sábado, 30 de julio de 2016

La ruptura de la secuencia generacional del periodismo escrito-crítico.

CDMX.- La realidad se construye socialmente (Berger y Luckmann, 1968), es decir el grupo social establece la realidad como una cualidad propia de los fenómenos que reconocemos como independientes de nuestra propia volición, definiendo el conocimiento como la certidumbre de que los fenómenos son “reales” y de que poseen características especificas. Tanto el lenguaje, como la visión del mundo, los mitos, los conocimientos (cotidianos y científicos), y todos los sistemas semióticos específicos de una sociedad, en su producción y consumo de contenidos son creaciones comunes y plurales, producto de procesos de institucionalización en donde el grupo crea su propio orden social, cultural e interpretativo.

Pero tal “grupo” o “sociedad” no es un cuerpo homogéneo, a/tensionado, concordante, sino que diversas fuerzas se mueven en su interior, diferentes visiones pugnan por expresarse y dominar, correspondientes a diversos estratos sociales, en donde prevalecen como dominantes las realidades impuestas por el grupo dominante. Así, se concluye que -en términos de síntesis de un conflicto- la realidad se construye fundamentalmente por el grupo dominante, y en este proceso los Medios Masivos de Comunicación son pieza central de las sociedades post-modernas, pues son así mismo herramientas fundamentales de creación simbólica e ideológica (Althusser, 1968) en tanto aparatos ideológicos del Estado.

Hasta 1980 los Medios Masivos de Comunicación se repartían su papel más o menos de forma equitativa y complementaria como productores y reproductores de la realidad dominante, y en tanto herramientas de creación simbólica-ideológica de la sociedad mexicana, de tal forma que la televisión cumplía un papel masivo y de homogeneización y cohesión nacional, llegando a numerosas masas de ciudadanos iletrados o analfabetas funcionales; la radio -como medio más económico en su producción- llegaba a los rincones más apartados del país, y no solo a las ciudades y concentraciones poblacionales; y la prensa, como hija legítima del libro, era el espacio natural del posible periodismo de análisis y crítica. Como veremos, después de ese año de 1980 esta “mezcla” de medios masivos en México cambió, y el país comenzó a sufrir la dictadura de la imagen televisiva por sobre la permanencia temporal y la precisión de la palabra como posibilidad crítica, con lo que se establecieron las condiciones para que la nueva generación de periodismo de análisis, después de 1980, fuera más radiofónica que escrita (con la excepción de un solo semanario escrito, la Revista Proceso), periodismo radiofónico orgullosamente detentado por mujeres, con Carmen Aristegui a la cabeza.

En la producción y reproducción de esa realidad dominante han surgido históricamente periodistas, escritores e intelectuales mexicanos que se han opuesto al Estado en manos de totalitarios; basta recordar en la Independencia a Francisco Severo Maldonado con “El Despertador Americano” de 1810; y en los años de la Revolución Mexicana a Filomeno Mata, a los hermanos Flores Magón, a Belisario Domínguez y José Guadalupe Posadas en la sátira de los incipientes “cartones políticos”. Cimentados en una cultura escrita, estos periodistas ejercieron un papel crítico fundamental en los movimientos sociales que dieron forma al país, en tanto guías, agitadores y actores destacados de los propios procesos, cristalizando aspiraciones populares de cambio.

Ahora bien, en el lapso comprendido entre 1960 y 1980, una generación de periodistas surgieron y se destacaron con brillo en el escenario periodístico del país, con una sólida formación literaria, maestría en el dominio de su oficio, una conducta privada y pública sin gran reparo, y congruencia intelectual respecto de su papel crítico, siendo equiparables sus trabajos a la excelencia lograda por los periodistas anteriormente mencionados de la época de la Revolución Mexicana. 

