domingo, 7 de julio de 2013

DIARIO DE UN REPORTERO

►El más grande periodista

►Apóstol de la palabra 

►Don Alfonso Valencia Ríos

Luis Velázquez 

DOMINGO

El maestro de maestros

Don Alfonso Valencia Ríos, director de la facultad de Periodismo de la Universidad Veracruzana, maestro fundador, reportero las 24 horas de día, amplió su trabajo periodístico y, de pronto, a las 7 de la mañana iniciaba con un comentario en el noticiero de la XEU.

Entonces, como ahora, la XEU se escuchaba en las zonas indígenas de Veracruz, entre ellas, Zongolica, donde en el pueblo de Astacinga, Veracruz, uno de los más pobres, miserables y jodidos del país vivía Celedonio Macuixtle Tecpile quien todos los días, estuviera en el pueblo y/o en otra región de la entidad, escuchaba a don Alfonso.

En el transcurso del año, en cada corte de caña de azúcar, café y cítricos, Celedonio emigraba de su pueblo, a veces solo; otras veces con su hijo mayor, Noel: otras con la familia completa, cinco hijos para echar montón al corte de la gramínea y, por tanto, aumentar el raquítico ingreso.

Aun así, Celedonio siempre cargaba un radio portátil que le permitía seguir el comentario de don Alfonso a las 7 de la mañana.

El compañero indígena se fue llenando de admiración por don Alfonso y un día, de plano, viajó de Zongolica al puerto jarocho, a donde llegó cerca de la medianoche.

Entonces, se acostó en una de las bancas del parque Zamora, casi enfrente de la XEU, a esperar el amanecer.

Pero más aún, esperar al maestro Valencia para expresarle su respeto y decirle que lo admiraba y que todos los días lo escuchaba.

Y cuando don Alfonso llegó a la XEU antes de la 7 de la mañana, puntual, puntualito, Celedonio Macuistle Tecpile cumplió el sueño de su vida. 

Fue dichoso el maestro. Y más, mucho más porque antes de ingresar al periodismo fue maestro rural en algunos pueblos de Veracruz.

LUNES

Debate Pagés Llergo-Alfonso Valencia 

José Pagés Llergo, el legendario director del semanario Siempre!, el único reportero en el mundo que entrevistara en exclusiva a Adolfo Hitler, llegó a la facultad de Periodismo, de visita, cuando don Alfonso Valencia Ríos era director.

Aquella noche Pagés Llergo sería el padrino de una generación de egresados de la facultad de Periodismo de la UV, sentado en el presídium al lado de Fernando López Arias, el gobernador que antes había sido procurador de Justicia del país con el presidente Adolfo López Mateos, tiempos aquellos cuando cayeran en el Palacio Negro de Lecumberri los grandes líderes sociales, entre ellos, Valentín Campa y Fausto Vallejo.

En una mesa gigantesca en el auditorio de la facultad, donde todos los días tendían los periódicos locales y nacionales para los estudiantes, Pagés Llergo escuchaba a don Alfonso Valencia hablar de la calidad académica de los egresados para mejorar, por añadidura, la excelencia del periodismo.

Pagés Llergo escuchó la sentencia bíblica, sin un parpadeo en los ojos curiosos y quisquillosos del reportero.

Después, Pagés Llergo en el habla reviró a don Alfonso que también existían grandes reporteros empíricos. Y que él, Pagés Llergo, director de la revista Siempre! confiaba más en los periodistas empíricos que en los egresados de una facultad.

“Yo creo en los empíricos…pero creo más en los reporteros que estudian en una facultad” reviró don Alfonso.

Ninguno de los dos se puso de acuerdo.

MARTES

El gobernador generoso con la UV

Fernando López Arias gobernaba Veracruz. Don Alfonso Valencia dirigía la facultad de Periodismo, que para entonces había iniciado en un saloncito prestado en la vieja preparatoria nocturna. Después, en un saloncito del viejo edificio Trigueros, en el puerto jarocho; luego, en una casona en la avenida 5 de mayo. 

Andaba, pues, la facultad como una migrante, de casa en casa, buscando un destino.

Y don Alfonso se le dio. 

Habló con López Arias. Explicó motivos académicos. Razones profesionales para enaltecer el periodismo en Veracruz y le solicitó un terreno y el edificio.

López Arias le dijo, abrazando al maestro, lleno de admiración y respeto: “Usted pídame lo que quiera”.

A partir de la fecha, en cada viaje al puerto jarocho, el gobernador hablaba por teléfono a don Alfonso para que juntos supervisaran la construcción del edificio de la facultad de Periodismo, en la calle Arista, esquina Zaragoza.

Para eso capitalizaba don Alfonso sus relaciones políticas.

MIÉRCOLES

El gran reportero solidario 

Miles de cartas debió haber escrito, dictado, don Alfonso en sus años de reportero ya conocido, ya prestigiado.

Llegaba a su oficina un joven reprobado en el examen de admisión para la Universidad Veracruzana y le extendía una carta al rector.

