La mafia y la política; la orden de aprehensión contra Renato Tronco: “No es nada personal”
José Luis Ortega Vidal
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Cuando don Vito Corleone sufre un atentado que casi acaba con su vida –en la primera parte de la histórica zaga fílmica de “El Padrino”- tal suceso no se puede entender sin un contexto y sin un principio básico de la mafia.
El contexto estriba en que las familias que controlaban la mafia en New York –dentro del argumento de la película dirigida por Francis Ford Coppola- habían discutido sobre su inclusión en el mercado de las drogas que hasta la primera mitad del siglo XX –la década de los 40s- norteamericano no habían operado.
Don Vito Corleone, jefe de una de las más importantes familias delincuenciales neoyorquinas se oponía –por una razón que él aludía en términos morales- a permitir la entrada de las drogas a un mundo donde la prostitución, el juego clandestino, el alcohol, la extorsión y el crimen dejaban buenos dividendos.
Por lo que hace al principio referido en el primer párrafo de este texto: refiere al hecho de que los mafiosos se pueden matar por asuntos de negocios pero no necesariamente por líos personales.
Así las cosas, igual que don Corleone –enemigo de la idea de que niños y jóvenes sean víctimas de la drogadicción, a pesar de ser él mismo un delincuente- es común escuchar en “El Padrino” que un asesino ejecute a un colega luego de aclararle: “lo lamento, no es nada personal”.
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Los delincuentes de todo tipo: traficantes, sicarios, padrotes, ladrones, etcétera, a menudo suelen argumentar que son lo que son, sin tapujos ni ocultamientos detrás de la vida legal e institucional de la sociedad.
Es decir, es común que en la literatura, el cine o incluso en el periodismo, se acceda al argumento de un delincuente en el sentido de que “los hay iguales peores, sólo que ellos son de cuello blanco”.
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Esta alusión a la delincuencia de cuello blanco nos remite a la corrupción que prevalece en las instituciones públicas y por ende en los partidos políticos, cuyas estructuras son las que permiten acceder a puestos de elección popular y promueven –en consecuencia- la existencia de grupos de poder como aquel célebre conjunto de amigos de Miguel Alemán Valdés (+) que desde la juventud signaron un pacto para ayudarse mutuamente con el compromiso de que el triunfador ayudaría al resto una vez en al cima.
No es posible entender el México de la segunda mitad del siglo XX sin la figura de Miguel Alemán Valdés: el primer Presidente civil después de la Revolución de 1910.
No es posible entender el sur de Veracruz sin las figuras de Amadeo González Caballero y Rubén B. Domínguez, caciques sureños que manejaron el poder desde Las Choapas hasta Alvarado durante décadas, al amparo del llamado “alemanismo”, es decir la corriente o grupo de poder que Miguel Alemán Valdés encabezó hasta su muerte, ocurrida en 1983.
Amadeo González Caballero era la mano fuerte y abarcaba todo el Sur; su amigo, el acayuqueño Rubén B. Domínguez, es recordado como “el cacique blanco” en la llave del sureste y su poder, allí, se extendió hasta hace pocos años, cuando murió su único hijo y heredero: el millonario empresario, escritor, político y sibarita: Guillermo “Guillo” Domínguez Dalzell.
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Como la vida es de ciclos, cuando Amadeo González Caballero muere en 1970 no hubo quien lo sustituyera.
Hubo herederos locales o regionales pero nadie se pudo poner sus botas.
Surgirían, en consecuencia, nuevas figuras de poder por todas partes, hasta la fecha.
Lo mismo pasó como Rubén B. Domínguez.
A Miguel Alemán Valdés, por su parte, lo sustituyó su hijo Miguel Alemán Velasco pero el relevo sólo operó en materia financiera, área donde la familia Alemán –de origen humilde, campesino, en la región acayuqueña y más específicamente entre Hueyapan de Ocampo, Acayucan, Oluta y Sayula- continúa siendo una de las más ricas de México y del mundo gracias al poder político y la corrupción que les benefició.
