Por Uriel Flores Aguayo
urielfloreasaguayo@hotmail.com
Con tropiezos, lentitud e ineficacia avanzamos en México a ciertos niveles de democracia, en un proceso que se denominó transición a la democracia, el cual no ha resuelto, a la fecha, el concepto ni la cultura y las prácticas de la democracia, instalándonos en la que parece será una disyuntiva infinita: Procedimientos para elegir o sistema de vida.
La transición a la democracia tuvo su momento culminante en la alternancia presidencial del año dos mil, además generó instituciones como el IFE, el IFAI, la CNDH y volvió normal el pluralismo político y electoral; las entidades federativas, como Veracruz, reprodujeron organismos similares.
Todo ese avance se quebró en la elección federal del dos mil seis, cuando se impuso con guerra sucia y con fraude a Felipe Calderón, negando a la izquierda la posibilidad de aplicar otra visión y otros modelos de política social y económica. Las consecuencias de esas anomalías son profundas y desastrosas, reflejándose en crisis de todo tipo de instituciones, en polarización política y social, pero, sobretodo, en el debilitamiento del estado mexicano, como lo estamos padeciendo la inmensa mayoría de los mexicanos que vivimos en una clara situación de inseguridad.
La descomposición del país, extendida y cotidiana, incluye en primerísimo lugar a la clase política, que se ha mostrado insensible e inútil ante los problemas nacionales. En esa línea vemos a los partidos políticos en un curso intensivo de anacronismo, como el PAN que copia todo lo que hizo el PRI, mientras este partido saca el colmillo y acecha para su retorno a los pinos; otros, como el PRD, lleva seis meses autodestruyéndose en una lucha fraticida por espacios cupulares. El IFE y el TRIFE quedaron seriamente dañados después de la polémica y sucia elección federal más reciente, mientras que a institutos electorales locales, como a los del D.F. y el Estado de México, les pasan el cuchillo para moldearlos a intereses facciosos; el Instituto Electoral Veracruzano solamente espera su turno para alinearse plenamente a los intereses oficiales, adecuándose a las más recientes contrarreformas electorales avaladas por la parte más dócil y entreguista de la “oposición”. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos destaca por su opacidad y por ser la más cara del mundo, mientras que su par en Veracruz simplemente no destaca por nada.
La orgía democrática consiste en que casi todo se volvió simulación, los límites ideológicos se borraron, las elecciones perdieron o no alcanzaron su característica de ser libres, se crearon carísimos organismos de elite, se derrochan recursos sin freno para sostener una fachada democrática bastante “patito” y se gobierna prácticamente de espaldas a los ciudadanos y a los intereses nacionales. Hace ya algún tiempo que es difícil localizar diferencias sustanciales entre los representantes de los partidos políticos, los unifican sus intereses y sus gustos, fundiéndose en un alegre abrazo mientras comparan los colores y los tamaños de sus camionetotas, el verdor de sus ranchitos y el corte de sus trajes del día. La mayoría son políticos uniformes, del montón, sin ideas y sin principios; no representan a nadie, se representan así mismos.
La orgía democrática nos vuelve torpes e ineficaces; mientras vivimos en una ficción de legalidad y armonía, el país es avasallado por el miedo de la inseguridad y la debacle económica del “gobierno del empleo”, a la vez que nos ahoga la desesperanza. No exagera Porfirio Muñoz Ledo, cuando habla de la ruptura que viene, en todo caso pone en su análisis todos los ingredientes explosivos contenidos en nuestro ya muy martirizado país.
Recadito: Vamos al grito legítimo este 15 de septiembre, zócalo del D.F., a las 21:00 horas.
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