Uriel Flores Aguayo
Hay que partir de esa pregunta por que son más las dudas sobre su esencia y motivaciones que las certezas que rodean a la llamada reforma educativa. Desde su texto mismo pero sobre todo a los ojos de los especialistas en la materia se puede afirmar que es más de carácter laboral que educativo. Resaltan de esta reforma sus aspectos unilaterales y parciales: el primer rasgo implica que no es resultado de una convocatoria nacional y abierta en contradicción con sus pretensiones de gran alcance, pero también a que no es el resultado del diálogo y el consenso; la parcialidad la aleja de un proyecto integral que tomara en cuenta otros aspectos: evaluación a planes, programas y funcionarios del ramo educativo, infraestructura escolar, profesionalización docente y, entre otros, el rol de los influyentes medios de comunicación.
La reforma en cuestión no involucró a la sociedad, es de gabinete y cupular; no se planteó la democracia sindical y sirvió de pretexto para acabar con el dominio gansteril de la Señora Gordillo; como ya se señaló, tampoco toca al duopolio televisivo, por donde pasa buena parte de la información y la formación que reciben nuestros jóvenes y niños.
Es curioso, los operadores principales de esta reforma no son educadores, como es el caso del Secretario de Educación Federal, pero serían los encargados de aplicar las medidas de evaluación que implica este proyecto reformista. Salvo prueba en contrario y con las excepciones del caso los Secretarios de Educación de las entidades federativas ocupan el cargo por meritos partidistas tal como ocurre con su jefe a nivel nacional.
Al margen del discurso oficial, en gran medida triunfalista y de pretensiones innovadoras e históricas, la llamada reforma educativa no acredita en sus términos ni en su contexto meritos de una iniciativa de tipo estructural; de serlo, en una línea seria y de esperanza movilizadora, implicaría una revisión a fondo de nuestra precaria e ineficaz democracia, así como un verdadero e inmediato proyecto de inclusión social. Solo estaremos colocando parches en educación o en lo que sea si no atendemos la brutal desigualdad social que desangra y paraliza a nuestro país; una revisión a los datos más actuales de nuestra problemática educativa nos coloca en un escenario catastrófico cuya superación no dependería solamente del presupuesto o de reformas educativas por importantes que lleguen a ser.
La llamada reforma educativa ha despertado más dudas que certezas y pronto se colocó en medio de una ola de movilizaciones y protestas; es el caso de las que están teniendo lugar en el Distrito Federal de parte de la CNTE, el sector disidente del sindicato que ha estado realizando protestas muy fuertes ante la cerrazón del gobierno federal, que a menospreciado todo aporte que se salga del esquema oficial. El despliegue de la CNTE a implicado el bloqueo de instalaciones públicas y avenidas principales de la ciudad de México, en un país normal y democrático tales hechos serían condenables sin ningún tipo de atenuante pero en el nuestro, de sistémicos fraudes electorales y débil estado de derecho, siempre hay que ser cuidadosos a la hora de calificar y condenar protestas como la de estos profesores. Como una muestra de la soberbia de los poderes fácticos estamos ante una campaña mediática de linchamiento y satanización a la protesta de los profesores; destaca el duopolio televisivo con sus coberturas facciosas y las manipulaciones de siempre: como botón de muestra tenemos sus programas de análisis donde predomina la unánime condena a los profesores disidentes y se excluyen voces críticas.
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