Esta generación es la de Julio Scherer García, Vicente Leñero y Miguel Ángel Granados Chapa (nacidos en 1926, 1933 y 1941 respectivamente), quienes en uno o varios momentos de su ejercicio profesional se enfrentaron en directo con el Poder, así con mayúscula, teniendo presente para dimensionar esta confrontación que el sistema político moderno post-revolucionario se erigió y se sostuvo a partir de los medios de comunicación, y que enfrentar dicho poder desde ese mismo espacio simbólico y simbolizante conllevó una alta cuota de valor y riesgo personal. Los asesinatos de periodistas críticos y opositores al gobierno muestran hasta dónde resulta peligrosa en su labor informativa una prensa crítica y efectivamente creadora de conciencia: 6 periodistas fueron victimados en el periodo de Echeverría, 12 en el López Portillo, 24 durante la administración de Miguel de la Madrid, 57 en el régimen de Carlos Salinas de Gortari y 75 en el mandato de Felipe Calderón. En este sexenio de Enrique Peña Nieto van poco más de 200 asesinatos, y eso que faltan 2.5 años para terminar tan asesina gestión presidencial. Es decir, represión y muerte de periodistas, en escalada geométrica, para garantizar a toda costa la imposición de una realidad –la oficial- y una ideología –la capitalista devenida en neoliberal-.

El trabajo, sea cual éste sea, y sin importar el producto que de él resulte, es la forma material que memoriza el paso del hombre por el mundo y por la vida (Marx 1867). El estilo es el hombre, y el hombre, en tanto histórico, irrepetible. Así, cada uno de los tres periodistas señalados tienen una relación especial, irrepetible, con su materia de trabajo: el hecho noticioso, ya sea éste descubierto, construido o re-construido, siendo el hilo conductor entre los diversos momentos de su desarrollo profesional -y entre ellos mismos como colegas- el ejercicio de la crítica, del análisis y la correlación inteligente de acontecimientos, ocasionando con esto la incomodidad de los poderosos, pues la inteligencia está reñida de forma natural con el poder cuando tal poder es detentado por astutos e intrincados cleptócratas.

Julio Scherer García, reportero en años tempranos y director del periódico Excélsior de 1968 a 1976, fundador del Semanario Proceso y presidente del Consejo de Administración de la Agencia Noticiosa CISA, fue sobre todo y desde siempre un periodista. Dueño de un estilo único en escritura –y con único quiero decir fácilmente identificable y de ninguna forma sustituible-, realizó no solo aportes brillantes al periodismo y a la literatura, sino también a la política, a la cultura y al ideario nacional. Su terca oposición a todo lo que significara una restricción a una efectiva libertad de prensa lo llevó a un enfrentamiento directísimo con el presidente Luis Echeverría, y a su salida de Excélsior junto con Vicente Leñero, Miguel Ángel Granados Chapa y un nutrido grupo de profesionales de primera línea, especialistas en periodismo y comunicación. Memorables sus entrevistas al Subcomandante Marcos en 2001, a la narcotraficante Sandra Ávila Beltrán en 2008; y a los delincuentes Ismael Zambada y Rafael Caro Quintero en 2010 y 2013. Siempre incómodo, siempre brillante, siempre genial.

Vicente Leñero, periodista y también novelista, guionista, cineasta, dramaturgo, ingeniero civil y académico, con multitud de obras literarias premiadas, fue uno de los engranajes centrales de la escena cultural mexicana del Siglo XX. Irrumpió en dicha escena en 1959 con su novela La Polvareda, seguida de La Voz Adolorida, en 1961, y desde entonces hasta prácticamente su muerte trabajó con la palabra y la imaginación, que en sus manos fueron territorios fértiles y sorprendentes. Acompañó a Don Julio en la valiente confrontación con Luis Echeverría a finales de 1976 –siniestro político que controlaba astutamente la agencia noticiosa Notimex ya desde su época de Secretario de Gobernación, aprovechándose de ella para la preparación de su campaña política como candidato presidencial-; y fue Leñero así mismo co-fundador del semanario Proceso.

Miguel Ángel Granados Chapa, escritor, abogado y periodista, formado en la UNAM y oriundo de Mineral del Monte, Hidalgo, fue el más joven de los tres exponentes del periodismo incómodo, denunciando sin tregua los vicios y excesos del poder y de los poderosos. Dueño de un estilo claro, preciso y en extremo cuidadoso de las formas y de la precisión de datos, fuentes y protagonistas. Dedicó más de 40 años al periodismo, fungiendo como subdirector editorial de Excélsior en el referido episodio del manotazo presidencial de 1976. Su espacio natural en periodismo fue la columna política, desde la cual lanzó valientes denuncias. Fue también maestro universitario y consejero ciudadano del IFE, entre 1994 y 1996, recibiendo la Medalla Belisario Domínguez, la más alta distinción a la que puede aspirar un periodista, en los últimos años tan malbaratada.

Tales son los destacados integrantes –que no necesariamente los únicos, pues también tenemos a Manuel Buendía, por ejemplo- de la generación incómoda en el ejercicio del periodismo frente al poder en la segunda mitad del siglo pasado.

