Federico Arreola
Querido Andrés Manuel:
Eres un líder extraordinario. Posees una inteligencia sobresaliente. Tu cultura, sobre todo en cuestiones históricas, impresiona a cualquiera. Y, por lo demás, eres un hombre asombrosamente carismático. La gente te sigue, cree en ti porque pareces y, sobre todo, eres honesto.
¿Necesitas del insulto, Andrés, para derrotar en el debate político a Enrique Peña Nieto? ¿No crees que sales perdiendo al llamarlo “Peñita”, “ladronzuelo”? ¿Ya olvidaste tu estrategia de campaña en las presidenciales de 2012, que te funcionó por cierto, esa de actuar comedidamente, es decir, sin recurrir a descalificaciones y ofensas para expresar tus ideas, para explicar tus proyectos?
Los millones de mexicanos que te siguen, Andrés Manuel, merecen que actúes como lo que siempre has sido: un hombre decente. Entiendo que se entusiasmen si recurres a las injurias esos pocos que te acompañan en las reuniones que encabezas (miles y hasta cientos de miles son una reducida minoría frente al total de la gente que ha decidido aceptar tu liderazgo). Entiendo la pasión de los mítines, a mí me ha arrastrado. Pero, si lo piensas bien, concluirás que no vale la pena que, otra vez, como durante años en el sexenio de Felipe Calderón, quemes tu capital político, tus niveles de aceptación solo para complacer a los más ruidosos de tus seguidores.
Ya han empezado a aparecer encuestas de popularidad y, de nuevo, como ocurrió después de las elecciones de 2006, la gente ve en ti más aspectos negativos que positivos. Así estuviste durante años. Pudiste salir del problema, lo sabes, cuando cambiaste de estrategia. Cuando olvidaste el insulto y pusiste el énfasis en los argumentos, sobre todo en el muy viejo, absolutamente cursi, pero increíblemente eficaz para ganar el corazón de la mayoría, el argumento del amor y la paz.
¿Por qué, Andrés, insistes de nuevo en la estrategia del insulto que invariablemente lleva al odio? Te equivocas, creo que te equivocas. Pero quién soy yo para plantearte nada.
No lo diré con mis palabras. Por eso, te recomiendo un libro sabio, de Juan Cruz, escritor español. Se llama “Contra el insulto”. Incluyo en esta columna una foto de la portada. Te cuento ahora, nada más, que el señor Cruz publicó un texto en El País acerca del insulto. Lo sintetizo, por si ayuda en estos momentos complicados para todos:
“El insulto es una forma de vida… y es también como el agua, se cuela por cualquier rendija.
“El insulto es una forma del chantaje; acaso la más evidente o grosera, la más difícil de contrarrestar porque establece una diferencia radical entre quien insulta y quien es insultado, si este no quiere bajar a las arenas enfangadas del que profiere el insulto.
“El que insulta establece sus reglas; ataca al otro, lo acorrala… Los argumentos no sirven; el objeto del chantaje es, precisamente, convertir en inservibles los argumentos.
“Frente al chantajista que insulta, ¿de qué vale la información, la respuesta del otro? El nacimiento del insulto tiene el propósito de ningunear al otro, de destrozarlo con sus descalificaciones; el insulto es, en puridad, un fusilamiento. Se trata de noquear al adversario, de tirarlo al suelo, de humillarlo en la vía pública”.
“El insulto es una mala arte, es decir, una artimaña; coloca al otro en una situación imposible”
“El insulto nace también para que el otro sepa el poder del que insulta; cuanto más grave es lo que se dice, más se desea la indignación del otro, para que el aguardiente produzca la combustión necesaria”.
Alguien le aconsejó al autor superar el insulto con paciencia, pero ¿cómo lograrlo? Es que, dice Juan Cruz, “la estrategia del insulto es, precisamente, que el otro pierda la paciencia”.
Nadie, Andrés Manuel, debe perder la paciencia. Ni nadie debe buscar que el otro la pierda. Los políticos deben contribuir a que las cosas se calmen. Ya bastante crispación hay en el México bañado en sangre que deja el gobierno de Calderón, ¿o no ves las cosas así?
Fuente: www.sdpnoticias.com
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