martes, 15 de agosto de 2017

El PRI teme a la derrota

ALMA GRANDE
Por Ángel Álvaro Peña
El PRI dedicó la XXII Asamblea a la unidad, sabe que la cohesión de la militancia no durará mucho tiempo. La división es inminente.

Así, el tricolor tiene en su futuro inmediato la seria posibilidad de dividirse. La primera razón es la que tiene que ver con la selección del candidato; la segunda, la manera en que ese candidato deberá ganar las elecciones.

Las bases del PRI no quieren que el presidente escoja a su candidato como es una tradición en ese partido. Debemos tener muy en cuenta que los 10 mil priistas reunidos en la clausura de la XXII Asamblea estaban conformados por dos segmentos del priismo únicamente. El primero quienes gozan, en ese momento de un empleo cobijado por el presupuesto, es decir, viven del erario en todos sus niveles de gobierno. El segundo fueron acarreados, es decir, la mayoría.

Las bases que conforman la mayoría de priistas no asistieron. Ni siquiera fueron invitados. Ellos no deciden, no cuentan y saben que vivirán el resto de sus días sin un puesto de elección popular por pequeño que sea.

El segmento corporativo del PRI, que en su momento significó una fuerza importante, ahora sólo es espectador de lo que se juega entre los priistas en el poder, todos ellos egresados de universidades particulares y con postgrado en el extranjero, y uno que otro líder que pudo colarse a esa cúpula por la importancia de su gremio o por la fuerza económica que su posición estratégica implica.

Un partido político se cohesiona alrededor de un líder, no lo tiene. O bien alrededor del poder, no existe. El partido mantiene al frente a un presidente del CEN que raya en la comedia a pesar de la tragedia que vive la organización, y, en cuanto al poder, está muy desgastado.

Ningún presidente priista anterior a Peña Nieto tenía una situación tan deteriorada ante el conjunto de la población como él. Y eso incluye a Díaz Ordaz, a Echeverría, a López Portillo, a De la Madrid, a Salinas de Gortari y a Ernesto Zedillo, quien lleva el estigma de haber sido el presidente priista derrotado por la oposición panista en 2000.

El Pacto por México y la aprobación de las reformas estructurales se convirtieron en anécdotas simplistas comparadas con el descaro de la corrupción en esta administración, dejando en el total desprestigio a una clase gobernante donde el PRI tiene la mayor parte de puntos negativos, los cuales le representan un pesado lastre para avanzar, sobre todo cuando en su interior no están dispuestos a ser más severos con quienes utilizan los recursos del erario en beneficio propio.

El priismo mantenía hasta ahora una base social muy fuerte y aunque sometida a tendencias poderosas de erosión política, todavía le permitía victorias desahogadas.

Esta administración pública concentrada en los negocios que le implicaba las reformas estructurales y construcciones faraónicas como el aeropuerto en Texcoco, dejó de ejercer el poder. Las actividades propias de un gobierno fueron relegadas o simplemente no se realizaban. No hay un poder sólido que pudiera llamarse como tal para fines de cohesionar un partido que desde sus entrañas está enfermo.

Así, la selección del candidato puede crear rupturas graves y producir un éxodo hacia otros partidos que por lo menos mediáticamente le afectará considerablemente. La otra razón de la posible división es la forma en que deberá ganar las elecciones del próximo año, algunos quieren llevar a la práctica las mismas triquiñuelas que se utilizaron en el Estado de México para ganar, a pesar de que sus consecuencias se muestran desde el mismo día de la jornada electoral y seguramente seguirán emergiendo de las cloacas del fraude electoral practicado por el tricolor desde hace muchos años.

Hay una parte del PRI que quiere conocer el verdadero estado de salud de su partido y para ello debe dejar sin alterar los resultados en las urnas. No pueden medir fortalezas o debilidades con un conteo artificial ni inflando cifras y luego componiendo actas a su favor.

De esta manera nadie puede saber, a ciencia cierta, no sólo si el triunfo es de ellos realmente, sino la fuerza auténtica de un partido que no se reconocen ni en la victoria ni en la derrota.

De la manera en que se escoja competir por la presidencia de la república en todo el país dependerá también la unidad de un partido que ya no tiene más fortaleza en la unidad sino en los intereses.

Un partido político no puede cohesionarse alrededor de los negocios de los hombres en el poder porque sólo implica a unos cuantos. Ni siquiera son todos los priistas con cargos los que pueden decidir sobre los negocios que pueden hacer.

Los negocios dentro de la clase política dividen, no unen. De tal suerte que el PRI tiene en sus prácticas individuales la razón por la cual la militancia puede abandonar sus filas. Ni siquiera se darán de baja, la indignación llega a niveles tan altos en el PRI que la salida de muchos simplemente se marcará con su ausencia definitiva de cualquier actividad y sobre todo se notará en el pago de cuotas, que es uno de los problemas que la cúpula de ese partido no quiere reconocer, a pesar de la grave crisis económica por la que atraviesa.

Otro factor extra que acabará de dividir a la militancia priista ocurrirá luego de las elecciones, cuando la sorpresa de una gran derrota obligue a muchos militantes a salirse de una organización política que ya no le garantizará a nadie un puesto de elección popular. PEGA Y CORRE. - El gobernador de Veracruz no quiere más peleas de gallos que la de él y su antecesor Javier Duarte, por ello señaló: antes de las tradiciones está el respeto a los animales, está el respeto a la naturaleza, al entorno ecológico del cual los animales forman parte sustantiva, por lo que el gobernador tomó la decisión de escuchar. Un gobierno democrático -dijo- primero escucha, valora, pondera, equilibra y toma decisiones. Pero no es mi opinión la que debe determinar una decisión relevante como ésta. Tiene que ser la opinión de la sociedad”. Y hagan sus apuestas señores…

angelalvarop@hotmail.com
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