miércoles, 26 de diciembre de 2012

DIÓCESIS DE TUXPAN... FELIZ NAVIDAD A TODOS...

ENVIADO A VAXTUXPAN...
Amigos, los saludo con enorme alegría, deseando que las celebraciones de estos días traigan a todos alegría y descanso, pero también luz y esperanza frente a los problemas y dificultades.

La Navidad nos invita a celebrar, llenos de ilusión, el nacimiento de Cristo, que significa para la humanidad un mensaje de paz y de esperanza, un acontecimiento generador de unidad, de justicia y fraternidad.

Una antigua plegaria litúrgica expresaba la siguiente suplica: «Oh Emmanuel… esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro».

Esta plegaria sintetiza muy bien y expresa el clamor y el anhelo de la humanidad de todos los tiempos, que experimenta frecuentemente impotencia e incapacidad, al no saber superar por sí sola las enormes dificultades y peligros de cada época. Sabe el ser humano que necesita poner su mano en otra más grande y fuerte, una mano tendida hacia él desde lo alto.

El Papa Benedicto nos recordaba, en la navidad del año pasado, que esta mano es Cristo, nacido en Belén de la Virgen María. Él es la mano que Dios ha tendido a la humanidad, para hacerla salir de las arenas movedizas del mal y del pecado y ponerla en pie sobre la roca, la roca firme de su verdad y de su amor. Sal 40,3. (Cf Ben XVI. Mensaje de Navidad 2011).

Efectivamente, este es el significado profundo del nombre de aquel niño, el nombre que, de acuerdo al plan de Dios, le dieron María y José: se llama Jesús, que significa «Salvador» (cf. Mt 1,21; Lc 1,31). Él fue enviado por Dios, nuestro Padre del cielo, para salvarnos del pecado, ese mal arraigado profundamente en el corazón del ser humano y en las entrañas mismas de la historia.

Se trata del alejamiento de Dios, de la separación de la creatura que sigue su propio camino, ignorando orgullosamente a su Creador, buscando presuntuosamente actuar por sí solo, poniéndose a la altura de Dios, para tratar de ocupar su puesto y decidir a su antojo lo que es bueno y lo que es malo, queriendo ser el dueño de la vida y de la muerte (cf. Gn 3,1-7).

Este es el profundo error de la humanidad, el gran pecado del que nosotros los seres humanos no podemos liberarnos si no es con la ayuda del mismo Dios, a quien hemos de buscar y de implorar con humildad y sencillez: «Oh Emmanuel… esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro».

+ Juan Navarro Castellanos. / Obispo de Tuxpan

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