viernes, 9 de diciembre de 2011

EL NIÑO PERDIDO EN TUXPAN


Por Ezequiel Castañeda Nevárez
El día 7 de diciembre de cada año se celebra en Tuxpan y en varios municipios de la huasteca veracruzana un evento singular, único en el mundo, conocido como el Día del Niño Perdido, festividad que está basada, al parecer, en el pasaje bíblico que narra el día en que el niño Jesús se perdió de la vista de sus padres José y María, cuando la familia había acudido a la celebración de la pascua, encontrando al menor, que se creía extraviado, sentado entre los maestros de la ley de Moisés, en el Templo de Jerusalén, haciendo preguntas y exponiendo su sabiduría ante estos preparados personajes a quienes tenía maravillados.

No se tiene certeza absoluta sobre el inicio de esta ya famosa tradición tuxpeña, aunque algunos estudiosos afirman que esta costumbre data de 1775 con la llegada a la región de Tuxpan de los primeros misioneros franciscanos; a estos frailes o a algún otro sacerdote local un poco más acá en el tiempo se le habrá ocurrido que se encendieran velitas para favorecer la búsqueda del menor aludido en su sermón. Lo cierto es que en la actualidad este evento representa ya una fuerte tradición que se va fortaleciendo al paso de los años por el entusiasmo que despierta en casi todos los tuxpeños y por la curiosidad de los visitantes que disfrutan este hermoso espectáculo. Por lo que a nosotros nos consta sobre esto, tenemos el recuerdo de más de cinco décadas, cuando el día señalado, veíamos cómo empezaban las señoras tuxpeñas, al caer la tarde, a colocar en sus barandales, en las banquetas, en los techos de las casas y en cualquier lugar visible, velitas de cera encendidas, para iluminar el camino por donde podría orientarse el niño perdido o para apoyar la búsqueda del menor por parte de sus preocupados padres. Al mismo tiempo, la mayoría de los chamacos tuxpeños de entonces, como los de ahora, salíamos a pasear nuestros carritos, confeccionados con cajas de zapato, adornadas con papel china de colores, con una velita encendida en el centro, para contribuir con la pequeña luz la búsqueda del sagrado personaje mientras los mayores cuidaban que sus luces no se apagaran con el viento o por los traviesos que nunca faltan, al mismo tiempo que comentaban los últimos acontecimientos de la localidad para sazonar la romería. Los adolescentes contribuían con latas de leche nido, con el fondo a manera de coladera, con hoyos hechos con un clavo, con su respectiva velita adentro, sostenidas con un alambre porque la lata se calentaba, y esas eran las lámparas con las que colaboraban en la localización del santo niño.

Con el transcurso del tiempo, las autoridades municipales y de la CFE accedieron a apagar parte del primer cuadro de la ciudad durante la extinción de las velas para apreciar mejor el espectáculo luminoso. Más tarde fue aderezado el evento con los concursos de carritos y con la convocatoria a los medios para su difusión al mundo exterior. Actualmente existe un parque en Tuxpan que lleva el nombre de El Niño Perdido en donde se pueden ver en escultura del maestro Teodoro Cano a tres niños con su correspondiente carrito.

Este día, como hace casi cincuenta años, acudiremos a presenciar el espectáculo huasteco para justificar remembranzas y nostalgias; seguramente también nos servirá la ocasión para saludar a más de algún tuxpeño de aquellos tiempos junto a los jóvenes de ahora que siguen esta bonita tradición y nos servirá para reflexionar que cuando uno tiene muchos archivos de vida y polvo del camino en las sienes, es señal de que el tiempo ha transcurrido. Ojala en nuestro caso no haya sido en vano y que Dios permita que encontremos al niño perdido antes de nuestro ocaso porque habrá valido la pena la búsqueda. Esa es la cuestión.

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