sábado, 15 de noviembre de 2008

COMENTARIO Y POEMA DE MIGUEL CAMÍN...



Estimados editores hago de tripas corazón para no referirme más en este espacio de su blog a temas mundanos de la esfera del ejercicio de la política aldeana. Aunque aparentes razones no faltan he sellado –como el adicto en recuperación, por lo menos cada 24 horas—la promesa de mantener el teclado cerrado para temas espinosos de nuestros gobernantes. Sin lugar a dudas una recua de pendejos dirige los destinos públicos del municipio; hacia el desfiladero obstinados se dirigen y suya será, si el diablo nos presta vida y vista, la desbarrancada estrepitosa, en cuyo fondo la imbecilidad les será hospitalaria. Hay en su blog, y yo fui un entusiasta de ellos, columnistas que pretenden ejercer la crítica en una especie de conciencia moral de la ciudadanía, como ser la voz de quienes a diario se quejan de las acciones de los funcionarios públicos y no tienen canales para rumiar su reclamo. A esos escribanos del "pueblo" les admiro, y les compadezco. Ponen su tiempo y talento a servicio de una causa que por tradición liberal se considera justa: la de la señalización del poder público. Sin embargo, hay que tener estómago, estómago de gruesas paredes para digerir como alimento frecuente las decenas de noticias que se generan todos los días, y todas ellas notas donde la impunidad, el cinismo, la corrupción y, lo peor, la pendejez son la marca de la casa. Por eso afirmo que los compadezco: estar al día de las estupideces que el alcalde Juan Ramón Gánem y sus tartufos ediles, directores y personal a su cargo cometen con singular delectación, darles seguimiento es una tarea titánica, amarga que requiere para su metabolización un sistema digestivo análogo al de las cabras, que lo mismo degluten pasto, mierda o papel.


P O E M A
Las gordas vienen a mí, naturales como natural es ver caer la lluvia.
Redonda como la "O" me enamoré de mi maestra.
Abierta su boca, un cálido tifón zarandeaba mi cabello.
Eres un niño flaco, se quejaba mi madre
Y el lamento era imán para las gordas.
Rechacé a Inés, delgada y lechosa como una tripa
Y rodé circular por los suelos como un melón con Victoria.
Siempre nadé entre las ropas.
Las gordas fueron mi asidero, la salvación a mis manos.


Miguel Camín

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