Ahora bien, si en la Independencia tenemos a Filomeno Mata, en la época de la Revolución Mexicana a los hermanos Flores Magón, Belisario Domínguez y José Guadalupe Posadas, y en el siglo XX a nuestros tres periodistas referidos, ¿por qué no se realizó un relevo generacional en el periodismo escrito en los 35 años siguientes a 1980, y en cambio la televisión incrementó exponencialmente su presencia y su poder, en un claro desbalance entre los medios sociales de comunicación que juegan en la vida nacional? ¿Por qué el periodismo serio, de análisis y de investigación, se confinó a la radio y a un solo semanario, Proceso, abandonando la prensa escrita como espacio privilegiado de crítica? Sin intentar dar una respuesta completa a esta cuestión, apuntaremos algunas líneas que nos permitan comenzar a esclarecer este hecho.

A partir de la psicología social (Berger y Luckmann), la filosofía económica (Marx), la lingüística (Chomsky), la semiología (Verón) y la sociología del conocimiento (Schaff), podemos establecer que una concreta e histórica estructura económico-social determina la superestructura ideológica de dicha sociedad, así como los órganos de reproducción y difusión de ésta en forma de cultura dominante (Althusser, Morin). Es decir, un modo de producción económico específico determina un modo de producción semiótico-lingüístico dado.

En este marco de determinación superestructural, vemos que el lapso de 1980 en adelante coinciden la instalación de una forma específica de economía y de producción en México y en el mundo, el neoliberalismo, con el movimiento apuntado de desplazamiento de la prensa de su papel reflexivo-permanente. Es decir, para lograr las metas del neoliberalismo (Consenso de Washington) e imponer una única realidad, una única visión del mundo hiper-dominante, se debió hacer este desplazamiento de la palabra escrita hacia la imagen visual y/o auditiva, aprovechando de éstas sus codificaciones más elásticas y sus posibilidades connotativas volátiles, con la contrapartida de su limitación de precisión y de denotación. Esto es: resulta más difícil e impreciso reflexionar y analizar en imágenes que en términos lingüísticos escritos; y hacerlo a través de la palabra auditiva es más volátil, ya que no tiene la permanencia temporal, documental y referencial de la palabra escrita. El hecho de que para agredir políticamente se deba recurrir a la “viralización” de audios y/o videos (Elba Esther Gordillo “Vas a votar por azul o amarillo”, Niño Verde “Dame un millón de dólares y el permiso de construcción en el área ecológica protegida es tuyo”, Bejarano “señor de las ligas”, etc.) refuerza esta idea. Así, no hay posibilidad de reflexión ante el embate repetitivo de audios y videos que llegan a un público prácticamente iletrado, y por eso el Poder utiliza estos medios masivos audiovisuales para el control de las conciencias.

La irrupción y auge del internet y de las tecnologías digitales, también apuntan en esta dirección de sobrevalorar la emoción respecto de la reflexión, creando un escenario de ficción en donde cada vez más los ciudadanos tienen la impresión de estar informados-al-instante, cuando en realidad adolecen de información de calidad y de capacidad de interpretación, en una táctica de sobresaturación de datos aislados en detrimento de la calidad y de una posibilidad real de comunicación y de interpretación (Umberto Eco: “El internet y las redes sociales generan una invasión de imbéciles que dicen estupideces”).

Debemos recuperar el legado de Scherer, Leñero y Granados Chapa en el periodismo y en la palabra escrita, para tener oportunidad de hacerle frente a una estructura social neoliberal basada en el utilitarismo puro, en la competencia, en la posesión del dinero, en el éxito obtenido en contra del prójimo. Asistimos a un creciente dominio de la dictadura de los propietarios de los medios de difusión ideológico-masivos, que han contribuido sustancialmente al envilecimiento de la conciencia social y a la parálisis egoísta de la sociedad, sobre la base de identificar la racionalidad humana con la racionalidad mercantil, y de exacerbar al extremo el individualismo egoísta y posesivo alrededor de un exagerado consumismo mercantil. La consecuencia es que nos enfrentamos a un sujeto social que constantemente pierde su espiritualidad, su sensibilidad y el sentido de su vida, resultando en un amorfo y brutal cuerpo social sin objetivos que naufraga en profundos desequilibrios.
Fuente: Radio AMLO

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