Por Orlando Segura Hervert.
Petruska cuando acababa de cumplir 18 años fueron por ella a una comunidad de Chicontepec para que trabajara en la hacienda La Noria, ubicado en Álamo Temapache, propiedad de Don Raúl R. Nuñez. Dice que aceptó la propuesta de chamba porque fueron por ella en carro y porque además sintió el aire rozar sus mejillas, iba con la ventanilla abierta, llevaba una pequeña maletita de trapo, sin zapatos, cargada de sueños.
La mayor parte de su niñez se la pasó descalza, entre cafetales, con una gran pobreza a cuestas, pero con mucha alegría, veían la vida con esperanza y anhelo de disfrutarla.
Con esa pareja duró 40 años, lavando, planchando, cocinando, haciéndose cargo de la casa, con tristeza le tocó ver la partida de Don Raúl, quien murió en 1970. Todo el pueblo lloró la muerte del ganadero porque con sus acciones, dejó profunda huella entre sus trabajadores; algunos se organizaron e inclusive asistieron al Panteón Dolores en la ciudad de México para darle el último adiós.
Aprendió el mágico arte culinario de la gastronomía, fue guiada por las excelentes manos de Doña Conradina Cobos Morales, con ella elaboró ricos platillos que en su momento deleitaron a infinidad de los más exigentes comensales, incluyendo a su yerno.
En sus 82 años de existencia le tocó perseverar, trabajar y educar a sus hijos Sinforoso y Brujita, a sus nietos Coqui y Quecho, con palabras sabias y chancla firme, jamás hubo queja ni defensa o intervención de Derechos Humanos.
Gracias Petrita por tu ejemplo, incluso cuando el tiempo te quiere vencer, nos enseñas a enfrentar y resistir la adversidad
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