Tienda de Raya…
Por: lechuza.torres@gmail.com
Imagen: youtube.com
Recientemente se descarriló un verdadero tren de “memes” en la red con la pifia del señor Secretario de Educación Aurelio Nuño, al ser corregido por una alumna de 8 años en su dicción, cuando e forma inocentemente lapidaria le dijo al cierre del evento conmemorativo del Día de la Lectura Infantil y Juvenil: “No se dice ler…se dice leer”.
La audacia infantil de Andrea me recordó el delicioso cuento de Hans Christian Andersen, el Traje Nuevo del Emperador, que nos relata la historia de un gobernador, perdón, de un rey harto narcisista, que invertía los dineros públicos en cuanta tela cara pudiera conseguir para hacerse los más preciosos, finos y elegantes trajes, dignos de investidura real.
El gobernador, perdón, el emperador, no atendía ningún asunto público, siempre estaba entretenido con el sastre midiéndose la última gala, como la que se estrenó el día que aprobó el matrimonio igualitario en el Estado que desgobernaba. Nunca lució tan guapo, como cuando le besó el anillo a los prelados católicos que acudieron a tan magno evento, celebrando la reforma a la ley que permitiría castigar a todas las casquivanas doncellas del reino que se atrevían a pecar antes del sagrado matrimonio y concebían a una ilegítima criatura, que debía ser protegida desde el nacimiento, por encima de los derechos sexuales y reproductivos de las pecadoras.
Lo siento, me estoy desviando del cuento. Bien, el fastuoso gobernador, perdón, emperador, finalmente fue víctima de su propia vanidad, ya que llegó a Palacio de Gobierno, un verdadero pillo que le prometió vestir de lujo no solo su ancho cuerpo sino el de todos sus súbditos, además de entregarles láminas, despensas y una que otra alberca y pista de hielo en su colonia para que se sintieran parte de la realeza. Para lograr tan nobles fines, el pillo recomendó que el presupuesto público fuera entregado a varias empresas creadas por él mismo, ya que sólo así se garantizaría la calidad de la tela para los trajes, y los insumos para las despensas de los sufridos súbditos.
Y así se hizo, el presupuesto del reino se metió a una “licuadora financiera” y fue destinándose, ora para las telas, ora para las albercas, ora para las láminas o las despensas, y claro, ora para los viáticos de tan encumbrado personaje, artífice de las más caras pantallas de progreso relumbrón, y finísimos trajes del gobernador, perdón, del emperador.
Pero, llegó el día que el presupuesto público se agotó, y ya no hubo ni para los trajes, ni para despensas, ni para pistas de hielo. Aunque el ingenio del falso sraste siguió envolviendo al gobernador, digo, emperador, a quien le jugó la última farsa: le explicó que había conseguido la tela más cara del universo, tejida con los hilos más finos, y el secreto de esta vestimenta tan hermosa era que solo podía ser vista por las personas más inteligentes.
Así que el falso sastre trabajó meses en la confección del raro traje, diciéndole al emperador que lo debería usar en una fiesta realmente importante, para que aprovechara la oportunidad de saber quienes de sus súbditos y de sus empleados realmente eran personas inteligentes.
El día de la entrega del traje finalmente llegó, y el gobernador, perdón, el emperador dispuso un fastuoso desfile por el Puerto, con la asistencia por supuesto de todos los diputados, senadores y achichincles hasta el tercer grado de jerarquía. Todos debían estar ahí y rendirle tributo y admirar la vestimenta misteriosa.
Y el desfile se desarrolló con gran pompa, con carros alegóricos y comparsas como es la tradición, aunque la multitud no salía de su asombro al ver al regordete gobernador, digo, emperador, pasearse muy orondo totalmente desnudo, montado en su navigator del año, con techo desmontable especial para la ocasión.
Nadie dijo nada ante el ridículo y el derroche. Todos aplaudían rabiosamente. El falso sastre ya había esparcido el rumor de que el traje del emperador sería especial, que solo los inteligentes y leales al régimen podía ver. Y así pasaron seis años de desfiguros y de desvíos del erario público en fantochadas, viajes a España y compras de casas en Texas. Nadie quiso ver que el gobernador estaba desnudando a su pueblo, dejándolo en la más vil de las miserias.
Lamento que en Veracruz solo hayamos sido unos cuantos que le hayamos increpado al gobernador y a sus secuaces, incluyendo al falso sastre “son unos malditos corruptos”.
Tristemente pocos tuvimos el valor cívico de Andrea para decirle a los funcionarios ineptos, “señor usted anda desnudo”, aunque nos tacharon de brutos y poco leales al regimen.
¿Qué sigue para Veracruz?
¿Más funcionarios desnudos con trajes que solo puedan ver los inteligentes?
Se nos queda de tarea.
Hasta la próxima.
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