Por Isael Cantú Petronio
Imagen: guioteca.com
Para el concepto clásico de la democracia, el poder se constituye sumando la voluntad de las mayorías en el cuerpo político. Para Aristóteles, las ciudades-Estados de su época, deberían de tener un número ideal de cinco mil habitantes. Sin duda, Aristóteles se espantaría de ver los Estados modernos con miles de millones de habitantes como China o cientos de millones como México.
La democracia de su época se resolvía en el Ágora, que era algo así, como el parque de la ciudad donde se podían reunir todos sus habitantes para tomar las decisiones más importantes, como lo era elegir a los gobernantes, a los magistrados a los generales y mandar al “ostracismo” a los líderes peligrosos para la ciudad, era su mecanismos de control.
Los sociólogos identificaron particularmente ese modelo democrático, en pequeñas poblaciones como una democracia cara a cara (face to face) donde el voto era directo y se conocía por sus méritos o deméritos a los que se postulaban a los diversos cargos. Podemos decir que era una democracia “llana”, donde el interés común estaba siempre por encima de los intereses particulares.
Las modernas democracias, por sus multitudes, hace prácticamente imposible conocer a fondo a los candidatos y controlarlos menos; pero además, los intereses de grupos, ya sean, élites partidarias, iglesias, grupos financieros y mercantiles, se imponen por encima del bien común.
No es raro ver, al día de hoy, un gobierno “rico” gobernando a un pueblo “pobre”. Eso marca una brutal diferencia entre la democracia cara a cara y la moderna democracia liberal, donde los grupos inciden negativamente en las formas de gobierno… si ha eso le agregamos que las formas de “control” no funcionan adecuadamente, entonces tendremos un grave problema de “corrupción” que termina por anular el Estado mismo.
En la antigua Grecia, hubo también corrupción, y el propio Aristóteles la ubicó entre una de las formas “impuras” de gobierno: la oligarquía. Ésta es el gobierno de unos “pocos” por encima de los intereses de la mayoría.
No hace falta argumentar mucho para saber que las familias que han gobernado a México desde la Revolución de 1910, son unos cuantos, cuyo poder se ha heredado de padres a hijos y a nietos y cuyas fortunas cada día son más escandalosas, no solamente por la cuantía, sino por la forma “corrupta” en que la han obtenido.
Frente a la crisis política, económica y social que agobia al país y particularmente a Veracruz, el votar es un verdadero dilema, pues elección tras elección, los resultados han sido nefastos: cada vez es hay más corrupción y el número de pobres e indigentes aumenta al grado de que muchos delitos, producto de la desesperación y falta de un verdadero tejido social solidario y justiciero, asolan a toda la sociedad.
Balas o votos, pareciera indicar el referéndum mental de cada ciudadano, pero ni una cosa ni otra ha dado resultado. A balas quitamos la dictadura de Díaz y con votos quitamos al PRI en el 2000 y sin embargo el país tiene un futuro incierto, cuya violencia interna está desbordando los causes institucionales que nos hemos dado y lo más grave: no hay un programa alternativo de gobierno que nos inspire a cambiar radicalmente.
Todos los políticos y sus partidos están sumergidos en un ambiente populista atroz; todos ofrecen resolver mágicamente los problemas desde el poder del gobierno, tratando al pueblo como un niño y carente de voluntad propia. Se postulan como salvadores de la patria, tal y como lo hacía Santa Anna o los dictadores de las “repúblicas bananeras”, exacerbando los sentimientos patrioteros de la gente y sus necesidades primarias, un moderno mecanismo de mantener engañada a la gente con estrategias de Nerón: pan y circo.
Por ello, el problema no está en el gobierno, sino en los que hacen al gobierno y dan su voto por un mendrugo de pan o lo que sea, es decir en la ciudadanía fallida.
La diferencia entre un gobierno bueno y otro malo, está en relación directa con un ciudadano bueno y otro malo. No lo digo simplistamente ni de manera maniquea, sino para aligerar la definición y decir que allí, donde el ciudadano no se prepara en la política y vive negligentemente dejando hacer todo al gobernante, no exige rendición de cuentas y menos castiga al corrupto, los resultados políticos serán gobiernos corruptos e injustos.
Por el contrario, allí donde el fin de la cultura sea el de la Areté (en griego: ἀρετή aretḗ 'excelencia') tendremos a la persona que busca ser el mejor al grado de la excelencia política, es decir, para ser ciudadano, cultivándose para alcanzar la valentía, la templanza, la prudencia y la justicia… ¡las cuatro virtudes cardinales! Tendremos sin duda un gobierno que refleje esas virtudes.
¿Alguien le dice a su hijo o hija lo que significa la justicia? La verdad pocos.
Por eso es importante educar a todos en los principios éticos, en los viejos e imperecederos valores que contribuyen al bien común. Ahí donde hay buenos ciudadanos no prohíjan los gobernantes corruptos o por le menos les cuesta mucho más trabajo hacer de las suyas.
Si tiene usted, una ligera noción del significado de ser un buen ciudadano y además, intenta a diario llevarlo a la práctica, lo menos que puede hacer a la hora de ir a votar es informarse de cual de los candidatos se ha comportado como un delincuente y funcionario corrupto y cual no; quién en su paso por la administración, integra y lleva a cabo sus políticas públicas tomando en cuenta el interés del pueblo, informa y rinde cuentas a la gente, para que con esos elementos de razón proceda usted a emitir su voto y constituir un gobierno de los mejores hombres y las mejores mujeres… ya lo sabe: si vota al “ahí se va”, no le quepa la menor duda de que a su vida y la de su familia le va a ir del carajo, también al “ahí se va”.
Recuerde que la justicia, no es solamente que el gobierno cumpla con su deber, sino que el ciudadano en cada acto de su vida también lo haga, es más, de los millones de actos individuales se conforma la cultura en general, así como del voto individual se integra el Poder Soberano del Estado… su voto vale, para bien o para mal, cuide que sea para bien.

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