Oziel Gómez
México amaneció roto. El país que debió hacerlo festejando el pleno y legítimo ejercicio de su democracia amaneció consternado, cuestionándose si realmente había sido así. Lo hizo con un mal sabor de boca que le dejó la jornada electoral, que le dejó de todo menos la satisfacción de un pueblo que ha elegido a su representante por una mayoría verdadera y real y no la mayoría de intereses privados y hambre de poder que decidió y posicionó a EPN por encima de los deseos del pueblo.
Los mexicanos amanecieron con un sentimiento de inconformidad y malestar. Amanecieron mirando su dedo manchado aún, con su conciencia tranquila por haber votado, pero preguntándose si realmente las horas de fila, calor, hambre, lluvia que pasaron el domingo habían valido la pena, habían valido realmente o había formado únicamente parte del protocolo establecido mediáticamente para llevar a EPN a Los Pinos, cuyo final ya estaba decidió aún antes del 1 de julio.
El títere que quiso jugar a ser presidente en las manos de la televisora lo logró, esto únicamente con su ayuda, ya bien y acertadamente lo declaró el medio alemán Der Spiegel en su artículo El señor telenovela: “Peña Nieto solo lo pudo haber logrado con la ayuda de la tv”. Quiso jugar, quiso ser el muñeco en manos del poderoso, quiso vender su imagen para que el monopolio le construyera una candidatura y le allanara el camino mucho antes del primer día de campaña. Y así fue y así ha dado lugar a que esa silla presidencial espere su peso para el primero de diciembre.
Por eso México amaneció roto, derrotado. La democracia acribillada, herida y desgarrado y no a nuestras espaldas. De la manera más cínica y pública y aún con los esfuerzos hechos se impuso al candidato – actor. Y si su candidatura y capacidad para gobernar no es del todo cierta, algo si lo es: sobre México se cierne una ola de incertidumbre, una enorme duda de si el PRI realmente ha cambiado y significará un nuevo y real rumbo hacía el progreso tanto social, político, como económico del país.
Se levanta una enorme interrogante de si 12 años sin la silla presidencial han podido cambiar lo que 71 años de corrupción e intereses personales construyeron y refirmaron en las bases del PRI. No cabe duda, entramos en un sexenio de transición, de prueba para nosotros y para el Revolucionario Institucional. Nosotros nos enfrentamos a probar si el nuevo PRI que Peña dice representar es realmente –cosa que dudo- un partido regenerado y ejemplo de cambio y progreso y el –el PRI- se enfrentan a un despertar juvenil, una ola de inconformidad, hartazgo y enojo –con toda la razón- de la juventud mexicana que desde el viernes negro de Peña se va consolidando como enemigo de su partido y el monopolio y va cobrando fuerza con cada manifestación y mitin organizado.
Se enfrentan a las filas de universitarios y ciudadanos informados y con buena memoria que nunca empezaron a encontrar. Este sexenio será de análisis de cada movimiento peñista, cada decisión y cada cambio realizado. Será de criticáis –como debe ser- y será de inconformidades. Pero entre esta ola de incertidumbre algo está claro: si el PRI no ha cambiado, la juventud mexicana sí. Y el partido tendrá que tener cuidado de querer hacer las viejas corruptelas que adornaron sus muchos sexenios y gubernaturas. El México roto tendrá que curarse a sí mismo pues Los Pinos vuelven a ver las luces del Revolucionario acercarse.
La mañana del PRI ha sido la noche para el país y su “victoria”, la derrota de los mexicanos. Y no porque haya sido vencido López Obrador, no, pues la victoria del menos “pior” no era precisamente una victoria para México, sino porque quien realmente fue derrotado no fue la izquierda, ni el PAN, fue la democracia, su legitimidad y su pleno ejercicio. Fue suplantado por una de papel, que sirvió como máscara para ocultar los interese personales y corruptos de quienes llegaron al poder y quienes están detrás de ellos.
El problema no ha sido que se hayan vendido los votos, pues esto en sí mismo es una decisión que cada quien puede tomar libremente si así lo desea, si su sentimiento de patria es menor a sus mezquindades. El problema es que se llegó a la presidencia por una imposición lenta, que inició hace mucho y sutilmente pero eficaz. Y a México quizá le costará mucho. A la juventud le pesará. Y se vendrá la impugnación, la manifestación, y la resistencia y desapruebo serán la bandera de muchos inconformes y hartados, quienes lucharán por hacer brillar una esperanza en la noche de México, porque la mañana del PRI ilumine como debiera al país y mientras eso pasa como dijo don Raymundo Gonzalez Saldaña, presidente estatal del PAN Colima: “Hay que pedirle a Dios que nos proteja de lo que viene, pero definitivamente vemos que a México le fue fatal”.
