jueves, 24 de noviembre de 2016

Rostros no datos



Blogpost por Angélica Simón
Imágenes de Diego Uriarte
¿De dónde les viene la sonrisa a Graciela, a Carlos, a Lizette, a Marisa? ¿De dónde la fuerza para andar y tratar de motivar al otro -al padre de un niño enfermo de los riñones, a la madre de otro pequeño ya muerto, al pescador que ya no pesca, - a que sigan defendiendo su río de la contaminación?

¿De dónde? si a su alrededor ya no crecen árboles, ya no se da lo que siembran, si la piel se llena de manchas y la garganta se cierra de sólo andar en las calles, incluso aunque cierren sus ventanas porque la contaminación que emana del río Santiago, con su olor fétido y sus vapores que aturden, se cuelan en cada casa, en cada cuerpo.

Ellos dicen que les viene de la añoranza, de la conciencia, pasando por la indignación y de la esperanza. Sí, de la añoranza por el río limpio que tuvieron; de la conciencia e indignación por el río sucio que ahora tienen y de la esperanza por el río recuperado que quieren tener.

Lizette Santana, una de las personas que trabaja por recuperar este río en Jalisco dice muy claro de dónde viene eso que la hace seguir adelante: 

“Yo soy de la Ciudad de México pero la primera vez que vine al Salto fue… nunca había visto algo tan impresionante como esta cascada; el olor y el estar aquí es insoportable, es sentir que tu cuerpo realmente está resistiendo porque no puedes no pensar en dónde estás, se ve, se escucha, huele, sientes que todos tus sentidos despiertan y eso mismo pasó en mi cabeza…

“Estar aquí y ver que es una lucha cotidiana para muchos, que la gente aquí está enferma y aún así tiene ganas de estar viva y de resistir y de luchar fue lo más importante y aunque yo no sea de este estado, soy de la cuenta del río Lerma-Chapala- Santiago, las divisiones territoriales de los estados existen pero en realidad somos una misma cuenca y tenemos que trabajar juntos por ella.

Y eso intentan todo el tiempo. A pesar de que llevan más de una década de trabajo y no han logrado que ninguna autoridad se comprometa realmente al rescate del río, a regular a las más de 400 empresas que descargan sus aguas contaminadas, siguen en su inquebrantable empeño por denunciar esto, que incluso los expertos del Grupo de Trabajo Sobre Empresas y Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en su visita oficial a la cascada de El Salto de Juanacatlán, en septiembre del año en curso, catalogaron como una “catástrofe ecológica”.

Así es Chela, como todos la conocen. Graciela González, habitante de El Salto y fundadora de la organización Un Salto de Vida, dice que ahí les han impuesto la muerte pero que ella no se resigna. Quiere dejar a sus nietos la posibilidad de jugar otra vez en el río, de que no se los coma una enfermedad y que crezcan y puedan recuperar la salud y la dignidad de El Salto, esta comunidad que debería ser muy rica por el simple hecho de tener un río pero que está sumergida en la pobreza porque las fábricas han contaminado su tierra, su agua, sus cuerpos y no hay progreso posible en esas condiciones.

“El río nos ha dado juego, comida, sustento, era majestuoso y tan soberano, por eso estoy trabajando porque hay que recuperar esa memoria de la naturaleza, la vida a la que tenemos derecho y la esperanza”.

Pareciera que es difícil recuperar este cuerpo de agua cuando la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales El ahogado – que se supone se puso en marcha para ayudar a la recuperación y restauración ecológica de la región- no lo ha logrado. 

Estudios realizados por Greenpeace en agua y sedimentos de la zona revelan que se encontraron 101 químicos orgánicos aislados, algunos considerados de alto riesgo para la salud de las personas y del ecosistema. Pero estos datos no deben paralizarnos sino ser esa señal de alerta que todos atendamos.

No son los datos encontrados hasta ahora los que van a decidir el futuro del río Santiago, no son los datos de los nonifenoles, los ftalatos, , bencenos o el cloroformo detectados los que dictarán a la gente que es tiempo de darse por vencidos. Al contrario.

No son los datos los que secarán este río. Son los rostros, la gente como Lizette, como Graciela, como Carlos Roque -que a sus 29 años dedica gran tiempo a esta lucha en lugar de la fiesta- o como Marisa Yañez quien se niega a ver esto como normal, como algo con lo que tiene que vivir, los que harán posible que el río viva otra vez.

Así que seamos un rostro más de esta lucha, y como dice Marisa: “combatamos la contaminación de este y todos los ríos de nuestro país pero a través del combate contra la apatía”.
Fuente: Greenpeace

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