sábado, 28 de febrero de 2015

PULSO CRÍTICO

J. Enrique Olivera Arce
Imagen:radiotrece.com.mx

Credibilidad y confianza, reto para el INE

Si para amplios sectores de la población el presidente Peña no se hace merecedor a confianza y credibilidad, y lo mismo podría decirse de los gobernadores, procuración y administración de justicia y partidos políticos, la pregunta obligada, a tres meses escasos de las elecciones del 2015, es ¿por qué sí se debe creer y confiar en el Instituto Nacional Electoral? 

¿Es acaso entre todas las instituciones republicanas la joya de la corona, hoy fuera del alcance de la simulación y corrupción impune? ¿O es una pieza más en el juego perverso de la partidocracia en el afán de esta por mantener secuestrada y bajo control a nuestra incipiente democracia representativa?

El reto para el organismo, ya encarrilado el proceso electoral sería demostrar que efectivamente es digno de confianza y credibilidad para que, en su papel de organizador y árbitro de los comicios venideros justifique ante el pueblo de México la razón de su existencia.

Y esto, a mi juicio, por lo que se alcanza a percibir en las crónicas periodísticas, está en chino. La descomposición del régimen político conforme pasan los días se observa transita montada en un tobogán sin control, reflejándose en un estira y afloja al interior del INE en el que los partidos políticos, cada uno por su lado, pretenden imponer lo que mejor conviene a sus intereses de coyuntura, trasladando su crisis de representación a una institución presuntamente ciudadana. Poniéndose en evidencia el cada vez mayor divorcio entre la clase gobernante y las subordinadas.

La brecha se amplía y no se observan los necesarios puentes para acotarla y achicarla, antes al contrario, lo que se percibe es un conjunto de puentes rotos que entre acuerdos en lo oscurito, medias verdades y medias mentiras, acompañados de hechos concretos en la vida cotidiana de la población, no ofrecen seguridad alguna de que el divorcio en el corto plazo llegue a buen término.

Credibilidad y confianza en el régimen político e instituciones se dan por perdidas e incluso, el gobierno de Peña Nieto por conducto de su secretario de hacienda, reconoce que sin éstas no hay forma de aterrizar y concretar objetivos y metas del proyecto de país pensado y diseñado en Los Pinos. Para la cúpula empresarial esto es mala señal y ya exigen claridad y mano dura para enderezar el rumbo del país.

Entre la población el dilema entre votar y no votar en los próximos comicios, se alimenta de esta falta de confianza y credibilidad y, en el mejor de los casos, el debate deriva a los terrenos del por quién votar, cuando frente a la oferta partidocrática no hay opción; cada partido selecciona a sus candidatos de manera vertical, de arriba hacia abajo, sin consulta previa con sus bases y menos con los millones de votantes llamados a sufragar. En este escenario antidemocrático Morena no es la excepción, con una auténtica vacilada que le iguala con sus adversarios irresponsablemente recurre a “la tómbola” como fórmula de selección, supeditando la democracia partidista a pedestre lotería.

Tocaría al Instituto Nacional Electoral el poner orden y reencauzar el proceso electoral por el sendero de una auténtica democracia representativa. Y no es así. Luego el reto de muy corto plazo de restaurar confianza y credibilidad para unos comicios exitosos, parece serle inalcanzable al organismo electoral. La partidocracia impone su crisis y arrastra por un conflictivo rumbo a lo que debería ser instrumento al servicio de los votantes. Malo para México, pésimo para las aspiraciones democráticas de millones de mexicanos.

Hojas que se lleva el viento

El forcejeo en el Senado de la República para sacar adelante la ley anticorrupción, refleja una pugna sin cuartel en la que cada partido ahí representado pretende imponer su propia visión e intereses en un tema de la mayor relevancia para el país. Hasta este momento, vía negociaciones en lo oscurito parece que la discusión en comisiones está llegando a su término con un aparente consenso que deberá ser ratificado en el pleno. El acuerdo, en congruencia con las condiciones generales que se viven en el país, parece estar sustentado en una expresión más de gatopardismo que se concretará en una ley sin dientes que dejará incólume a no dudar una lacra histórica que no se acabará por decreto. Borrón y cuenta nueva, no se barrerá para atrás y todos felices y contentos.

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Frente a la tormenta que azota a la administración pública veracruzana, calladito se vería más bonito el Sr. Dr. Duarte de Ochoa, dejando que el área técnica de la secretaría de planeación y finanzas haga su trabajo en el arduo compromiso de justificar lo que a todas luces parece injustificable. El anticiparse expresando con optimismo que las observaciones puntuales de la Auditoría Superior de la Federación a su gobierno serán solventadas en forma y fondo a la mayor brevedad, sin realmente contarse con elementos fiables de que así será, más agita el cotarro. Y por cierto, es de llamar la atención el que no exista al interior del gobierno estatal una voz con autoridad moral y política que salga en defensa del ahora vapuleado gobernante que, en su rostro al aparecer ante los medios de comunicación afirmando que las finanzas públicas veracruzanas gozan de cabal salud, da la impresión de que para sus adentros quisiera gritar: “No me lo dejen sólo…”.


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