jueves, 31 de enero de 2013

LA “INUTILIDAD” DE LA POESÍA

Palabras pronunciadas, previas a la lectura de poemas durante la feria regional del libro en Tuxpan, Veracruz. 

Por: Roberto Arán 
Empezaré confesando sin miramientos con un rubor a mis 50 años que la poesía fue una enfermedad que me dio de adolescente. Me gustaba leer poemas y leerlos me hacía sentir gigante. Aun hoy no podría explicarlo. Sólo sé que así lo sentía. Mi primer contacto con los poemas fueron aquellos libros de lengua española que una de mis hermanas guardaba y donde estaban ocultos y que mi curiosidad juvenil hizo descubrirlos; sin embargo el arrobo que me produjo tener un libro de poemas completo en mis manos se daría después, cuando en la vieja calle Pípila abrieron un expendió de periódicos y revistas y dentro de los exhibidores de cristales se apreciaban extraños los títulos de poemarios. Eran diminutos libros de pastas sosas y desabridas de autores confesos a un romanticismo cargado de rebelde, provocadora y, en ocasiones, obscena cursilería. Era tal la urgencia de mis devanes que aprendí de memoria con una facilidad sospechosa muchos de esos poemas. Entendí de pronto y de golpe que las palabras tejidas con intención provocan el efecto similar al de una droga que te lleva a la fatalidad de la adicción. Es un amor malsano el que te abren de tajo las palabras y su poesía. Quien lee poemas a temprana edad cae bajo el influjo impresentable del lenguaje. Saldrá de esta experiencia lastimado. No se es el mismo después de haber concluido la lectura solitaria y silenciosa de un poema, por más indigente que sea el poema. Y lo explicaré con la brevedad que el lenguaje me permite: somos carne, es decir somos cuerpo; y hay quienes afirman que también somos alma o espíritu, cosa que sin querer entrar en polémica con ninguno en esta sala, en ocasiones dudo que lo seamos; pero lo que si somos es lenguaje, pero no tomamos conciencia de ello. Por siglos han hecho creer hasta la aberración que solo somos una amalgama de carnes y conciencias, sin reconocer, viviendo, sin vivir, en la ignorancia oceánica, que somos a plenitud lenguaje. Lamentablemente la gente muere, la entierran sin saberlo. Por ello hay tan poquísimas personas que leen poemas. Por ello hay tan poca gente viva y hay tantos y tantas muertos y muertas que andan por la vida creyéndose solo carne, sólo espíritu, sin percatarse del gozo y el dolor que significa ser sobre todo palabras y lenguaje. Darse cuenta que uno también es lenguaje es auto infringirse una herida, y en vano intento curársela toda una vida. Pero no teman, ni se impresionen. Esto no significa ir exhibiendo la carne abierta al aire a ojos de todos. No. Más bien es un asunto de pudor, de intimidad, de pérdida de la inocencia, de un dolor que nos chantajea con el gozo. 

Espero haberme explicado. 

Más adelante entendí que era una carga inútil andar por el mundo, por pequeño y rutinario que sea nuestro mundo, creyéndose sólo poeta, despojándose de toda humanidad, como si lo humano estuviera asociado con lo ordinario y lo ordinario asociado con lo más vulgar, la sedosa comodidad de la vulgaridad. Pero no, quien levanta poemas poniendo palabras sobre palabras como piedras sobre piedras como un orgulloso albañil acaba reconociendo que debe cepillarse los dientes, bajarle al inodoro, pagar las facturas de los servicios que le son útiles en casa, en otras tantas urgencias que quién sabe cómo le llegaron pero que están allí más allá del bien y del mal, asuntos estos que resolver mucho antes de sentarse a escribir esos innecesarios e inútiles, insignificantes, redundantes, superfluos, sobrantes, ociosos, estériles, gratuitos, infecundos, ficticios, imposibles, ineptos, obtusos, negados poemas. Los poetas podrán esgrimir la dicha de ser palabra luminosa u oscura, según sea su talante, pero la vida práctica, esa de todos los días los acomoda como imbéciles, patos con andar ridículo en un burlón desierto. 

Los poetas no son nadie, y los poemas acaso una lágrima bajo la lluvia; es decir, también nada. 

He leído a poetas, he leído sus poemas, y acaso, el verso más memorable que he encontrado, y el cual me ha hecho suponer que todo cuanto escriba será inútil pues después de este no hay belleza que lo supere, es el del poeta albanés Millosh Gjergj Nikolla 

“Desgrané una palabra / no recuerdo si fue ‘viento’, tal vez ‘tierra’, quizá ‘fuego’, probablemente ‘agua’ / y junto a ella me vi caer, recto, vertical / y soné a nada / y entendí de la vida y la muerte el delicioso silencio”

1 comentario:

saide dijo...

muchas gracias poeta por el viaje a muchas nadas intensas que evocas.El lenguaje que somos. Otro de los goces íntimos es compartir las palabras así compuestas . El poema es una lágrima en la lluvia, o sea nada y todo. Agua. La poesía, como el agua, está compuesta de palabras y ritmo pero hay una tercera cosa que la hace poesía y nadie sabe qué es.
"Water is H2O, hydrogen two parts, oxigen one, but there is also a third thing, that makes it water and nobody knows what that is". D.H. Lawrence.