sábado, 22 de mayo de 2010

LA PETICION DE MANO.


Por Ezequiel Castañeda Nevárez.
En una gran lona roja, colocada en el puente peatonal, en el acceso a la ciudad, en visibles letras blancas, podía leerse la pregunta y a quien iba dirigida: Dany, nena ¿Te quieres casar conmigo? Te amo, te amo, te amo. A un lado del letrero, mi hijo Ezequiel de pie, con un anillo de compromiso en la mano, esperando a que pasara por allí Daniela, su novia, ya con el ramo de flores que previamente había encomendado a su primo Isaac, le entregara a ella en mano propia antes del encuentro.
32 años atrás, en Tuxpan, después de descender los 50 escalones de la casa de la familia Mar, bajo un método distinto, volvía yo sobre mis pasos para llamar de nuevo a mi novia, María Mar, de quien me había despedido solo unos minutos antes, que extrañada me preguntaba la razón de mi pronto regreso; es que nos vamos a casar, le informé. Quiero hablar con tu papá. ¿casar? ¿Por qué? preguntó sorprendida. Porque si no es ahora, no me casaré nunca, le expresé convencido. Como me reconocía de firmes convicciones, de inmediato entró a su casa a hablar con Mario Mar, regresando en un par de minutos para decirme que decía su papá que así no son las cosas, que debería venir mi padre a la petición de mano, en una cena formal, para ver las condiciones y fecha de la boda. De ninguna manera, respondí, el que se va a casar soy yo y mi padre no puede subir los escalones con la pierna enyesada.
Al día siguiente, con el padrinazgo de mi hermano Jesús, regresamos a la casa de los Mar. Desde el primer minuto abrí fuego, sin dar pie a que los demás hablaran, ni siquiera mi hermano, quien acudía con la honrosa representación de Don Porfirio Castañeda. Su hija y yo deseamos casarnos y queremos su consentimiento, le solté a quemaropa a mi futuro suegro, que no dejaba de mirarme con curiosidad. ¿Y para cuando sería eso? preguntó divertido al chamaco de 22 años que se presentaba ante él con tanta seguridad, mientras su hija escuchaba atenta la fecha que yo escogería para la boda. En diez días, le dije convencido, mientras que los demás asistentes abrían los ojos más de lo normal y se miraban entre si. No admití negociación y diez días después, con el mismo traje que usó Jesús en su boda, nos casamos María y yo. Ahora, tres décadas después, tenía yo que acudir, en mi papel de padre del interesado, a la petición de mano. ¿Petición de mano? No me suena. ¿Será para llevárnosla a casa de la mano? Lo bueno que ahora existe la facilidad del internet, así que la consulta me arroja que no se trata de una de las extremidades de la novia, sino del “manus” que significa poder, o sea, el rito del traslado del poder sobre la fémina; como si los varones realmente detentáramos algún poder sobre ellas, vaya equivocación. Lo primero que puse como condición, para asistir a la consabida petición de mano de Daniela, fue que primero tenían que hablar seriamente conmigo sobre el tema los interesados, de otra manera no me involucraría. Así fue. ¿Acaso estoy yo pidiendo la mano de su hijo Ezequiel? me dijo mi futura nuera. No precisamente, le aclaré, solo me estoy cerciorando de la probabilidad de que cumplan un compromiso en donde me están metiendo a mí; así que, aclarado el punto, vamos a hablar con tu mamá, le dije a la novia. Fiel a mi estilo, le dije a Rosita, mi futura consuegra: no hay que darle vueltas a lo que no tiene vueltas; los chamacos estos me han comunicado su deseo de unirse en matrimonio y yo veo con emoción y júbilo el que pasemos todos a la siguiente etapa de la vida; así que vengo, en compañía de mi esposa, a decirte que es una buena y oportuna decisión, y a decirles a todos que cuentan con mi consentimiento, con mi apoyo y con mi bendición, eso es todo. Todos se miraron unos a otros divertidos y me aclararon que así no se realiza una formal petición de mano, pero ya saben que para algunas cosas no soy muy tradicional y que mi terquedad es de concurso, así que de esta manera di por cumplida la formalidad del caso.
Declaro bendición especial sobre mi hijo, su esposa y sobre toda su descendencia. Así sea.

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