martes, 12 de julio de 2011

ARROPADO POR LA SORPRESA


Alonso Castaño
(alonso-cas1@hotmail.com)
Braulio Peralta tiene el cortante don de hacerme sentir mal. Creo que dramatizo; más bien, posee una lengua, en su conversación directa, que tiene la hiriente y libre franqueza de una flecha que rasga el aire. A los tuxpeños nos es incómodo porque hemos hecho de la sabrosa conversación un acto de ocultismo, del doblaje una trinchera, y de las medias verdades un maquillaje.
Gusto de conversar con Braulio Peralta porque me atrae correr el riesgo del toro de lidia: entrón, echado hacia adelante, embestidor sin reparar en la sagacidad punzante de quien contiene. Y así es Braulio Peralta, no teme al embate pues siempre anda vestido de rejoneador. Gran entrevistador sabe que hasta el intercambio más pueril de frases entre dos personas puede tener consigo cargas explosivas.
Lo encuentro con una sonrisa veraniega, viene hacia mi envuelto en una luz que le regatea su fuerza pues la mañana aun no despierta del todo y los colores de su ropa no despuntan. Lo trae un sendero estrecho y largo desde el fondo de un complejo de habitaciones con arquitectura vernácula en el exótico hotel Isla Tajín.
A sus espaldas las aguas bajas de la laguna son un ancho caimán perezoso y de frente el mar se entretiene entre bostezos.
Nos instalamos bajo el alto y ancho cobertizo del restaurante del hotel, tomamos una mesa y a mí me tiene inquieto las largas y delgadas patas de un ventilador que cuelga del techo como las aspas metálicas de un helicóptero. Cogemos la mesa más cercana a la piscina y a la laguna. Tenemos a cien metros de mirada una ensenada densa de mangle que le da al paisaje un tono de geografía de selva de aguas bajas.
El pide una ensalada de manzana aderezada con yogurt natural, una estrujada de salsa benigna, un vaso de zumo de naranja y café negro. Yo elijo huevos revueltos con camarones, igual jugo de naranja, café americano; él ordena adicional una orden de bocoles, y de postre unos cuadritos de panecillos de plátano, naranja y elote.
Yo lo veo feliz, no me lo dice, pero trae pequeñas mesetas rozagantes en su rostro. Anda chapeado, vamos. Sin decir agua va asoma desde su mano un ejemplar de Henry Miller. Es “Transmutaciones”, la obra gráfica del escritor norteamericano de culto, editada por la Universidad Autónoma Metropolitana. El libro es flaquito de cubiertas firmes, pero su contenido es suculento: el prólogo es del propio Miller y el colofón corre a cargo del crítico de arte Andrés de Luna, en medio una selección a color de los trabajos de Miller en acuarela y óleos. Braulio, como ya es su costumbre, me muína afirmando que para él los dibujos de Miller no tienen gran valor pictórico. Tomo su sentencia como una de sus tantas bromas serias y le acepto de inmediato el libro que me alarga y lo atesoro para mí.
A cambio yo le muestro “Los detectives salvajes” del fallecido escritor chileno Roberto Bolaño, pero no hace mayor comentario. Nos centramos en el autor Jorge García-Robles de quien acaba de editar una novela. Le confieso que fui fans de García-Robles en los ochentas, que conservo su antología de artículos contenidos en su libro “Utilerías”, y que compré ejemplares sacados por su editorial Milenio, especialmente uno sobre la presencia de William Burroughs en México y, otro, la bellísima novela Tristessa escrita por Jack Kerouac en sus meses de estancia también en México. En este punto la conversación se emparenta con el aire suave, bienhechor de la mañana que empieza a ponerle tonalidades verde a todo lo que nos rodea. Braulio Peralta está arrobado por la forma silvestre, silenciosa en que nos cubre el día. Yo no tanto. Aquí se levantó antaño un modesto hotel llamado “Villa Helmi”, unos cuartos humildes sin chiste con aire acondicionado, una fonda de comida carente de sorpresas y una piscina cubierta de hojas descoloridas e insectos. Vine a “Villa Helmi” en dos ocasiones, acompañado, no me pareció de importancia el sitio salvo la playa nocturna, vacía, cómplice de fechorías sexuales.
El desayuno y la conversación se abren como las alas de las garzas hospedadas en las copas de los altos ramajes de la ensenada. Siempre regreso al tema de la vida de las secciones culturales y suplementos sabatinos y dominicales de los diarios. Lo hago a pesar de que sé que a Braulio Peralta ese tema le despeña hacia un pasado lleno de vigor y de pasión periodística. Fue bajo su dirección cuando la sección cultural de La Jornada dictaba agenda en el mundo veleidoso de la cultura mexicana. Hoy coincidimos en que tales empeños se han ido al carajo, y que las secciones y suplementos culturales de los periódicos arrastran espíritu de anemia.
Braulio Peralta mantiene una columna los lunes en Milenio Diario y se ocupa de tiempo completo como editor en el consorcio editorial Planeta. Han pasado por su catálogo: García Márquez, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Fernando Vallejo y Enrique Serna, entre otros tantos consagrados de las letras latinoamericanas. A pesar de ser vecino literario de estos personajes Braulio Peralta no pierde el gesto sorpresivo y doméstico cuando lleva un cachito de la estrujada a su boca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente crónica....