miércoles, 28 de junio de 2017

Periodistas asesinados y espiados

ALMA GRANDE
Por Ángel Álvaro Peña
Hay quienes se dicen espiados y no lo son. Hay otros que no saben que los espían y unos pocos son los que espían pero nadie sabe quiénes son.

El espionaje no es una actividad abierta. Es un ejercicio discreto y común entre quienes tienen acceso a los equipos de espionaje. Pero como toda actividad que en algún momento formó parte de las tareas de los gobiernos, el espionaje también puede alquilarse.

Así como sucedió con los servicios de limpieza en un principio, y luego con los de seguridad, donde se contrataron empresas particulares para realizar una tarea que le era propia a la institución de los gobiernos en sus tres niveles, así, el espionaje es un servicio que alquilan los gobiernos, de tal suerte que pueden algunos de éstos negar su participación en el espionaje sin faltar a la verdad. En realidad se espía para los gobiernos. La llamada inteligencia no es otra cosa que el espionaje de objetivos y sujetos de quienes quieren saber algo, no siempre son delincuentes sino líderes de opinión, líderes naturales, líderes regionales, ecologistas, etc. Las referencias a los espías en la literatura universal son comunes, e intentan acostumbrar al ciudadano a convivir con supuestos espías o espionajes imaginarios.

Es decir, espía el que tiene los recursos suficientes para hacerlo o para alquilar una empresa para que realice esas actividades. Con la privatización de muchas actividades propias de los gobiernos y la puesta en marcha de un sinnúmero de corporativos y consultorías que cubrían los huecos que el gobierno dejaba libre para adelgazar su nómina.

Así, en este sexenio, surge el outsourcing, gracias a la reforma laboral, que permite que empresas privadas realicen parte del trabajo del servicio público sin contratar a nadie, simplemente pagando los servicios, donde van incluidos los salarios y las supuestas prestaciones laborales.

Es en este panorama, donde las funciones propias del Estado son contratadas a particulares por delicadas que éstas sean, donde entra el espionaje. Así, cualquier gobierno puede negar que espía, esta práctica la realiza la empresa que contrató un funcionario público, con la anuencia de sus jefes.

Las polémicas sobre el espionaje en México, son, en la mayoría de los casos, ociosas e innecesarias. Porque gobierno que no espía no preserva el poder. Esto en la política, pero hay muchos tipos de espionaje, desde el industrial, que en el ramo farmacéutico es muy común, hasta en el fútbol por eso se realizan entrenamientos a puerta cerrada. Se espían hasta entre sectas y religiones.

Y una práctica como el espionaje es más común de lo que se cree, que esté tipificada como delito o no, es lo de menos. El espionaje sigue practicándose en todo el mundo, no sólo como parte de la estrategia política de los gobiernos sino como una manera de conocer los pasos del competidor, del contrincante, del enemigo.

En este sexenio el gobierno federal adquirió, a través del Cisen, “Galileo RCS” a la empresa italiana The Hacking Team, un software para realizar espionaje por el que pagó 1 millón 390 mil euros y con el que al final, alcanzó menos del 2 por ciento de efectividad. Mientras este spyware fracasaba, entró Pegasus a México.

Aquí el problema no es la actividad que de tan común pareciera no ser delito sino una transgresión al pacto social o bien a la sana competencia, según el caso.

El problema es, aquí y ahora, a quién se espía y para qué. La gran queja es que no sólo hay espionaje sino intimidación.

La noticia aparecida a mediados de junio del presente año en el New York Times, señala que el gobierno mexicano espía a comunicadores. La nota aparece en el momento en que el gremio periodístico está muy sensible. En Veracruz se sacrificaron a más de 20 durante el mandato de Javier Duarte, en el resto del país el trabajo de los reporteros es desdeñado, despreciado y muchas veces asociado con el crimen organizado. Es decir, desde el inicio de las ejecuciones seriales de periodistas, se intentó relacionar a las víctimas con delincuentes, criminalizando a los periodistas.

Hasta el día de hoy no hay un solo sospechoso de las muertes de los comunicadores asesinados.

Es en ese contexto en el que aparece la nota del periódico estadounidense, creando una inconformidad gremial que hasta la fecha no se detiene. Los medios extranjeros tienen al espionaje del gobierno mexicano no sólo como una violación a la libertad de expresión sino como un hecho consumado.

La información del periódico del vecino país fue tan sorpresiva tanto para los periodistas como para los políticos mexicanos. Unos acusaban a otros que negaban y se defendían de los señalamientos.

Si se hubiera aclarado por lo menos la mitad de los asesinatos de periodistas, principalmente en Veracruz, la reacción ante la noticia del espionaje no hubiera sido tan directa y a veces violenta. Sin embargo, al estar impunes estos delitos de elemental exigencia de justicia, cualquier noticia contra los periodistas tiene una reacción determinante y radical.

El gobierno mexicano debió haber hecho la tarea de investigar seria y profundamente los asesinatos de los periodistas. No lo hizo, parecía que al cruzarse de brazos, las procuradurías daban su anuencia.

Pero la noticia en medio de un país convulsionado como México, y en especial Veracruz, puede tener mayores efectos. Uno de los principales accionistas del New York Times es el hombre más rico de México, lo cual puede marcar una línea divisoria entre el empresario y el actual gobierno federal. Vertientes y consecuencias que todavía no se ha advertido como un problema que retoma una realidad social para confrontar ideas e intereses de una élite. PEGA Y CORRE.- Los restos calcinados del periodista Salvador Adame fueron encontrados en el fondo de una barranca de la región de Tierra Caliente, en Michoacán, confirmó el Procurador de Justicia estatal, Martín Godoy Castro. Adame se convierte en el octavo periodista asesinado en lo que va de este año, fue secuestrado por un grupo armado el 18 de mayo en el municipio de Múgica…

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