Llegaba un albañil, un mesero, un campesino, a solicitarte una carta para lograr una concesión, digamos, de un taxi, y extendía dos cartas: una para el gobernador y otra para el director de Tránsito, donde dejaba constancia (sin que fuera así) de que “el portador de la presente” era el gran amigo de su vida.

Llegaba una joven a pedir una carta de recomendación para trabajar en el Ayuntamiento y la extendía al presidente municipal, presentando a la chica como su sobrina, su ahijada.

Llegaba un joven necesitado, urgido, de un trabajo, y don Alfonso le extendía una carta al presidente de la CANACO. 

Un día llegó un reportero y le pidió su aval para comprar una motocicleta con que transportarse a los eventos políticos y cubrir a tiempo la tarea periodística.

Y don Alfonso le dio la firma, y meses después, llegó un cobrador de la casa comercial a cobrarle seis, siete, ocho pagarés, pues nunca, jamás, el reportero aquel pagó una sola letra.

Y don Alfonso, callado, sin pronunciar una maldición, sereno, tratando de comprender y entender, sin juzgar, la naturaleza humana, pagó todas las letras.

Pero más aún, nunca reprochó con una sola palabra al trabajador de la información… 

JUEVES

La disciplina de un reportero 

Víctor Hugo decía que el trabajo de un escritor, un poeta, un músico, etcétera, es 90 por ciento de inspiración y 10 por ciento de disciplina.

Ernest Hemingway afirmaba que era 90 por ciento de disciplina y 10 por ciento de inspiración.

Alfonso Reyes aseguraba que el nombre de la creación se llama disciplina.

Un día en la vida de don Alfonso era de la siguiente manera: 

-7 horas. En puntito, ya leídos los periódicos del día, llegaba al periódico donde trabajaba para escribir las primeras notas del día para el vespertino.

-Después, escribía la editorial del día siguiente.

-Entre las 8 y 8 media de la mañana tomaba cafecito en ‘’La Parroquia’’ entonces en la avenida Independencia y hacía las primeras entrevistas con algún político, un funcionario, que anduviera por ahí.

-A las 10 de la mañana salía del cafecito para irse a reportear en vivo y en directo.

-A las 12 de la mañana regresaba al periódico para escribir hasta las 13 horas y, al mismo tiempo, reportear por teléfono tanto a funcionarios municipales como estatales y federales. 

-A las 13 horas pasaba a su bar preferido a tomarse uno, dos whiskazos.

-Luego, se trasladaba a su casa para comer con la familia y a las 3 de la tarde, en punto, estaba en el periódico, escribiendo y/o dictando las notas pendientes de redactar.

-A las 5 de la tarde traducía los pies de grabados de las fotos internacionales.

-A las 6 de la tarde seguía escribiendo las notas de última hora que solía reportear por teléfono. 

-A las 8 de la noche escribía las órdenes de información para los reporteros.

-A las 9 de la noche revisaba los cables noticiosos que llegaban por el teletipo y mirar el escenario noticioso.

-A las 10 horas, salvo un pendiente, salía del periódico derechito a su bar preferido para tomarse uno o dos whiskazos y retirarse a casa.

-A las 10 y media de la noche leía durante una hora su libro de cabecera.

Así fue su vida durante 30, 40, 50 años.

La disciplina, decía Alfonso Reyes, es el nombre de la creación.

Hemingway también afirmaba: mientras otros hablan de lo que escribirán… yo escribo. El trabajo es lo único que cuenta. 

VIERNES

Vivir con modestia… 

Cada quien su vida. Y sus demonios. Y sus enemigos. 

Pero el maestro vivió con la medianía de que hablaba Benito Juárez.

Muchos, muchísimos años con el mismo automóvil viejo. 

Siempre, con la misma ropa modesta. La camisa azul de manga larga. 

La mayor parte de su capítulo periodístico sin vacaciones. Una sola vez viajó a España. 

Muchos, muchísimos años viviendo en la misma casa, en la avenida Guerrero esquina Canal, que cada año se abría para los amigos, compañeros de trabajo y hasta estudiantes para festejar su cumpleaños, organizado por su esposa e hija, nunca por él.

El único reportero de Veracruz y del país que trabajó en la misma casa editorial toda su vida.

Una capacidad reporteril fuera de serie. Memoria prodigiosa que solo anotaba en un papelito revolución cifras, números, estadísticas. Inagotable en el trabajo. Creativo. Un día se le preguntó las razones por las cuales nunca había dado el siguiente paso de trabajar como reportero en la ciudad de México.

-Por mi madre, dijo.

-¿Por su mamá?.

-Sí. Estaba enferma…y me necesitaba a su lado. 

Luego, pidió el segundo whizkazo. Lo tomó en silencio. Despacio. Lento. Sin pronunciar una sola palabra. Cero conversación. Y cuando todavía los hielitos estaban casi enteros en el vaso, se despidió con el saludo de siempre, levantando la mano derecha e inclinando la cabeza, sin decir una sola palabra…

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