domingo, 7 de febrero de 2010

La diaconía de la cultura y el “patio de los gentiles”


Discurso inaugural de S.E.R. Mons. Claudio M. Celli
Mutirão de Comunicação da América Latina e Caribe

Porto Alegre, 3 de febrero 2010



Parte III

Para ser misioneros hemos de ser discípulos. Por eso, paradójicamente en la cultura de la comunicación, nuestra primera tarea es callar y escuchar. Contemplar en profundidad, primero que nada el Misterio divino, dedicando tiempo y espacio a estar con el Señor que es la Palabra de vida, a solas y en comunidad, para llenarnos de su amor y de su misericordia. La oración no es una huída del mundo. Muy por el contrario, el amor de Cristo es puro dinamismo, una fuerza que busca incansablemente al ser humano para que sea libre, y en el amor encuentre su plenitud y felicidad. Por eso la oración auténtica desemboca siempre en el servicio diligente. Sólo desde el silencio podemos sentir hondamente el palpitar del mundo, escuchar los gozos y las esperanzas, las fatigas y dolores de nuestros hermanos para comprenderlos y servirlos.
Los primeros cristianos, en una sociedad con algunas similitudes con la nuestra, no consideraron su anuncio misionero como una propaganda que debía servir para aumentar el propio grupo, sino como una necesidad intrínseca que derivaba de la naturaleza de su fe. El Dios en el que creían era el Dios de todos, el Dios uno y verdadero que se había mostrado en la historia de Israel y finalmente en su Hijo, dando así la respuesta que tenía en cuenta a todos y que, en su intimidad, todos los hombres esperan, era lo que todos buscaban. “Anunciaban a Aquél que las personas ignoran y sin embargo, conocen: el Ignoto-Conocido; Aquel que buscan, al que, en lo profundo, conocen y que, sin embargo, es el Ignoto y el Incognoscible.” .

Y hemos de escuchar también a nuestros contemporáneos. La mayoría de las personas buscan puntos de apoyo en medio de lo fugaz, anhelan verdades perennes, no pocas veces aplicando sólo las fuerzas de su razón. Este camino no es equivocado si se recorre con sinceridad y humildad, pues conduce hasta la frontera del Misterio. Encontrar a Dios y dejarse encontrar por Él, es la vocación de toda persona; la Iglesia existe para facilitar ese encuentro. “También en el mundo digital se debe poner de manifiesto que la solicitud amorosa de Dios en Cristo por nosotros no es algo del pasado, ni el resultado de teorías eruditas, sino una realidad muy concreta y actual. La pastoral en el mundo digital debe mostrar a las personas de nuestro tiempo y a la humanidad desorientada de hoy que Dios está cerca; que en Cristo todos nos pertenecemos mutuamente. Ésta es una de las formas en que la Iglesia está llamada a ejercer una "diaconía de la cultura" en el "continente digital".”

Nuestra misión de comunicadores, “para que nuestros pueblos en Él tengan vida, es manifestar que en Jesús se encuentra el sentido, la fecundidad y la dignidad de la vida humana” . Claro que los medios eclesiales de comunicación en el contexto latinoamericano deben promover la justicia social y la solidaridad, pero ello no es en sí mismo suficiente. Con el Evangelio en las manos y en el corazón, hemos de continuar preparando los caminos que conducen a la Palabra de Dios, sin descuidar una atención particular a quien está en actitud de búsqueda. Más aún, procurando mantener viva esa búsqueda como primer paso de la evangelización. ¡Qué desafío… pero qué gran valor y dignidad se confiere al ser humano en su lucha por un mundo mejor y más justo!
Así, hemos de que crear nuevos espacios de encuentro y de diálogo. El Santo Padre ha usado una expresión muy bella que nos ilustra la evangelización a las personas que están alejadas de la comunidad. “Así como el profeta Isaías llegó a imaginar una casa de oración para todos los pueblos, quizá sea posible imaginar que podamos abrir en la red un espacio - como el "patio de los gentiles" del Templo de Jerusalén - también a aquéllos para quienes Dios sigue siendo un desconocido.” .

Este “patio de los gentiles” es un lugar acogedor donde escuchar y expresarse. La comunicación es ante todo un acto de amor, y un acto de servicio. Nuestra escucha debe desembocar en servicio a las personas según su propia cultura, a través de la comunicación. Si somos discípulos y misioneros, hemos de realizar esa diakonía de la cultura, por amor a nuestros contemporáneos. Cristo, que lava los pies a sus discípulos, es el icono de una comunicación que sirve.
¿Cómo? No sólo efectuando proyectos, sino con un estilo de realizarlos: con respeto, abiertos al diálogo y a la amistad. Un estilo que es en sí mismo ya anuncio y mensaje por su finura, su atención a los débiles, su capacidad de atravesar las barreras ideológicas y los prejuicios de cualquier signo y servir a la persona concreta. El icono de este estilo es el Diácono Felipe, que se acerca al carro del eunuco de la Reina Candace, camina con él, escuchando y compartiendo su búsqueda, y sube a su carro para comunicarle la Buena Nueva de manera personalizada, según su comprender y su cultura (Hch 8, 26-39).

Realicemos nuestra comunicación con amor, con respeto, con apasionada esperanza en la acción del Espíritu Santo que toca los corazones. Respondiendo a la misión convocada por los Obispos de América Latina desde Aparecida, los comunicadores, ellos y ellas, han de ser activos operadores de paz y tejedores de redes a través de los medios, sean éstos pequeños, personales o de masas. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mt 5, 6-7).

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