México amaneció roto. El país que debió hacerlo festejando el pleno y legítimo ejercicio de su democracia amaneció consternado, cuestionándose si realmente había sido así. Lo hizo con un mal sabor de boca que le dejó la jornada electoral, que le dejó de todo menos la satisfacción de un pueblo que ha elegido a su representante por una mayoría verdadera y real y no la mayoría de intereses privados y hambre de poder que decidió y posicionó a EPN por encima de los deseos del pueblo.
Los mexicanos amanecieron con un sentimiento de inconformidad y malestar. Amanecieron mirando su dedo manchado aún, con su conciencia tranquila por haber votado, pero preguntándose si realmente las horas de fila, calor, hambre, lluvia que pasaron el domingo habían valido la pena, habían valido realmente o había formado únicamente parte del protocolo establecido mediáticamente para llevar a EPN a Los Pinos, cuyo final ya estaba decidió aún antes del 1 de julio.
El títere que quiso jugar a ser presidente en las manos de la televisora lo logró, esto únicamente con su ayuda, ya bien y acertadamente lo declaró el medio alemán Der Spiegel en su artículo El señor telenovela: “Peña Nieto solo lo pudo haber logrado con la ayuda de la tv”. Quiso jugar, quiso ser el muñeco en manos del poderoso, quiso vender su imagen para que el monopolio le construyera una candidatura y le allanara el camino mucho antes del primer día de campaña. Y así fue y así ha dado lugar a que esa silla presidencial espere su peso para el primero de diciembre.
Por eso México amaneció roto, derrotado. La democracia acribillada, herida y desgarrado y no a nuestras espaldas. De la manera más cínica y pública y aún con los esfuerzos hechos se impuso al candidato – actor. Y si su candidatura y capacidad para gobernar no es del todo cierta, algo si lo es: sobre México se cierne una ola de incertidumbre, una enorme duda de si el PRI realmente ha cambiado y significará un nuevo y real rumbo hacía el progreso tanto social, político, como económico del país.
Se levanta una enorme interrogante de si 12 años sin la silla presidencial han podido cambiar lo que 71 años de corrupción e intereses personales construyeron y refirmaron en las bases del PRI. No cabe duda, entramos en un sexenio de transición, de prueba para nosotros y para el Revolucionario Institucional. Nosotros nos enfrentamos a probar si el nuevo PRI que Peña dice representar es realmente –cosa que dudo- un partido regenerado y ejemplo de cambio y progreso y el –el PRI- se enfrentan a un despertar juvenil, una ola de inconformidad, hartazgo y enojo –con toda la razón- de la juventud mexicana que desde el viernes negro de Peña se va consolidando como enemigo de su partido y el monopolio y va cobrando fuerza con cada manifestación y mitin organizado.
Se enfrentan a las filas de universitarios y ciudadanos informados y con buena memoria que nunca empezaron a encontrar. Este sexenio será de análisis de cada movimiento peñista, cada decisión y cada cambio realizado. Será de criticáis –como debe ser- y será de inconformidades. Pero entre esta ola de incertidumbre algo está claro: si el PRI no ha cambiado, la juventud mexicana sí. Y el partido tendrá que tener cuidado de querer hacer las viejas corruptelas que adornaron sus muchos sexenios y gubernaturas. El México roto tendrá que curarse a sí mismo pues Los Pinos vuelven a ver las luces del Revolucionario acercarse.
La mañana del PRI ha sido la noche para el país y su “victoria”, la derrota de los mexicanos. Y no porque haya sido vencido López Obrador, no, pues la victoria del menos “pior” no era precisamente una victoria para México, sino porque quien realmente fue derrotado no fue la izquierda, ni el PAN, fue la democracia, su legitimidad y su pleno ejercicio. Fue suplantado por una de papel, que sirvió como máscara para ocultar los interese personales y corruptos de quienes llegaron al poder y quienes están detrás de ellos.
El problema no ha sido que se hayan vendido los votos, pues esto en sí mismo es una decisión que cada quien puede tomar libremente si así lo desea, si su sentimiento de patria es menor a sus mezquindades. El problema es que se llegó a la presidencia por una imposición lenta, que inició hace mucho y sutilmente pero eficaz. Y a México quizá le costará mucho. A la juventud le pesará. Y se vendrá la impugnación, la manifestación, y la resistencia y desapruebo serán la bandera de muchos inconformes y hartados, quienes lucharán por hacer brillar una esperanza en la noche de México, porque la mañana del PRI ilumine como debiera al país y mientras eso pasa como dijo don Raymundo Gonzalez Saldaña, presidente estatal del PAN Colima: “Hay que pedirle a Dios que nos proteja de lo que viene, pero definitivamente vemos que a México le fue fatal”.
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