la voz del mañana con graves sonidos de proyectos y de ilusiones y esperanzas esclavos de esperanzas, ilusiones y proyectas serán. ¡Qué hueca desgracia! ¡Qué corriente de un cauce seco nos precipita vacíos de creencias hacia un océano de desazón! Fui del PRI, no del de ahora ni del que viene, sino del enantes. No me arrepiento. Execraré en silencio”
Acto seguido vienen unos apuntes, a lo que más bien yo llamaría (y ustedes me darán la razón) el desvarío esquemático de un miembro desorientado de las juventudes priistas de los años setentas cuya afectación moral, por lo que vio y sintió, trató de sublimarla (sin éxito) elaborando el esqueleto proyectivo por medio del género literario de una fábula

APUNTES PARA UNA FÁBULA (DE LOS DÍAS POR VENIR)

I. ESCENARIO O PAISAJE NATURAL DONDE SE DESARROLLA LA FÁBULA
Se recomienda una jungla densa, apretada de vegetación donde torrenciales aguaceros se descarguen en las noches cruzadas por centellas y por el día la boca abierta del sol la calcine. Si se puede agregar un río caudaloso rebosante de caimanes que la cruce, mucho mejor.

II. ATMÓSFERA QUE SE RECOMIENDA PRIVE EN LA FÁBULA
Enrarecida.

III. COYUNTURA SITUACIONAL EN LA FÁBULA
Muy pocos están satisfechos por las maneras en que se disputó la corona del reino de la jungla. Los más están dudosos. (La duda es empírica; no se mal interprete como duda existencial)

IV. MARCO LITERARIO PARA ESTA FÁBULA
Es indistinto si se escribe en verso o prosa, ateniéndose a las reglas si se escoge uno u otro estilo. Lo inevitable será condensar en la pieza una pizca del ingenio de Fedro, un puñado de la imaginación de Esopo, y una cucharadita de la ironía de La Fontaine. Es aceptado condimentar el lenguaje con el sabor y color locales de Tuxpan.

V. GALERIA DE ANIMALES QUE PUEBLAN LA FÁBULA (SIN ORDEN DE IMPORTANCIA)

1. UN LEÓN; un monarca cuya corona haya sido obtenida, haiga sido como haiga sido
2. POR LO MENOS UN PAR DE TIGRES; sentados por separado en la joroba de una loma tristeando, desde donde miran cómo se despacha el rey a la presa
3. UN TITIPUCHAL DE HIENAS DE PELAJE CARMÍN; risa y risa éstas andarán haciéndose pendejas y aprovecharán o el descuido o el contubernio del LEON (según sea el caso de la hiena, porque habrá hienas que serán más iguales que sus compañeras) para comer de lo que reste de la presa, o invitadas al festín o robando de él si no son invitadas
4. AVES DE RAPIÑA (Aquí se sugiere escoger el ZOPILOTE, pues es una pajarraco nativo, aunque se deja a voluntad de quien ponga la pieza literaria si decide elegir un ÑAPO, UN GALLINAZO, U OTRA AVE CARROÑERA); será menester imprescindible anotarle al calce que esas AVES DE RAPIÑA llevan en la garras papel y lápiz
5. UN SOBERBIO GORILA; este animal en apariencia fuerte y poderosa, y falso aliado de uno de los TIGRES, deberá andar en la trama tejiendo una estola de colores: ayer rojo, hoy color del cielo, del tono de las nubes, mañana tal vez rojo, símbolo para él del colaboracionismo blandengue con el monarca. Un deseo abrasivo le quema la entraña, el de no ser más GORILA y convertirse en los venires de una próxima alegoría en un LEÓN.
6. Nota del prologuista (En este punto las líneas son poco legibles, mi compañero de lecturas parece referirse a una mofeta, a una jauría y tal vez a mandriles de culos rosados; por amor a la veracidad de este texto me impongo el deber de no especular más con lo qué quiso decir el autor)

No supe más de mi compañero de lecturas. Decidí, después de muchos años, asumir la indiscreción de publicar esos apuntes, de los que hoy he dado cuenta. Los nombres y apellidos de los tuxpeños que vienen en el manuscrito se censuran pues algunos sobreviven; y quienes no, tienen parentela aun aquí. Que los lectores juzguen. Gracias.

No hay comentarios: