viernes, 5 de diciembre de 2008

TIENDA DE RAYA...


Por: Lic. Imelda Torres Sandoval

Quiero comentar un libro que me prestaron hace poco. El libro se llama Antes de que anochezca, y es la autobiografía del escritor cubano Reynaldo Arenas exiliado del régimen de Fidel Castro. Reynaldo Arenas fue perseguido, torturado y encarcelado en la Prisión del Morro, por ser escritor contrarrevolucionario y por ser considerado un ser antisocial y desviado de la nueva moral socialista de la Cuba antiimperialista: Reynaldo Arenas se concibió desde muy niño como homosexual y en esa circunstancia vivió la mayoría de su vida en Cuba, siendo expulsado de la Isla en 1980, falleciendo en Nueva York enfermo de SIDA y convencido de morir libre, y que su obra, conjunto de novelas llamados por él mismo La Pentagonia, así como su muerte, contribuirían a la liberación de Cuba, que sin duda sucedería algún día.

La lectura de este texto me hizo arribar a serias conclusiones. Una de ellas es que un pueblo cobarde merece ser vilipendiado. Merece vivir en la miseria, en el oprobio, en la censura. ¿Quién tiene la culpa de que el satanizado Hugo Chávez impere su voluntad sobre Venezuela? ¿Cómo pudo Porfirio Díaz gobernar y sumir a México en la corrupción y la ignorancia durante más de treinta años? Primero Batista, y luego Fidel Castro, la diferencia en las dictaduras es aterradoramente sutil, realmente no es quien gobierna ni como gobierna sino quien lo permite.

No justifico de ninguna manera la opresión, la tortura, la crueldad, el trato indigno, pero nos lo merecemos si no actuamos en consecuencia. La historia nos da innumerables ejemplos, en todas las culturas, que quienes sobreviven a los regímenes opresivos son los acomodaticios, los hipócritas, los que renuncian a su dignidad y se venden por prebendas, por un puestecito en el aparato gubernamental, y para conseguirlo venden su alma al Diablo. Eso es lo que cuenta Reynaldo Arenas que pasó en Cuba después de la Revolución Cubana. Describe al nuevo régimen castrista como un gobierno represivo y vengativo, que desde 1959 condenó como antirrevolucionario toda expresión que difiriera de lo dicho y ordenado por Fidel Castro.

Relata su niñez en la Playa de la Gíbara y su adolescencia en Holguín, una provincia cubana, distinguida por una enorme cruz blanca en la loma más alta del pueblo. Llegó a vivir ahí con su madre y sus abuelos después de que estos le vendieran al gobierno revolucionario la casa de piso de tierra y de techo de palma donde vivió aproximadamente sus doce primeros años. Desde los ochos años descubrió su preferencia sexual por los hombres, narrando sus primeras experiencias, las cuales se sucedieron con algunos primos mayores que él, y gallinas y perros del rancho donde el vivía, justificando, según él, que la propia naturaleza es muy erótica por que en el mundo natural todo el tiempo encuentras animales fornicando y vives rodeado de sexualidad incesante.

Después del triunfo de la Revolución Cubana, Reynaldo Arenas fue reclutado para formarse como contador agrícola, para sumarse a los ejércitos de miles de jóvenes que harían realidad la gran promesa revolucionaria castrista: la Reforma Agraria. Logró graduarse en estos estudios, pero su condición física y su presencia afeminada no le permitió trabajar mucho tiempo en las granjas estatales de la zafra de azúcar, producto que sostenía la economía cubana. Un concurso de literatura, donde presentó una de sus novelas “Celestino antes del Alba” lo hizo allegarse de simpatías del nuevo círculo de intelectuales cubanos, que le valieron el privilegio de trabajar en la recién creada Biblioteca Nacional de Cuba.

El autor afirma que el gobierno de Fidel Castro, desde el triunfo de la Revolución hasta su exilio y expulsión de la Isla en 1980, persiguió implacablemente a los homosexuales, aunque relata que muchos agentes de la Seguridad Nacional practicaban abiertamente el homosexualismo, con la diferencia que lo podían hacer por que se habían convertido en delatores y agentes del gobierno castrista, quienes periódicamente informaban al Estado de las intenciones de huir de la Isla de cualquier persona, por muy su amigo que fuera.

Otra conclusión a la que llegué es que no coincido con la idea de Libertad que tenía Reynaldo Arenas: ser libre para él significaba poder fornicar libremente por la Playa de la Habana, realizar tertulias literarias que terminaban en orgías homosexuales, y comprarse un par de buenos zapatos y una camisa decente. Aunque no lo admite, después de haber salido del “horror” de Cuba y llegar a Estados Unidos, Reynaldo Arenas se dio cuenta que en Miami tampoco iba a poder ser libre como él lo concebía.

En Estados Unidos también tuvo que vivir como un paria, como un expulsado del sistema, sin trabajo, sin que nadie se interesara más por publicar sus novelas, sin el apoyo de muchos de sus compatriotas exiliados, con la diferencia de que en el mundo socialista te patean el culo y debes dar las gracias y en el mundo capitalista, te patean el culo pero puedes gritar, como textualmente él lo describe en uno de sus últimos capítulos de su autobiografía. Pues que gusto tan panzón, dijera mi abuela.

Es por ello que afirmé que es el pueblo cobarde el que tiene la culpa de los excesos de los gobiernos, democráticos o no. Estados Unidos se proclama como un modelo de democracia y de respeto a los derechos humanos y es el primero en propiciar la pena de muerte y la violación de la soberanía de muchas naciones, solo para satisfacer su codicia y enfermedad de poderío que los caracteriza.
¿Protesta el pueblo norteamericano por las atrocidades cometidas por sus gobiernos en nombre de la libertad y la democracia? No mucho. Sin embargo, bien padecen sus consecuencias. Ejemplos claros son las muertes de personas inocentes en los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York, o la actual crisis financiera que ha devastado el patrimonio de miles de norteamericanos.

Recomiendo la lectura de Antes de que Anochezca con cautela. Deben abstenerse los maniqueos, los que sólo entienden el mundo en blanco y negro. Ni podemos concluir que Estados Unidos es el paraíso de la democracia, la libertad y donde todos los sueños se cumplen ni tampoco podemos ver a Fidel Castro y a la Cuba ex socialista como el ejemplo de la dictadura perfecta.

Mi última conclusión es que, cuando aprendamos a reconocernos con tolerancia y respeto como seres humanos iguales, lucharemos de forma solidaria para no permitir que cualquier pendejo ahogue nuestras esperanzas y nuestros sueños, se llame Dictador o Señor Presidente. Esa es la verdadera revolución. Por mis hijos, la esperaré pacientemente.
Dedico este breve ensayo a los discapacitados en su día. Es un sencillo homenaje a quienes con su ejemplo nos enseñan que las verdaderas limitaciones están en la mente humana.

Gracias Roberto por el libro. Ahora te recomiendo leer Tlacaelel. Espero también te guste. Y por supuesto, nos compartas tu opinión en tu esperada sección en este espacio, intitulada Nada me parece.
Hasta la próxima.

No hay comentarios: