martes, 4 de diciembre de 2007

TRAZOS ...Por Miguel Camín...


Bondadoso editor, he querido abrir una nueva columna que fije su atención en el espíritu de las cosas tan reacias ellas en pretender decirnos algo, ¿por qué habrían de abrir sus corazones a quien hace de la escritura su recurso estafador? La llamaré TRAZOS, porque será precisamente eso, un intentó fallido, mal logrado, de un deseo no correspondido. Buscaré abrazar los objetos, las cosas, las ideas, las costumbres, a sabiendas que tendré de ellas el silencioso rechazo. Iré a ellas y entre más cercano más retiradas de mí estarán. Así, con ese batallar de centrar lo que está en permanente fuga, recobraré el destello de una flama, tal vez ya apagada.
Miguel Camín.

TRAZOS
Y donde hubo llanto hoy crecen las risas

A Nina
Envejece otoño. Hacia las seis de la tarde el aire toma una luminosidad transparente, incierta, sobre el espejo verdoso del río. Hay un olvido de árboles en bulevar independencia y nos acomodamos al concreto con pies modernos. La luz última se cuela por las hendiduras de las horas, restos del día que se fragmenta. Una pareja acerca sus cuerpos en la parte alta del hotel Riviera y licor en mano mira con pasmado morbo el corte de navaja que el horizonte ejecuta sobre el sol. La luz se congela y hay un sagrado instante que se instala para que lo bañe. El arrojo de esa suave y fresca claridad viva de la tarde nos envuelve luminosos y la callada presencia de las cosas nos regresa a quienes andamos por el bulevar a los primeros balbuceos, nos devuelve infantiles, humanos, más humanos. Un joven ejercita la pesca casi en los labios del remanso y a pesar de que flota sobre las aguas un bulto obeso de inmundicias nada lo percude, la luz renovadora de la tarde que muere lo santifica, lo eterniza. La brisa tierna que llega de la costa rocía la luz y en destellos húmedos aviva el paisaje otoñal de la tarde cargada del río. No vengo a mirar cómo fenece el día. Soy testigo imprudente que abre los ojos y escucha la cálida lluvia de la luz donde las nubes pastan en gris y apretado rebaño. Cruzo en dirección a los almacenes departamentales de JR y me apilo con otros en la esquina de Humbolt y no hay rincón donde la luz de este otoño anide, pintando de seria animosidad las faldas de las jóvenes, los bolsos de las señoras, y el descolorido esparcimiento de los hombres. Decido no entrar a la tienda porque me parece menos hermosa de fuera, y atravesar su puerta me llevaría a un mundo de objetos muertos.
Miguel Camín.

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