Por Diputada Laura Itzel Castillo
ENVIADO A VAXTUXPAN
Hace un año, con sorpresa y gran dolor recibí de golpe la noticia de que Margarita Suzán había fallecido repentinamente. Mi primera reacción fue de incredulidad. Hacía muy poco que habíamos perdido a Gustavo Iruegas, secretario de Asuntos Internacionales del gobierno legítimo, quien la había integrado al equipo, y de cuya enfermedad y muerte aún no acabábamos de reponernos.
Como un grito perdido en su propio eco, me vinieron a la mente algunos de los versos de Rosario
Castellanos: ¿Qué se hace a la hora de morir?,
¿Se vuelve la cara a la pared?
¿Se agarra por los hombros al que está cerca y
o y e?
¿Se echa uno a correr, como el que tiene las ropas
incendiadas,
para alcanzar el fin?
¿Cuál es el rito de esta ceremonia?
¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana?
¿Quién aparta el espejo sin empañar?
Margarita se fue casi sin hacer ruido. Partió discretamente cargando su menuda figura. Aún la tengo presente dando pasos bien firmes, cuestionando con claridad, sin titubeos, convenciendo… trabajando.
Recuerdo con regocijo nuestras charlas amenas acerca de las actividades que deberíamos emprender para la organización y de sus valiosas enseñanzas acerca de la resistencia civil pacífica. Sí… resistencia civil pacífica, había que entender su significado y considerar que esa estrategia de lucha ciudadana se nutría de grandes experiencias probadas en Asia, África, Europa y hasta en Estados Unidos de América. Gracias a compañeras como Margarita y a Asa Cristina Laurell aprendimos algunos ejercicios para la resistencia civil pacífica que más tarde pondríamos en práctica en la movilización para impedir la privatización de Pemex.
Margarita se integró activamente en el 2008 a mi brigada, la número nueve, de mujeres en defensa del petróleo y la soberanía nacional, como una de las coordinadoras: Reyna, Érica, Ligia, Elsa y Margarita, todas militantes comprometidas.
Desde entonces forjamos una fuerte amistad que se transformó en una especie de complicidad en la lucha por cambiar el universo, desde nuestra trinchera. Ahí tuve la oportunidad de conocerla y reconocerla como parte del movimiento del gobierno legítimo que encabeza Andrés Manuel López Obrador, y por ende de nuestro compromiso colectivo.
Lamento que haya tenido que morir para que yo supiera más acerca de ella y descubrirla poco a poco en su largo andar por las difíciles veredas de la izquierda.
Me enteré que era documentalista y que laboró como productora de los programas de televisión del antiguo Partido Comunista, donde la retribución consistía en grandes bocanadas de utopía,
pues no se contaba, ni pensaba entonces en términos salariales, sino de mística revolucionaria.
Supe también que como parte de su ardua tarea en el ámbito de la cultura trabajó en diversos proyectos cinematográficos. Por ejemplo con Arturo Ripstein como guionista en el documental Lecumberri.
Para mí, lo que mejor describe su temple fue la decisión que tomó para irse a combatir a Nicaragua y que desde la televisión sandinista contribuyera directamente con la revolución latinoamericana.
Me conmovió que tanta gente la recordara con afecto, como Pablo Gómez, Rolando Cordera y Miguel Ángel Granados Chapa, entre muchos más. El pasado 1 de septiembre, a un año de su fallecimiento, en la Casa del Movimiento de Álvaro Obregón se le rindió sentido homenaje. Hasta
siempre, entrañable guerrera; buen camino, Margarita Suzán.
Hace un año, con sorpresa y gran dolor recibí de golpe la noticia de que Margarita Suzán había fallecido repentinamente. Mi primera reacción fue de incredulidad. Hacía muy poco que habíamos perdido a Gustavo Iruegas, secretario de Asuntos Internacionales del gobierno legítimo, quien la había integrado al equipo, y de cuya enfermedad y muerte aún no acabábamos de reponernos.
Como un grito perdido en su propio eco, me vinieron a la mente algunos de los versos de Rosario
Castellanos: ¿Qué se hace a la hora de morir?,
¿Se vuelve la cara a la pared?
¿Se agarra por los hombros al que está cerca y
o y e?
¿Se echa uno a correr, como el que tiene las ropas
incendiadas,
para alcanzar el fin?
¿Cuál es el rito de esta ceremonia?
¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana?
¿Quién aparta el espejo sin empañar?
Margarita se fue casi sin hacer ruido. Partió discretamente cargando su menuda figura. Aún la tengo presente dando pasos bien firmes, cuestionando con claridad, sin titubeos, convenciendo… trabajando.
Recuerdo con regocijo nuestras charlas amenas acerca de las actividades que deberíamos emprender para la organización y de sus valiosas enseñanzas acerca de la resistencia civil pacífica. Sí… resistencia civil pacífica, había que entender su significado y considerar que esa estrategia de lucha ciudadana se nutría de grandes experiencias probadas en Asia, África, Europa y hasta en Estados Unidos de América. Gracias a compañeras como Margarita y a Asa Cristina Laurell aprendimos algunos ejercicios para la resistencia civil pacífica que más tarde pondríamos en práctica en la movilización para impedir la privatización de Pemex.
Margarita se integró activamente en el 2008 a mi brigada, la número nueve, de mujeres en defensa del petróleo y la soberanía nacional, como una de las coordinadoras: Reyna, Érica, Ligia, Elsa y Margarita, todas militantes comprometidas.
Desde entonces forjamos una fuerte amistad que se transformó en una especie de complicidad en la lucha por cambiar el universo, desde nuestra trinchera. Ahí tuve la oportunidad de conocerla y reconocerla como parte del movimiento del gobierno legítimo que encabeza Andrés Manuel López Obrador, y por ende de nuestro compromiso colectivo.
Lamento que haya tenido que morir para que yo supiera más acerca de ella y descubrirla poco a poco en su largo andar por las difíciles veredas de la izquierda.
Me enteré que era documentalista y que laboró como productora de los programas de televisión del antiguo Partido Comunista, donde la retribución consistía en grandes bocanadas de utopía,
pues no se contaba, ni pensaba entonces en términos salariales, sino de mística revolucionaria.
Supe también que como parte de su ardua tarea en el ámbito de la cultura trabajó en diversos proyectos cinematográficos. Por ejemplo con Arturo Ripstein como guionista en el documental Lecumberri.
Para mí, lo que mejor describe su temple fue la decisión que tomó para irse a combatir a Nicaragua y que desde la televisión sandinista contribuyera directamente con la revolución latinoamericana.
Me conmovió que tanta gente la recordara con afecto, como Pablo Gómez, Rolando Cordera y Miguel Ángel Granados Chapa, entre muchos más. El pasado 1 de septiembre, a un año de su fallecimiento, en la Casa del Movimiento de Álvaro Obregón se le rindió sentido homenaje. Hasta
siempre, entrañable guerrera; buen camino, Margarita Suzán.
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