En lo político Miguel Alemán Velasco no alcanzó los niveles de su padre que fue Gobernador, Presidente de la República, Secretario de Turismo y hombre de peso político nacional hasta su partida.
Alemán Velasco apenas fue Senador, Gobernador de Veracruz y hoy asesora al Presidente Enrique Peña Nieto pero tal posición no alcanza el grado de decidir .por ejemplo. la candidatura para la sucesión en la entidad.
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En su novela “La Muerte de Artemio Cruz”, Carlos Fuentes detalla cómo la Revolución Mexicana sirvió –vía la traición de ideales, de personajes y grupos entre sí y gracias a la corrupción convertida en instituciones- permitió que unas cuantas familias mexicanas simplemente relevaran a los ricos y poderosos dueños de capitales en la era del porfiriato.
La existencia de monopolios o de oligopolios de los tiempos de don Porfirio, simplemente se convirtió en la existencia de monopolios y oligopolios en la era del PRI –durante 70 años- y luego en la época del PAN vuelto gobierno –la docena trágica- y finalmente en la triste realidad del siglo XXI mexicano que estamos viviendo.
Tienen razón, pues, los mafiosos cuando desde su particular y contradictoria concepción de moral acusan la existencia de hombres y mujeres que son como ellos: delincuentes, sólo que se visten con cuello blanco.
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El tema es muy interesante y nos remite a lo que llamamos “el sistema”.
¿Qué es el sistema?
No es un partido político.
Tampoco es una institución.
El sistema es –digamos- una cultura de la que participamos todos, gobierno y sociedad, cuya esencia implica el ejercicio del poder al margen de la Ley o con base en ella pero bajo un manejo discrecional, a conveniencia de quien o quienes son favorecidos por circunstancias, coyunturas o ciclos.
“El sistema” es la violación descarada y fría de todo principio legal, ético, moral, a través de estructuras, lenguajes, normas, comportamientos, no escritos pero todos entendemos y aceptamos en nuestro comportamiento cotidiano.
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La orden de aprehensión que se emitió ayer, miércoles 18 de noviembre, en contra de Renato Tronco Gómez, diputado de la zona rural de Coatzacoalcos que ha sido desaforado, constituye un claro ejemplo de lo anterior.
Yo no sé si Tronco ordenó la muerte o no del regidor Alfredo Pérez Juárez, durante la gestión de ambos en el Ayuntamiento de Las Choapas en el año 2006.
Tampoco sé si Gaspar Gómez Jiménez –dos veces Alcalde de Hueyapan de Ocampo- ordenó la desaparición y muerte del regidor Leovigildo Ciau Medina, durante su respectiva gestión en el año 2004.
Poco antes de morir, el célebre abogado y político tuxpeño don Pericles Namorado Urrutia, afirmó que Gaspar Gómez era el autor intelectual del asesinato de Leovigildo CIau Medina, cuyo cuerpo jamás apareció.
Empero, al margen de la verdad histórica de ambos casos y separados también del accionar de la justicia institucional en torno a las dos tragedias, hay una realidad política evidente: Renato Tronco fue protegido por el sistema durante nueve años, mientras obedeció las órdenes que de él emanaban.
Se entiende, entonces, que alguna patada le dio -el ahora ex diputado- al “pesebre político”, para que lo hayan convertido en prófugo.
Bajo esta lógica: si Renato Tronco se esconde el tiempo suficiente y llega al poder un grupo político que lo vea con simpatía –por ejemplo el de Héctor Yunes- un amparo federal acabaría con la persecución y una buena repartición de dinero limpiaría la imagen del líder choapense…!Faltaba más!
Respecto a Gaspar Gómez Jiménez, que se sepa, no hay búsqueda alguna de parte de nadie…
Si acaso de los fantasmas de Leovigildo Ciau Medina y de Pericles Namorado Urrutia pero habría que preguntarle al dos veces ex Alcalde y amigo del diputado Jorge Carvallo Delfín, si cree en muertos y aparecidos.
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A Renato Tronco Gómez algo le debe quedar claro de parte del sistema: “No es nada personal”.
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