sábado, 22 de noviembre de 2008

¡QUIÉN NO AMA A JESÚS!



La Testigo de Jehová, escurrida como una vela, me atajó con un golpe mortal en el porton: "Le traigo el mensaje de la Biblia". Estaba parada sobre unos zapatos tristes, infantiles. Su falda larga los arropaba como a niños de la calle. "Llevo prisa" le dije, y metí la mochila de mi hijo al vehículo. Me alargó un impreso con propaganda suya y le aseguré que la Biblia había sido mi silabario, el texto donde aprendí mis primeras palabras. Le emocionó saberlo y alargó su paso y penetró a la cochera. Llevaba unos lentes redondos y el pelo anudado. No la dejé que hablara pues me pareció bella con los labios sellados. "Jesús es el personaje de la historia que más admiro", le confesé, y detrás de sus cristales sus ojos se hicieron grandes, hermosos. Ya no dio un paso más, me miraba afectada; yo caminaba ultimando detalles para dirigirme a la guardería. "El sermón en la montaña es insuperable, una locura, un catálago estricto, un método de disciplina que pone a los hombres a prueba; hay en él un Jesús que revoluciona el sentido de la existencia hasta eso momento concebido de otra manera. Difícil de cumplir", rematé con un tono de resignación comprensiva. Arranqué el vehículo y eché de reversa y ella, la Testigo de Jehová, seguía plantada como el árbol de la vida; bajé el cristal de la portezuela y le musité ¡quién no ama a Jesús!, y avancé en primera; por el espejo retrovisor me fui alejando de esos zapatos tristes anclados en mi cochera.
Miguel Camín

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